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El Museo Ruso desafía a la incertidumbre con una imponente exposición sobre los horrores de la guerra
El centro de Tabacalera estrena su montaje anual de mayor ambición hasta la fecha con una selección de 180 obras, casi la mitad de gran formato
La palabra rusa 'mir' puede traducirse de varios modos. Más que 'paz', tendría que ver con la ausencia de guerra. También cabe trasladarla a nuestro ... idioma como 'sociedad' y 'humanidad'. Por eso 'Voina i mir' puede acogerse a la fórmula que ha hecho fortuna, 'Guerra y paz', pero también cabría asumirla como 'Guerra y sociedad'; o mejor, 'Guerra y humanidad'. Por esta última apuesta el especialista Pável Klímov en el catálogo de 'Guerra y paz', la exposición anual que la Colección del Museo Ruso ha estrenado este viernes junto a otros dos montajes temporales. Y en medio de la incertidumbre general traída por la crisis sanitaria que atenaza con especial crudeza a las instituciones culturales, el Museo Ruso se descuelga (en realidad, cuelga) la exposición de larga estancia de mayor ambición y mejor resolución de las que han pasado en estos seis años por los pabellones de Tabacalera. Bien es cierto que la propuesta vuelve a pecar de excesiva amplitud de oferta, con 180 piezas que podrían haberse quedado en algunas menos en favor de un discurso más 'aireado', pero el resultado final brinda un recorrido vibrante por la historia de Rusia a través de los horrores de la barbarie en el que piden protagonismo la notable representación de piezas de gran formato, casi la mitad del total.
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De los iconos en madera del siglo XVI hasta las vanguardias del siglo XX, 'Guerra y paz en el arte ruso' pone el foco en las consecuencias del horror, hace convivir a los generales con los pobres miserables, a las grandes batallas con los pequeños lisiados, a las conquistas con las hambrunas, tomando como hilo conductor el título de la célebre novela de Lev Tolstói, protagonista de un nuevo y pequeño montaje específico. Pero conviene tomar distancia con ese título. Lo explica de nuevo Klímov: «De los cuatro volúmenes de la novela, solo el segundo, que describe los acontecimientos posteriores a la Batalla de Austerlitz en 1805 hasta la invasión de Rusia por parte de Napoleón en 1812, está dedicado a las vivencias en tiempos de paz. Pero, de hecho, incluso en este intervalo cronológico, que, según Tolstói, estuvo exento de acontecimientos militares, el Imperio ruso libro tres guerras a la vez: contra Turquía (1806–1812), Suecia (1808–1809) e Inglaterra (1807–1812)».
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«Por tanto, -sigue Klímov- para ser históricamente correctos, la guerra y la paz de la novela coexisten en un continuo temporal como dos aspectos de una vida llena de contrastes agudos, a menudo insoportables, en el que la distancia entre la felicidad y la tristeza, la vida y la muerte, es a veces insignificante. La realidad de las guerras napoleónicas, tal y como la describió Tolstói, podría extenderse, aunque con algunas reservas, a toda la historia de Rusia, que ha conocido pocos periodos de paz. Y un espejo de esta historia ha sido el arte en el que, a veces, incluso en temas bastante alejados de los militares, pervive el amargo recuerdo de los que murieron, o se oye el lejano sonido de las trompetas y los tambores de guerra».
Ese eco llega vibrante hasta las salas del Museo Ruso de Málaga en un montaje de nuevo exigente para la vista y las piernas, organizado de manera cronológica, que cuenta con la colaboración de la Fundación La Caixa y que este domingo ofrecerá la entrada gratuita durante toda la jornada. Se abre la muestra con una exquisita selección de iconos junto a referencias destacadas como 'Batalla entre escitas y eslavos' (1881) de Víktor Vasnetsov o las recreaciones de las invasiones bárbaras. Iván el Terrible y el llamado 'Periodo tumultuoso' (1598–1613) dan paso a las guerras contra las tropas francesas lideradas por Napoleón. Turno aquí para detenerse ante el 'Consejo de guerra en Fili en 1812' de Alekséi Kivshenko, que muestra el momento posterior a la batalla de Borodinó en el que el mariscal de campo Mijaíl Kutúzov toma la decisión de abandonar Moscú para replegar las tropas y, a la postre, ganar la guerra.
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El pacifismo de Vereschaguin
Porque la estrategia militar convine con la barbarie más cruel en las salas del Museo Ruso. Quizá ninguna pared lo destile con mayor crudeza que esa referida a las batallas en Cáucaso previas a la primera guerra mundial. Tres piezas de Vasili V. Vereschaguin: una panorámica de un campo de batalla minado de cadáveres; a un lado y al otro, las atrocidades cometidas por ambos bandos en un grito pacifista inaugurado por el autor en la pintura rusa.
Y llegará entonces el espectador a la sala más imponente del recorrido. Aquí, sólo el reencuentro con Pável Filónov (aquel descubrimiento deslumbrante traído a Tabacalera en el verano de 2015) y su fascinante lienzo 'La guerra alemana' (1914–1915) habrá hecho que la visita merezca la pena. Pero hay otro regreso crucial con la 'Caballería Roja' (c. 1932) de Malévich colgado por fin en la pared presidencial que merece después de su paso por aquella exposición llamada a vivir en el recuerdo que pasó por Tabacalera entre finales de 2018 y principios de 2019.
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Junto a estas dos paradas imprescindibles, tres reclamos más: el vidrio pintado por Sofia Dímshits-Tolstaia que lanza en un grito vanguardista «Paz a las chozas, guerra a los palacios», los inquietantes 'Partisanos siberianos' (1927) de Yuri Jrzhanovski de un 'fauvismo' alucinado y el lisiado retratado por Izrail Lizak en la majestuosa melancolía de 'Hombre sobre un pedestal (Inválido de la guerra imperialista)' (1925).
Y más dolor si cabe. Llega en la sala destinada al Sitio de Leningrado, donde esperan las escenas de Andréi Mílnikov. Personajes desolados como la propia ciudad, la muerte vagando por las calles, los rostros desencajados, el horror a la vuelta de cualquier esquina surgen aquí lejos de la épica y la Historia escrita con mayúsculas. Porque casi siempre la paz significa mucho más que la ausencia de guerra.
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