Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 21 de julio

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras.

Lunes, 21 de julio 2025, 00:24

  1. Manuel Sanchiz Salmoral

    La gamba

En mi casa solo vemos las gambas pintadas en el álbum de 'Vida y Color'. Mi padre dice que a la tropa no le gustan ... las gambas. En la fiesta del pueblo entramos en una caseta. Mi padre se acercó al mostrador y cogió una gamba. El camarero con cara de pocos amigos le dijo que el género no se tocaba. Mi padre le contestó que estaba saludándola, porque la conocía de la feria del año anterior. Luego nos miró y nos dijo que el camarero era un esaborío y un malange. Hace unos días ha sido el cumpleaños de mi madre. Mi padre le dio un beso y le preguntó de qué era el arroz. Mi madre le contestó que de mariscos. Mi padre llamó a la familia y les dijo: quien encuentre la gamba le regalo un chupa chups.

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  1. Juan Carlos Rodríguez Torres

    Abecedario pesimista de la humanidad

Aun Buscando Con Dedicación, Enfervorecido, Furioso, Grandes Hombres, Intelectos Jadeantes Kilométricos, Laureadas Mentes, Ni Ñapa Obtuve, Poco Que Rascar, Solo Tenté Un Vacío Wikipediano, Xilófago Y Zozobrante.

  1. Manuel Jesús Venegas Mateos

    Siete días

Una luz opacó la oscuridad. La expansión unió el cielo y la tierra. Una bolsa de fuego calcinó la vegetación. La presión y el polvo cegaron los astros. Las aves dejaron de surcar el cielo. El hombre, dominador, fue causa y castigo de su propio fin. En el séptimo, la bomba, descansó.

  1. María Jimena Salinas Ruíz

    Los duraznos de doña Tomasa

Cada agosto, los duraznos del árbol de Doña Tomasa sabían distinto.

Un año sabían a lluvia, otro a luto, otro a campanas rotas.

Nadie entendía cómo, pero bastaba un mordisco para recordar lo que uno nunca vivió: el parto de una mujer desconocida, el incendio de una escuela, el temblor del '76. Decían que el árbol guardaba los secretos del pueblo. Los que se enterraron con los cuerpos. Los que se callaron por vergüenza.

—El árbol tiene memoria —decía Doña Tomasa, sirviendo atol.

Una tarde, el árbol no dio fruto. Las ramas colgaban como si guardasen un secreto que no podía decirse. Tomasa murió esa noche, en silencio.

Desde entonces, el árbol solo da hojas secas. Pero a veces, cuando alguien se sienta bajo su sombra, empieza a llorar sin saber por qué. Y los pájaros, que no olvidan, cantan bajito para no despertar la memoria.

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  1. Ulyana Marchuk Davydiuk

    Gula

Una persona promedio puede sobrevivir seis semanas sin comer, pero son los primeros días aquellos más crueles, cuando el organismo detecta el rápido descenso de la glucosa y recuerda el sabor de la última comida. El hambre se torna el animal más voraz, trastornando la razón y desgarrando el ánimo.

En el duodécimo día, en aquella sala blanca solitaria, apenas recibió la jaula, mató al ave sin esperar al macabro anuncio habitual. La desplumó con manos temblorosas y devoró su carne cruda, traicionando lo que se prometió el primer día.

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A la mañana siguiente, despertó en una sala dividida por celdas. Del otro lado, un grupo de personas la observaba, tan desconcertadas como ella. Entonces, comenzó el anuncio del día: «Bienvenidos al experimento No217 sobre los efectos psicológicos del hambre en el ser humano».

Y sin terminar de escuchar lo anunciado, comprendió que esta vez, ella sería la presa.

  1. Celia Ortiz Lombraña

    ¿No se ha mirado usted al espejo?

No debió de tratarme así. Yo sólo le dije que por la noche había tenido un golpe de ansiedad, y sin más, con facilidad, sin ataduras a la conciencia, me increpó con las palabras más hostiles: Tienes una enfermedad psicótica, muy grave y sin cura, y lo repitió sin cesar, como si quisiera provocarme o que confesara un crimen que no había cometido. Todo lo que profirió después me hizo sentir tan pequeña, dependiente de todo, y cuando vine del hospital, sentí que algo raro pasaba en mí, como si me faltaran las fuerzas para caminar.

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Sólo conseguía oír sus estigmatizantes prejuicios. ¿Cómo una doctora podría ser tan injusta? ¿Qué había hecho yo?

–¿Se ha mirado usted al espejo?–me preguntó el agente.

–¿Perdón?

Y cuando me vi, pegué un grito apocalíptico. Yo me había convertido en una marioneta. Yo era un muñeco de papel.

  1. José Juan Benítez Rochel

    La botellita

Por fin llegó el paquete que esperaba. Un repartidor sudoroso se lo había entregado. Con parsimonia se sentó en el sofá de su salón y lo abrió muy despacio. Encontró la misma botellita azul que había visto en el anuncio. Era justo lo que quería. Cuando estaba a punto de colocarla en la estantería vio que tenía pegada una etiqueta con letras muy pequeñas. Buscó una lupa y pudo leer: bébetela y pide un deseo. No pudo resistirse. A pequeños sorbos la apuró hasta el final. El líquido era dulce y de sabor muy agradable. Luego cerró los ojos y pensó en lo que le gustaría haber sido y nunca consiguió. Cuando los abrió notó algo raro en su cabeza.

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Estaba llena de pelos y las orejas eran enormes. Rápidamente, dando saltos, fue a mirarse al espejo del recibidor y comprobó felizmente que se había convertido en un conejo gigante.

  1. Valeria Bushkevich

    La medusa

De pequeña no me gustaban las medusas por su textura gelatinosa y una evidente falta de cerebro (¡cómo me equivocaba!). A ver, no me parece justo que cada vez que entro en el agua para salvarme del calor que me reseca por dentro y castiga cada célula triste y deshidratada de mi cuerpo, tengo que estar pendiente de que no me den ese beso asqueroso con sus tentáculos. Ahora de grande creo haber interiorizado su filosofía. Me hice bastante transparente, no demuestro a todos que sí tengo cerebro, disfruto de la vida nadando en mi mundo y al percibir una posible invasión de mi paz, pues pico, y pico fuerte, sin piedad alguna.

Por lo menos, que yo sepa, no soy venenosa ni dejo quemaduras.

  1. Míriam Montes Texeira

    El cambio

En un pequeño pueblo hay un niño que tiene que cuidar de su familia, que tiene que alimentarla con lo poco que tiene, que tiene que parecer fuerte ante todas sus dificultades y que lucha por obtener oportunidades para conseguir una vida mejor. Esa vida no tiene que ser perfecta. Si esa vida tiene a su familia, si esa vida tiene amor, ayuda y paz, le sirve. En las pequeñas cosas se encuentra la felicidad. Nosotros somos conscientes de lo que pasa en este mundo, pero, entonces, ¿por qué no somos ese cambio y esa felicidad que el niño necesita? Hay lejos de ese pequeño pueblo una niña que mira a través de la televisión toda la pobreza que hay en el mundo, niños que quieren felicidad. A lo mejor, piensa ella, que los pequeños actos pueden cambiar esa injusticia. Es más sencillo si colaboramos todos. Aquella niña soy yo.

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