Montejaque, el pueblo de Málaga que cada verano abre sus casas al country
El Pueblos Blancos Music Festival celebra su octava edición reuniendo a más de 80 artistas de música de raíz americana en la Serranía, en una experiencia única de convivencia
En Montejaque, un pequeño pueblo de la Serranía de Ronda, el verano empieza con un sonido diferente. No son las campanas ni el murmullo del ... río. Es el cruce de guitarras, voces y acentos que llegan desde distintos rincones del mundo para fundirse en un mismo espacio: las calles empedradas, las plazas, las casas rurales que se convierten, por unos días, en improvisados estudios de ensayo. Aquí no hay vallas, no hay pulseras VIP, no hay entradas. Aquí hay música, y sobre todo, convivencia.
Publicidad
Hace ocho años, nadie imaginaba que un rincón tan pequeño pudiera albergar un festival internacional. Ni siquiera Josu Camacho, el impulsor de esta aventura. «Fue una locura romántica», admite. La historia comenzó con una conversación casual. Camacho, que lleva décadas vinculado al turismo musical, recibió una llamada desde Austin, Texas, la ciudad que presume de ser la capital mundial de la música en directo. Un amigo suyo, bateria, le lanzó una idea que sonaba imposible: «¿Crees que podríamos llevar una de mis bandas a tocar a los pueblos blancos?». Él no dudó demasiado. Llamó a su cuñado Juan De Castro, hablaron con algunos alcaldes y la respuesta fue inesperadamente unánime: «Tráetelos para acá».
El resto es una sucesión de improvisaciones que acabaron convirtiéndose en tradición. El primer año, setenta músicos pagaron de su bolsillo el billete de avión para tocar en plazas y bares de Montejaque, Ronda y Grazalema. No había patrocinadores, ni estructura, ni plan de negocio. Había ganas. Y esas ganas siguen siendo hoy el motor del 'Pueblos Blancos Music Festival', que desde este 31 de julio al 3 de agosto se encuentra celebrando su octava edición y más de 80 artistas.
80 Artistas
El festival no se entiende sin Montejaque, que es mucho más que una sede. Es el corazón. Aquí duermen, comen y conviven los más de ochenta artistas que este año participan. Casas rurales, hostales y viviendas particulares se llenan de guitarras, amplificadores, risas y acentos. Por la mañana, todos desayunan juntos. Al mediodía, la plaza se convierte en comedor colectivo. El ayuntamiento prepara paella, los vecinos sacan sillas y los músicos se mezclan con ellos como uno más. «Aquí no hay backstage. Aquí los artistas comen con los vecinos, se sientan en la plaza, charlan con la gente y tocan juntos en 'jam sessions' improvisadas», explica Josu. La siesta marca una tregua , «es el deporte nacional», bromea, antes de que empiece la música.
Publicidad
Al caer la tarde, minibuses cargados de instrumentos parten desde Montejaque hacia otros pueblos de la comarca: Ronda, Olvera, Jimena del Líbar, Cortes de la Frontera. Cada noche, un pueblo diferente. Tocan cuatro o cinco bandas por velada, y cuando todo termina, los músicos regresan a este pequeño municipio de la Serranía. Pero la noche no acaba. En las casas rurales, los amplificadores vuelven a encenderse. Surgen improvisaciones, colaboraciones inesperadas, planes de futuro. De esas madrugadas han nacido giras por Europa, grabaciones en Austin y amistades que se mantienen todo el año.
Espíritu
El espíritu del festival es precisamente ese: un lugar donde la música no se consume, se comparte. «Esto no es un festival al uso. No queremos masificación, no queremos convertirnos en un macroevento. Aquí caben 300 personas en la plaza. Si vinieran mil, perderíamos la magia», dice Camacho con convicción. En tiempos de festivales que se cuentan por decenas de miles de asistentes, Pueblos Blancos apuesta por lo contrario: la cercanía. Los conciertos son gratuitos. No hay entradas que vender. «Vamos al revés de todos. Perdemos dinero, pero ganamos experiencias», confiesa el organizador.
Publicidad
«No queremos masificación, no queremos convertirnos en un macroevento. Aquí caben 300 personas en la plaza. Si vinieran mil, perderíamos la magia», explica Camacho
El cartel de este año es un reflejo de esa autenticidad. No hay cabezas de cartel mediáticos, pero sí nombres con alma. Lian Atherton, cantante de country que ha compartido escenario con Willie Nelson, regresa desde Austin. Donovan Kiss pondrá el toque soul y funky. Las Negris traerán la raíz flamenca. Barakat llega desde Nueva Orleans con su swing del Mississippi. Junto a ellos, bandas indie, rock y folk de Bélgica, Barcelona, Madrid y Andalucía. Más de veinte formaciones que llenarán de música americana, blues, flamenco y jazz los rincones de la Serranía.
Quizá lo más sorprendente es que un festival tan singular siga siendo prácticamente desconocido fuera del circuito. En 2021, Pueblos Blancos ganó el premio al Mejor Proyecto Musical del Mundo en los 'Music Cities Awards' un reconocimiento internacional que lo situó por delante de iniciativas de ciudades como Melbourne o Londres. Sin embargo, aquí en casa, el festival se mantiene en un discreto segundo plano. Tal vez sea mejor así. Tal vez el secreto de su encanto esté en esa mezcla de anonimato y autenticidad que permite escenas imposibles: un guitarrista tejano tocando con un cantaor en un rincón del pueblo, mientras los niños corren y las abuelas aplauden el compás.
Publicidad
Josu Camacho lo explica de manera sencilla: «Cada año creemos que será el último, porque económicamente es complicado. Pero cuando termina y vemos las sonrisas, sabemos que no podemos parar este tren». En su voz hay cansancio, pero también emoción. Sabe que lo que ocurre aquí no se compra con dinero: se construye con tiempo, con confianza, con hospitalidad. Por eso, más que un festival, Pueblos Blancos es una experiencia. Un espacio donde la música cruza fronteras y los pueblos blancos se convierten, por unos días, en capitales culturales. Un recordatorio de que, a veces, lo pequeño es lo que realmente importa.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión