«Lo que menos necesitamos es una guerra entre hombres y mujeres, hay que trabajar juntos»
Gioconda Belli, que hoy estará en el Festival Eñe, levanta la voz contra la represión en Nicaragua: «Me da miedo la cárcel, pero más miedo me da que la situación se perpetúe»
Su vida se compone de revoluciones. Como mujer rompió con el guión marcado de esposa y madre abnegada. Como activista estuvo en las trincheras del ... Frente Sandinista contra la dictadura de Somoza. Como escritora le plantó cara a los tabúes sobre la sexualidad. Y aún le queda una lucha pendiente: «Recuperar Nicaragua para la democracia y la libertad». Gioconda Belli se rebela una vez más contra lo establecido y se erige en altavoz de quienes sufren la represión del Gobierno de Daniel Ortega, «este revolucionario convertido en dictador». Hoy lo volverá a hacer en el encuentro que mantendrá con Pablo Simonetti en el marco del Festival Eñe, que se celebra en el centro cultural María Victoria Atencia (16.30 horas), de la Diputación.
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Belli vuelve a Málaga con nuevo libro, 'Las fiebres de la memoria' (Seix Barral), la huida a América de un noble de la corte de Luis Felipe I de Orleans acusado de un crimen pasional. Aquel hombre no era otro que su tatarabuelo, una historia de amor, misterio y aventura que encierra muchos secretos familiares.
–Publica 'Las fiebres de la memoria' (Seix Barral). ¿Se puede enfermar con los recuerdos?
–Yo creo que sí. Además, hay una gran cantidad de ficción en la memoria, que es lo que la hace para mí más interesante. Este libro me pareció fascinante porque es una memoria que ha sido muy atesorada por la familia, pero al mismo tiempo muy negada por la familia.Toda la historia de mi padre, cómo creció con su abuela creyendo que era la madre... De eso no me enteré hasta los 18 o 19 años. Y la historia del duque que va a parar a Nicaragua por razones enredadas y logra reinventarse en una persona a la que todo el mundo quería... me pareció que todo tenía mucho que ver con la novela del folletín del XIX.
–Teniendo esta historia presente en su familia, ha tardado en novelarla.
–Realmente a mí me ha interesado más la mujer y su mundo. Pero en este caso, lo que se me vino a la mente fue la voz masculina. Y no fue muy difícil porque, en cierta forma, por mi vida he experimentado ambas cosas: lo de la identidad, porque cuando estábamos en la guerrilla yo no usaba mi nombre; y por otro lado, pasé muchos años de mi vida en EE UU porque me casé con un norteamericano. Una nunca es la misma persona en otro idioma, y eso me hizo reflexionar mucho sobre la identidad.
–Durante años, los escritores han hablado por boca de la mujer. A la inversa, ¿cómo resultó la experiencia de ponerse en la piel de un hombre?
–Fíjate que no me sentí para nada incapaz de poder expresar lo que el hombre sentía. Las mujeres somos bien empáticas y gran parte de nuestra vida nos la pasamos tratando de entender a los hombres (risas). Me gustó, pero dudo que lo vuelva a hacer...
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–Estoy segura de que no lo cambiaría por su condición femenina. Como dice en un poema: «bendigo mi sexo».
–Me gusta más ser mujer. Pero también este hombre está rodeado de mujeres, mujeres complicadas. Y hay que hablar también de ellas, tampoco se puede idealizar a todo el género femenino. Igual que hay hombres crueles, también hay mujeres crueles. Ahorita nosotros estamos viviendo en Nicaragua una situación muy difícil con Daniel Ortega, este revolucionario convertido en dictador, y la esposa es una persona muy dañina.
–Su tatarabuelo se refugió en Nicaragua en busca de libertad. Ahora hay que salir para encontrarla.
–Sí, algunos han salido, pero yo. Volví en 2013 y he visto la descomposición de eso que fue tan importante para mí, como fue el sandinismo. Es bien difícil explicar cómo algo que estimuló a tanta gente a ir a Nicaragua de repente ha tomado esta deriva autoritaria y represiva. Estamos viviendo algo que jamás pensé que iba a vivir, un 'deja vu' donde me siento otra vez en un régimen dictatorial.
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–¿Vive con miedo?
–Sí, porque no sabemos hasta dónde va a llegar esta represión. Hubo una protesta de los jóvenes contra una reforma del seguro social y la reprimieron con una gran violencia. No queremos un Gobierno que es capaz de matar a 400 personas en seis meses, la mayoría de ellos desarmados;que ha encarcelado a más de 400 jóvenes acusándoles de terroristas, que ha prohibido las manifestaciones. Eso que dicen que el poder absoluto corrompe absolutamente, es cierto.
–¿El miedo ahora es mayor que cuando luchó con el Frente Sandinista?
–Cuando uno es más joven no le importa morirse. Pero lo que te quita el miedo es hacer lo que te da miedo. Me da mucho miedo estar en la cárcel, pero más miedo me da que esta situación se perpetúe.
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–¿Esto le ha hecho replantearse los ideales de la izquierda?
–Sí. Yo me siento de izquierdas, pero pienso que por razones históricas la izquierda desarrolló un sistema muy autoritario, donde un grupo de gente se autollama portavoz de la verdad y es muy excluyente de todos los que no piensan de la misma manera. Se convierten en burócratas que empiezan a imponer verdades y formas de funcionar. La izquierda en Latinoamérica perdió la oportunidad de reinventarse, de usar la imaginación para conciliar la democracia y la libertad con la izquierda. Todavía existe esta idea de que la justicia social se tiene que pagar con la libertad, y yo no estoy de acuerdo. Lo más interesante para mí de todo esto es ver cómo la gente tiene un instinto de libertad bien fuerte y no lo cede.
–¿Cambiaría con un país gobernado por mujeres, como escribió en su libro 'El país de las mujeres'?
–¡Claro! (risas).Es la gran revolución pendiente.La desigualdad entre mujeres y hombres es la base de toda la disfuncionalidad de la sociedad.
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–Estamos en ese camino. Se habla mucho de la revolución femenina.
–Pero tampoco puede ser una revolución que excluya a los hombres. La nueva etapa de la revolución femenina tiene que ser la inclusión de los hombres que ya tienen otra mentalidad y otra actitud. Si queremos una sociedad más armónica donde todos podamos desarrollar nuestro potencial, hay que trabajar juntos. Ahora lo que menos necesitamos es una guerra entre hombres y mujeres.
–En el último año, las mujeres hemos levantado la voz con fenómenos como el #metoo...
–El #metoo era necesario. Tenemos que acabar con los abusos que hemos sufrido las mujeres por esta dominación. Tiene que haber un mayor respeto a las posiciones de la mujer y al cuerpo de la mujer. Mayor respeto y mayor celebración. Las mujeres tenemos que sacudirnos todas esas culpas que tenemos desde que Eva comió la manzana.
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–¿En qué ha notado usted esa situación de poder del hombre?
–En la literatura se ve claramente. La literatura de las mujeres se toma de una manera diferente en el aspecto de la consideración social y de la crítica literaria. Hay una tendencia a pensar que somos un subgénero. Como si tratar de la vida de las mujeres, que somos el 52% de la población del mundo, todavía sea visto como algo romántico o propio de una cierta literatura que no se considera tan universal. Me enfurece.
–Nunca ha tenido reparos en abordar abiertamente la sexualidad. ¿Todavía existen muchos tabúes?
–Me quedo asustada de los tabúes que hay. El otro día estuve en una mesa redonda con otras mujeres y hablaban de cómo existe cierta vergüenza cuando la mujer se empieza a atrever a decir ciertas cosas. Me pareció increíble, porque lo que estaban contando era la historia mía en los años 70, cuando empecé a romper con todas esas barreras. No hemos avanzado tanto como debíamos.
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–Ha hecho varias revoluciones, como mujer y como activista política. ¿Cuál ha sido más difícil?
–La política. Porque tuve una mamá que me preparó muy bien para la vida y me hizo sentirme orgullosa de ser mujer, me empoderó muy jovencita.
–¿Su próxima revolución?
–Recuperar Nicaragua para la democracia y para la libertad.
La literatura se suma a la lucha por la igualdad
La literatura protagonizada por personajes LGTBI ocupa espacios de normalidad cada vez más amplios y las reivindicaciones de igualdad de la mujer han llegado con énfasis al mundo creativo. Pablo Aranda, Pablo Simonetti, Lola Vendetta y Luisgé Martín analizaron ayer en el Festival Eñe cómo la literatura se hace eco de la nueva realidad social.
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