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Santana, que no es el nombre de un guitarrista sino el de toda una institución musical, practicó en su cita en Fuengirola un esplendoroso homenaje a cincuenta años de música rock y latina ante un público que llenó el recinto que ocupa el festival Marenostrum, en la ladera del Castillo de Sohail, una multitud a la que hay que añadir los que escucharon el concierto, picnic mediante, en la playa o con fiestas en las terrazas de los pisos colindantes. La media de edad del respetable les daba perfectamente para haber sobrevivido a la edición de Woodstock de 1969, cuyo recuerdo marcó la primera mitad de un concierto que duró algo más de dos horas y que estuvo precedido por Tabletom como teloneros y por un enorme atasco en las inmediaciones del recinto, algo que viene siendo habitual en el ciclo veraniego que acoge ese trozo de tierra frente al mar.
A las once en punto de la noche, con una respetable puntualidad, Carlos Santana, con 71 años recién cumplidos, salió al escenario acompañado por su banda y agarrado a una guitarra eléctrica dorada que ya no soltaría durante todo este recital de virtuosismo y de espiritualidad. «Queremos invitarles a otra dimensión. Juntos en armonía para celebrar una cosa divina y sensual», dijo el mexicano en una de sus pocas pero extendidas intervenciones en las que lo mismo lanzaba una reivindicación de la locura («La gente sana es muy agria, los locos son los contentos») o daba consejos para ligar utilizando el lenguaje paritario como muestra de un activismo feminista difícil de localizar en otros músicos latinos de la actualidad. Las tres enormes pantallas que se situaban a lo ancho del escenario alternaban planos detalle del directo con vídeos de memorabilia de actuaciones míticas del mexicano, comenzando por supuesto por varios totales del Woodstock que marcaría para siempre la trayectoria del guitarrista: ya en 'Soul sacrifice' estaba presente la combinación de percusión con bongos y guitarra eléctrica que han hecho grande a un músico al que le bastan tres o cuatro notas de su guitarra para poder reconocer su estilo.
Con 'A Love Supreme', original de Coltrane, o con 'Black Magic Woman' viajamos al libertinaje psicodélico, pero también visitamos Cuba y Puerto Rico en la mitad del repertorio con canciones como 'Oye cómo va' o 'Evil ways', trasladándonos en algún momento inexacto a una feria orquestada con aquello de «todo el mundo con las manos arriba» que el público entusiasta atendió de una manera obediente. Luego trazaríamos un viaje a los grandes éxitos de Santana que llegaban matizados por homenajes y 'riffs' reconocidísimos y con versiones extendidas de temas básicos en la historia del rock latino como 'Corazón espinado', 'María, María', o 'Smooth' que llegó por partida doble, primero instrumental y luego cantada. Entre los homenajes que sonaron, pudimos identificar trazos de los Beatles, los Rolling Stones, The Doors, Nirvana, Bob Marley y canciones como 'Granada', el 'Roxanne' de Sting a cargo del guitarrista rítmico o 'You get me fever', momentos todos ellos que atizaban en la audiencia una dosis extra de diversión.
Mención aparte merece la nitidez de sonido de una banda formada por siete músicos encabezados emocionalmente por la última esposa de Carlos Santana, Cindy Blackman, que se marcó un espectacular solo de batería. En realidad, todos los músicos, desde el prodigioso teclista hasta un bajo que parecía directamente sacado de un quirófano, encontraron un momento para lucirse en solitario gracias a una alarmante versatilidad. Las voces vinieron traídas por el ya mítico cantante latino Andy Vargas y por Ray Greene («el rayo verde»), un cantante que lo mismo te hace unos coros que te toca la pandereta o se marca un solo de saxo, todo en la misma canción. Después del bis, con fuegos artificiales en las pantallas, nos llegó la clausura con un emocionado discurso del mexicano en la que nos bendijo: «Eres luz, no eres un pecador, eso es 'bullshit'. Ayúdanos a hacer milagros y bendiciones para curar el planeta».
Como viene siendo habitual en este festival de verano, los vecinos y los asistentes tuvieron que soportar otra vez un enorme atasco en las inmediaciones del recinto formado por veraneantes, por el público y hasta por la comitiva de un jeque árabe, sin que nadie pudiera hacer nada para remediar el caos circulatorio. El concierto previo de Tabletom no fue suficiente para escalonar la llegada de varios miles de asistentes al mismo tiempo en un lugar en el que el transporte público es testimonial y cuyos accesos no están diseñados para semejante volumen de vehículos. Marenostrum Music Castle Park se clausurará el 16 de agosto con un concierto de Ricky Martin para el que, por si fuera poco, se ha ampliado el aforo, y los vecinos temen que los organizadores y las autoridades municipales no sean capaces de trazar un plan para que no vuelva a suceder lo que hasta ahora parece inevitable.
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