La Alameda Principal, ayer. Salvador Salas

El día mundial del libro

FLASHBACK ·

Si merece la pena leer es para vivir más vidas de las que a uno le cabe en el alma

Sábado, 24 de abril 2021, 00:01

Ayer se celebró el día del libro y todas las cosas que sucedieron en esta ciudad parecían hundirse en novelas, en poemas y en ensayos. ... Ayer todo lo que nos pasaba en la vida apuntaba a un libro, a cualquier libro, y por eso, la Fundación Pérez Estrada, que se dedica a reivindicar la memoria del poeta, organizó una lectura colectiva que fue nube y que fue fuego. Nos convocaron a las once de la mañana. Participó mucha gente, hubo allí un trozo representativo de carne de la cultura y de las letras, muchedumbre culta y oculta de esta ciudad. La Agencia Estatal de Meteorología anunciaba una lluvia que no se produjo, como pasa tantas veces en las que dan agua y luego no cae nada, ni una sola gota de agua del cielo, nos anticipan lo peor y luego ese mismo presagio se convierte en algo radiante como un sol: algo que vibra, temblando como un libro que está a punto de leerse.

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Intento leer todo lo que puedo, trato de recibir todo lo que me permite esta vida sin freno, y aún así me parece lamentable reivindicar la lectura como el culmen de todas las cosas. En la mañana de ayer, en Málaga, éramos casi cuarenta los convocados para un acto que consistía básicamente en leer en voz alta, delante de los otros, como desnudos, en la Alameda Principal, un trozo de tierra recién renovado como un lugar que no lo es, un cacho de planeta que quería ser gloria y que luego fue fuego. La lectura, entonces, se convierte en un acto revolucionario sin más pretensión que la de ser escuchada. Todo se convierte ahora en un acto radical. En una cosa que no puede leerse.

Había puestos de libros que estaban lanzados sobre la Alameda, las librerías anunciaban un descuento que se supone tentador, del diez por ciento, y yo me concentraba entonces en la parte que me tocaba leer, y paso a reproducirla con todo mi descaro. Aquí va:

«Hijo de este milenio trepidante, nuestro imaginario está colonizado por la velocidad, la inmediatez, la multiplicación. Enamorados de la aceleración, nos deslumbran las conexiones instantáneas, los procesadores vertiginosos, el milagro de oprimir una tecla y comunicarnos de inmediato a través de inmensas distancias. Pero toda esa tecnología rápida y fabulosa es hija de una máquina que trabaja despacio: el cerebro. Y es precisamente su lentitud el secreto de su refinado funcionamiento. Las ideas que sustentan nuestra racionalidad necesitan tiempo, sigilo y sosiego para desarrollarse. Como escribió el historiador romano Tácito: 'La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre'. Presos de la prisa, hemos arrinconado la educación de la paciencia. A esta falta de serenidad cognitiva podemos denominarla crisis de distracción. Guy Debord afirmó que nuestro tiempo nos empuja a ser más espectadores que lectores; es decir, a diluir la tensión del lector en la entrega del espectador. Leer no es tan pasivo como oír o ver; es recreación y efervescencia mental. Leemos a nuestro propio ritmo, modulamos la velocidad, interiorizamos lo que queremos asimilar y no lo que nos arrojan con tal ímpetu y volumen que acabamos apabullados. En esta época acelerada, los libros emergen como aliados para recuperar el placer de la concentración, la intimidad y la calma. Por eso, leer puede ser un acto de resistencia en una época invadida por la información nerviosa y desbocada».

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Uno se pregunta por qué merece la pena leer, si es que cabe alguna pena en ese acto. Uno se pregunta para qué vale hacer todo lo que ha hecho. Si merece la pena leer es para vivir más vidas de las que a uno le cabe en el alma. Si merece la pena leer, digo yo, es para echar un vistazo al pensamiento y al relato del otro. Es para saber que hay más vidas que la nuestra, más universo que el que nos espera, que hay todavía un corazón que está palpitando de vida por nosotros. Nos quedan muchas cosas por vivir. Ahí radica la lectura. Ahí reside la esperanza.

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