El Kanka, el malagueño de los 89 conciertos en pandemia
Empezó de alquiler en un minipiso de Madrid y ha llegado a dormir en el coche tras algún bolo. Una década después, se acaba de mudar al Barrio de las Letras. Este domingo el cantautor vuelve a casa con 'sold out' en el Cervantes
El otro día, sentado entre el público en un concierto de Robe, le reconoció una joven. «¡Qué fuerte! Llevo cuatro días en Madrid y ya ... he visto a mi primer famoso». Dos canciones después, volvió: «Mira, perdona, te he puesto de famoso pero tu música es muy bonita, ¿eh?». «¡Me encantó la rectificación!», ríe al recordarlo Juan Gómez Canca, El Kanka para todos. Porque el malagueño es ya un fenómeno de masas al nivel de muchos artistas 'mainstream', cierto, pero no por ningún concurso televisivo ni por hacerse viral en las redes ni por la maquinaria de una multinacional. Lo suyo es el resultado de un trabajo duro desde abajo, a veces desde muy abajo.
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Diez años después de publicar su primera maqueta y de incontables conciertos, El Kanka debuta este domingo con su música en el Cervantes. Lo ha vendido todo en el que será el primer lleno del teatro –ya con aforo completo– desde que irrumpiera la pandemia. Habrá unas 900 personas, una cifra que puede parecer poca cosa comparada con las 8.000 que fueron a verle al Wizink Center de Madrid un mes antes de que el mundo se parara. «Pero este concierto será especial por lo que simboliza el Cervantes». Es su casa, donde empezó todo, y la actuación número 89 que hará en pandemia. Pocos (muy muy pocos) pueden igualar ese número.
Ahora acumula un 'sold out' tras otro, pero hubo un tiempo en el que eso era impensable. Tiene «anecdotillas» para escribir unas memorias con tan solo 39 años (los que cumplirá en poco más de una semana). «Y me lo he planteado». Lo suyo no ha sido llegar y topar. Tuvo que cancelar un concierto en Algeciras porque no fue nadie, ha hecho bolos ganando 20 euros, alguna vez ha dormido en la calle y «dos o tres» veces en un coche porque lo que cobraba no le daba para el alojamiento. Pero lo más habitual de sus principios era pernoctar en «el sofá de un colega» de la ciudad de turno. Una vez habían quedado en recogerle tras una actuación en un pueblo de Murcia, pero allí no apareció nadie. «Y nos fuimos de fiesta con unos notas, esa noche no se dormía».
Los principios en Madrid
Se mudó a Madrid con poco más de 20 años para continuar sus estudios de Filosofía con una beca Séneca. Era su segundo intento universitario: Económicas la abandonó al primer año. Aquello tampoco fructificaría. «Creo que me quedé entre tercero y cuarto», dice haciendo memoria. Y eso que hincar codos no se le daba mal, «era el típico que estudiaba el último día y lo sacaba». En Madrid iba por la mañana a la facultad («hora y media» de trayecto), al mediodía a una academia de Majadahonda a impartir clases de guitarra (otra «hora y media» de camino) y por la tarde al Conservatorio de Música. Llegó hasta sexto de grado medio. Los fines de semana hacía algún bolo y de vez en cuando se presentaba a concursos.
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Así se dieron a conocer él y el semisótano de 30 metros que alquilaba por casi 600 euros cerca de la glorieta de Embajadores. «Kanka, el mejor cantautor de España, vive en un minipiso», se titulaba su primer reportaje en la prensa nacional tras ganar en 2008 el certamen nacional de cantautores Cantigas de Mayo. Ahora se acaba de mudar al Barrio de las Letras tras un par de años en Carabanchel. «Es más pijillo, es otro rollo, pero es muy agradable y hay muchísimos bares», bromea. Su carrera es muy distinta a cuando «luchaba por vender 20 entradas», pero sigue siendo el mismo tipo humilde, cercano y guasón. «Cuando voy a Málaga quedo con mis amigos y ninguno me ha dado el toque todavía de que me esté volviendo gilipollas», reconoce.
Se define como «un tío de clase media», vecino de toda la vida del Parque Mediterráneo y alumno «orgulloso» del Instituto Litoral. «Mi padre era profe y mi madre curraba en un banco. En mi casa nunca ha faltado el dinero». Siendo adolescente se gastó las 16.000 pesetas que tenía ahorradas en su primera guitarra, la más barata de la tienda, para apuntarse a unas clases gratis de la Junta. Debutó en público sin quererlo con 18 años en una audición en el conservatorio a la que acudieron sus colegas: tocó una pieza clásica y cantó un tema de Pedro Guerra. Por esas fechas formaría su primer grupo: Doctor Desastre. La tetería El Harén o la calle Larios fueron algunos de sus escenarios. Su debut como El Kanka sería en Cádiz, en el café teatro Pay Pay, tras nueve horas de viaje desde Madrid por 180 euros. «¡Un pastizal!».
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Es sociable, pero «patológicamente tímido», «disfrutón» y currante. Lleva diez años componiendo y girando sin descanso, incluso en los momentos más difíciles de su vida. Este junio arrasó en Madrid con cinco noches consecutivas en el Teatro Rialto. Se subió a las tablas con el corazón encogido apenas una semana después de despedir a su padre. En dos ocasiones cantó su 'Zamba para mi padre', el abrazo musical que le envió durante el confinamiento, cuando ya estaba enfermo. La dejó de interpretar durante un tiempo («Es duro para mí»), pero hace unos días la recuperó para el show. «La mayoría de la gente no sabe por lo que estoy pasando cuando la canto, pero algo se transmite porque se genera un ambiente muy particular, un enorme silencio». En Málaga no faltará. Será uno de sus últimos conciertos antes de un merecido (y deseado) paréntesis, un tiempo para desconectar y preparar lo que viene, su quinto disco.
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