Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 16 de agosto

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 16 de agosto 2025, 00:08

  1. María Gil Sierra

    Calíope

Le serví otro café mientras le aconsejaba sobre el último párrafo de su novela. Cuando añadió el punto final, salió con el manuscrito bajo el ... brazo. No regresó. Aunque dejó un anuncio que decía: alquilo casa con muebles y con musa. Los nuevos inquilinos, unos padres muy jóvenes, jamás mostraron interés por la escritura. Por más ideas que les iba susurrando al oído, preferían usarme de niñera. O me hacían subir las cuatro plantas cargada con sus compras. Harta, un día me reuní con mis ocho hermanas. Ellas me persuadieron para hacerme autónoma. Ahora, además de mudarme a un piso con ascensor, escribo mis propios libros. Y lo más importante: cobro derechos de autor.

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  1. Antonio Bustamante Ramírez

    La Morgue

Una semana para jubilarme. Cuarenta años escribiendo de todo: crónicas sociales, política, sucesos.

Como despedida, me asignan lo que nadie quiere: alimentar 'la Morgue'. Necrológicas anticipadas de personajes vivos. Esta vez con ayuda de la IA: calcula fechas de muerte según edad, historial, ADN, estadísticas. Una maravilla, dicen.

Ya tiene nuevo dueño mi despacho. Me relegan al rincón junto a la máquina de café. Abro el archivo: veinte nombres. Artistas, políticos, periodistas aquí y de fuera. Famosos.

Ordenados por profesión. Cada uno con su fecha estimada de fallecimiento y causa probable.

Repaso con desgana. Al llegar al número 17, me detengo.

Juan Gómez Martínez. 20 de septiembre de 2025. Causa: arritmia severa e infarto.

Parpadeo. Vuelvo a mirar. Ahí sigue. Soy yo. Esa fecha es justo dentro de una semana. Exacta. Y dicen que este programa de IA nunca se equivoca.

Tengo que darme prisa. Quiero hacer un buen trabajo.

  1. Julia Álvarez González

    Mar

Dejé que la arena cubriese mis pies y aspiré el aroma a tierra mojada, caminé entre cubos, palas y arquitecturas diversas en un caluroso día de estío.

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Bajo un bosque de sombrillas que aliviasen la canícula, se protegían de los implacables rayos ultravioleta los visitantes del arenal.

Recogí agua de mar en una botella y emprendí el camino de regreso a casa.

De madrugada desperté en medio de un gran oleaje, el mar no pudo soportar estar encerrado en una botella e implosionó fuertemente.

Me vi nadando entre muebles de cocina, camas, cacerolas, vi al televisor emitir un último programa, sofás, sillones, y mesas me rodeaban, seguí nadando hasta alcanzar la orilla de la playa.

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Lo último que vi fue el tejado de mi casa emerger antes de hundirse definitivamente en las aguas.

Desde entonces nunca más tuve la osadía de encerrar el mar en una botella.

  1. Vilma Elena Hernández Alvarado

    La venganza verde

Creyeron que podían extraer energía del corazón del Amazonas, que las raíces eran cables, que la selva era materia disponible, y cuando los cristales tocaron la tierra, algo despertó, no por odio, sino por memoria, las plantas se movieron, hablaron sin boca, rodearon los cuerpos con una fuerza que no pedía permiso, y quedaron allí, frente a pantallas vacías, con los ojos abiertos y la vida cerrada. Los gobiernos llegaron tarde, los archivos se habían borrado, la vegetación creció sin respeto por mapas, rompió el concreto, devoró las ciudades, y los que sobrevivieron aprendieron a callar, a retroceder, porque la selva no pidió explicaciones, solo actuó, no vengó, corrigió, no castigó, equilibró, y lo que parecía final era advertencia, lo que parecía silencio era juicio, todo comenzó con el irrespeto a las especies, con la arrogancia de creer que todo era nuestro, sin saber que ya germinaba La Venganza Verde.

  1. Mónica Alejo

    Doscientas ochenta kilómetros

Rafael zarpó a Marruecos en los 50. Al llegar fue ingresado en el hospital y allí conoció a Noa, su enfermera.

«Tiene usted los ojos como mi nieto Malik. ¿De dónde es usted?», dijo Noa. Rafael le respondió: «De un paraíso de la Axarquía llamado Benajarafe».

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El hijo de Malik, con 17 años, llegó a Almayate, junto a 18 supervivientes más. Tres años después, mientras vendía pareos por los restaurantes de la zona, Mohammed conoció a Laia y a su hijo Dylan de 11 años. Laia se fijó en su mirada, y le preguntó: «¿De dónde eres?», y Mohamed respondió: «De Alhucemas». Laia le reveló: «Mi abuelo Rafael llegó a Alhucemas en los años 50. Murió en un Hospital de Casablanca. Por cierto, tienes los ojos iguales que mi madre. Anda, dame una camiseta de la talla 13 para Dylan.

  1. Carmen Campo Lerma

    La biblioteca de los analfabetos

No entraron más analfabetos en la biblioteca del cielo. Los del interior contuvieron la respiración. «¿Ha llegado el día?», se repetían todos, apretando los puños hasta que sangraban la tinta que no tocaron nunca. La puerta se abrió lentamente y una niña se asomó. «¡Cómo no, siempre son las niñas!», dijeron por el fondo las mujeres que habían trabajado la tierra. «Creo... creo que soy la última», tartamudeó ella mientras alisaba su traje que parecía de astronauta.

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«Me dijeron que cerrase la puerta al entrar». Varios siglos allí dentro exhalaron al unísono. «Lo hemos conseguido. Ya no hay más». El mismo mensaje se repitió en sus mentes. La niña sacó unas gafas y un libro que escondía en su espalda.

«Entonces, ¿empezamos la clase ya?».

  1. Jorge Isaacs Quispe Correa Angulo

    Revelación

De niño le intrigaba saber si los magos podían, realmente, hacer desaparecer a una persona. Vio algunos trucos que lo sorprendieron, pero luego, con la modernidad de internet, descubrió que no eran verdaderos actos de magia, sino ilusionismo puro, juego de luces o de dispositivos especiales que engañaban al espectador.

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Mientras recordaba esto la vio, desde su departamento del piso once, caminando por la calle, apurada y portando dos maletas, sumergiéndose entre la multitud, haciéndose pequeña, despareciendo entre el gentío, sin palabras mágicas, para siempre de su vida.

  1. Fernando Rodríguez Torres

    Pedido 030254

Fue un pedido muy extraño, no eran clientes habituales.

Nos dio tiempo a contratar a un número suficiente de orfebres, cristaleros, joyeros y tallistas de diamantes. Eran condiciones difíciles, el índice de desgaste era muy alto y casi todo trabajo nocturno. Se trajeron a sus familias, daba gusto ver a aquellas niñas, jugando con los recortes, absortas en dibujar ellas también piececitas perfectas. Todo un gremio. Al final tuvimos un número más que suficiente de piezas, todas hermosas y bien acabadas. Cuando llegó la fecha, entregamos, cumpliendo con todas las especificaciones: no había dos piezas iguales y encajaban todas entre sí perfectamente. El tapiz, casi tan efímero como las flores del corpus, lo cubrió todo. Aun así, el cliente no repitió.

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Fue la última vez que nevó en Málaga.

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