Sr. García .

Un mundo a la medida

Cruce de vías ·

La vida no es justa y quien la inventó cometió más de un fallo que estaría bien corregir. Yo lo hubiera organizado al revés

Hay fechas que no se olvidan, que vuelven una vez al año y siempre el mismo día. Hoy por ejemplo es el cumpleaños de una ... de mis dos hermanas. Ella es la pequeña y yo soy el menor de los tres. No recuerdo exactamente a qué hora nació porque yo aún no había venido al mundo, lo hice muy pocos años después. Durante la infancia la diferencia de edad se nota mucho más que ahora. No es lo mismo una diferencia de cinco años cuando se han sobrepasado los sesenta que cuando todavía no se han cumplido los diez. El tiempo transcurre demasiado lento en la niñez y tremendamente veloz en la actualidad. La vida no es justa y quien la inventó cometió más de un fallo que estaría bien corregir. Yo lo hubiera organizado al revés. Me habría gustado rejuvenecer a medida que pasaran los años, como el curioso caso del hombre que nació viejo y murió cuando los demás nacemos. Quizás en el fondo nos ocurre a todos lo mismo y nos volvemos cada vez más niños aunque nadie lo reconozca. Antes dije que no recordaba a qué hora nació mi hermana pequeña, pero tuvo que ser de noche. Lo sé porque ella todavía guarda el carburo de luz que iluminó la habitación de mis padres la noche de su alumbramiento.

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En aquella época la luz se iba a menudo. Supongo que el hecho de nacer a oscuras le influyó a mi hermana favorablemente, la hizo andar con cuidado desde el primer día y evitó que sufriera ese cambio tan brusco que existe entre el claustro materno y el mundo exterior. A nadie le apetece abandonar un lugar confortable y tranquilo para tener que soportar, de repente, el impacto del ruido y una luz cegadora. Yo nací a las doce del mediodía en la misma habitación que mis hermanas, pero supongo que el sol estaba muy lejos porque no recuerdo haber visto sus rayos ni sentir su calor. Los tres nacimos con los ojos cerrados, quizás ese fuera el motivo de que no recuerde ninguna luz. Tal vez intuimos la clase de mundo que nos íbamos a encontrar y preferimos seguir en el mismo refugio que habíamos estado hasta entonces. La habitación de nuestros padres tenía dos apliques de pared a cada lado de la cama de matrimonio y una lámpara con lágrimas de cristal que colgaba del techo. La lámpara propagaba una luz pálida y tranquila que no tenía nada que ver con la intensa iluminación de los quirófanos. No me atraen las salas de operaciones donde comienza a fraguarse la vida con sus hostilidades. Un día de estos voy a proponer a mis hermanas jugar con el mecano que de niño tanto me gustaba y construir entre los tres un mundo a nuestra medida sin tuercas ni tornillos.

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