Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 23 de agosto
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SUR
Sábado, 23 de agosto 2025, 00:03
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Nuria Pardo García
Vivir en la sombra
A veces me pregunto por qué esas diferencias si los dos nacimos al mismo tiempo, crecimos al mismo ritmo, empezamos a caminar juntos y nos ... pasearon en cochecito sin separarnos un momento. Se llama Santiago, yo tengo la misma inicial, aunque mi nombre no importa. Cumplimos ocho años y cuando él sale a la calle yo sigo detrás, al lado, o en ocasiones delante, excepto en los días que llueve, entonces no lo acompaño, el mal tiempo me amedrenta y no aparezco, es mi carácter reservado opuesto al suyo. En una ocasión intenté alejarme de él, fue un desastre, quedé varado a la entrada del colegio, inmóvil, pensé que era el final, tuve que esperar hasta que salió para sumarme a sus pasos. Es mi destino, seguiré siendo su sombra hasta el final de los días o hasta que consiga independizarme.
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Beatriz Hernández Pino
Banderas de papel higiénico
Era como si ella encarnase al pueblo. Al populacho más vulgar, más sincero, más plebe. En la Edad Media habría jaleado más muerte para el ya condenado, como si el castigo ajeno aleatorio hiciera que su situación mejorase. Como si el escozor significara mérito. Como si argumentar con vehemencia los intereses de sus opresores incluyese su nombre en la lista de invitados. Le enfurecía la desobediencia en sí porque ella se esforzaba por cumplir la norma. La cumplía y la hacía cumplir como parte de su identidad. Con orgullo refranero. Se personificaba como símbolo del éxito del progreso civilizatorio fiscalizado por el qué dirán. Aunque esa norma fuese la misma que la sometía. Tenía repertorio de infortunios para pudrirse presa de sí misma hasta la eternidad. Nunca entendió que lo que le pasaba no era culpa de nadie. Si no, más bien, consecuencias de estar viva.
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Paula Victoria Álvarez Benítez
El corazón y la lengua
No recuerdo cuánto duró el asedio, pero sí la sequedad en los labios y el olor a humo y sangre seca. Tenía doce años y apenas podía sostener el arma. Sin embargo, allí estaba, entre hombres que contaban hazañas con los dientes rotos y otros que mordían cuero para no gritar.
El hambre era un segundo ejército. Cada noche alguien caía: gangrena, fiebre o puro agotamiento. Una muchacha osó cruzar la línea para traer noticias. Las balas no se apiadaron de sus dos trenzas.
Cuando llegó la noticia de la rendición, alguien exclamó, sin sentirlo: «Me sabe a poco». El líder tomó una piedra del suelo y le ordenó llevarla en la boca al entrar en la ciudad.
Avanzamos, exhaustos, por calles vacías, entre casas deshechas y llantos ahogados bajo los escombros.
Los sigo oyendo en mis sueños.
Y aún tengo en la lengua el sabor áspero de aquella piedra.
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María Inés Heidenreich
Delicado como un bonsái
Después de participar en un taller de 'Jardinería Zen para el Desamor' vía Zoom, directo desde Japón, decidí canalizar mi pena cultivando bambú. Amor que no florece, planta que sí, decía el sensei con una paz sospechosa.
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Planté una por cada ex. El balcón parecía una reserva ecológica. Regaba con esmero, les leía haikus, les ponía música instrumental. Cada brote era un triunfo emocional. Cada tallo, una venganza verde.
Una mañana, uno habló.
—Basta, Larisa. Esto se fue de las manos —dijo, con voz grave.
—¿Toribio? —susurré.
—Sí, me reencarnaron. En bambú. No preguntes.
Me desmayé sobre la maceta. Al despertar todo era silencio.
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Desde entonces, no riego. Sólo escucho. A veces me aconsejás. Otras veces discutimos.
Pero no podés irte. Sos decorativo y estás enraizado.
Al fin, un amor que no huye.
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Milagros Moya López-Peláez
Adiós raíces
Desde su privilegiada posición veía la vida pasar. Estuvo años divisando cómo las abejas construían el panal en el que, finalmente, se acomodaría la reina.
Contempló durante semanas cómo aquel señor fabricaba un columpio en el que se balancearía su nieta durante toda su infancia cada vez que acudiese a visitarlo. Fue partícipe del inicio del romance entre aquellos jóvenes que se besaban furtivamente bajo la sombra que proyectaba su silueta.
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Sin embargo, el día menos pensado, la calma terminó. Repentinamente, sintió a sus espaldas un ruido que nunca antes había escuchado. El pitido de una extraña máquina cuyas cuchillas avanzaban girando a toda velocidad hacia él, le estremeció. El artefacto le cercenó no solo la robusta corteza de su tronco, sino también el privilegio de haber sido el árbol más longevo de la comarca, con el origen de toda una vida nacida en las profundidades de sus raíces.
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Juan José Pérez Pérez
Elemental
El cadáver de Don Arturo, El Bodrio para sus alumnos, yacía sobre la mesa de su laboratorio de ciencias.
Sus alumnos lo vieron desplomarse aparatosamente sobre la colección de minerales y dieron la voz de alarma pero cuando llegó la ambulancia sólo pudo certificar su muerte por shock anafiláctico.
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El inspector Gálvez revisó de nuevo el listado del grupo antes de acusar a la repetidora de envenenarlo.
Solo ella podía saber que era alérgico a la aspirina y que chuparía la halita para enseñarles a diferenciarla de la fluorita.
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Juan Francisco Leante García
Llamadas de atención
El jardín agujereado. Las raíces del último árbol como culebras exudando muerte. La vecindad congregada al otro lado de la verja. Aunque es noche cerrada no se mueve una hoja. Excavan y sudan. Hay mucho terreno por explorar.
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Comenzó con una denuncia de mi vecina. Entonces arrancaron el manzano.
No hallaron lo que buscaban. Todo el pueblo quiso ver qué pasaba. Llegaron especialistas. Perros.
Ahora soy yo quien los atrae. Vienen y cavan. Luego cubren y dejan el terreno aplanado, sin árboles. Soy una celebridad. Ya no, el niño invisible que mi madre desatendió y casi se ahoga en el mar.
Cuando voy a las casas a arreglar un grifo, cojo pelos del peine, sortijas, pendientes; lo que pille. Hago las llamadas anónimas. A los policías les excita hallar las cajitas enterradas. Buscan coincidencias en su base de datos. Nunca las encuentran. Disfruto mucho viéndolos humillados cuando se disculpan.
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Gonzalo Arias
Perímetro
El filósofo y el poeta caminan por Berlín. Después de visitar dos o tres museos ven que a lo lejos, en una calle deshabitada, están por demoler un edificio. Se acercan y esperan la explosión. En un momento parece que el filósofo va a decir algo, pero se queda callado.
Hace tiempo que guarda una pregunta para su amigo, una pregunta abstracta y a la vez demasiado íntima. Los dos siguen detrás del perímetro de seguridad, mirando en silencio el último reflejo de esas ventanas. De repente el filósofo suelta la pregunta, y en el mismo instante que el poeta contesta, el edificio estalla.
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