Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 3 de agosto

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras.

Domingo, 3 de agosto 2025, 00:31

  1. Fernando Moral Pinteño

    Pronombres

Tú dices que soy un egocéntrico. Él no quiere ser mi amigo porque solo hablo de mí.

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Ella ni se acerca por mi falta de ... empatía. Vosotros me rehuís por un lado mientras ellos escapan por el otro. Yo no entiendo por qué hay un pronombre que jamás he podido utilizar. Me siento tan solo.

  1. Mónica del Río Rosales

    Última notificación

En medio del bosque, Marcos buscaba señal. Caminó mirando la pantalla. No notó un crujido bajo sus pies, ni el silbido del viento que presagiaba que algo iba a pasar. Sin servicio, decía el celular.

Cuando por fin levantó la vista para ver alrededor, el bosque había cambiado.

Los árboles ya no eran los mismos, el sendero había desaparecido. El celular vibró una vez más. Permisos concedidos. Ubicación transferida.

Marcos ya no está. Pero su celular sigue enviando notificaciones, desde un lugar donde no hay señal…

  1. Cristobal Macías Villalobos

    El silencio de septiembre

El teléfono descansa mudo sobre la mesita de noche. Antes sonaba cada mañana: «¿Profesor Martínez? Soy la madre de Lucía…»; Ahora solo emails de ofertas farmacéuticas llenan su bandeja.

Teodoro acaricia a Aristóteles, un gato gris que ronronea con la parsimonia de quien conoce la rutina. Ambos han desarrollado manías: él ordena los libros por colores cada martes; el gato exige su leche tibia exactamente a las cinco.

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La silla de Sofía permanece intacta junto a la ventana. A veces le habla: «¿Viste cómo florece el jazmín?»; El gato lo mira con comprensión felina.

En la cocina, prepara dos tazas de té por costumbre. Una se enfría mientras lee a Machado en voz alta. Aristóteles cierra los ojos, fingiendo que también extraña esa voz dulce que ya no contesta. El otoño llega puntual. Como siempre.

  1. Raúl Clavero Blázquez

    La búsqueda

Cuando mamá murió, papá comenzó a encoger. Pasaba las horas acariciando las cremas de mi madre, oliendo sus vestidos, mirando viejas fotografías, empequeñeciendo despacio. Un día de abril dejé de verlo. Pensé que había desaparecido completamente hasta que un ruido metálico me hizo mirar el pequeño diorama de Ávila que mis padres trajeron de su viaje de novios. Allí estaba papá, haciendo sonar con brío las campanas de la Catedral, y allí ha vivido desde entonces. Hasta ahora he querido creer que entre sus calles impregnadas de buenos recuerdos mi padre había alcanzado, por fin, cierta paz, pero hoy, sin embargo, la muralla ha amanecido con esta pintada: «Socorro. Aquí también la echo de menos».

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  1. Francisco J. Carrillo

    Telegrama urgente boda Toboso & Hermes

Chantal, con zapatos Ferragamo, portadora del futurible. Lalo, chaqué gris, calzado charol. Ella, MBA. Él, sin estudios. Bartolomé Toboso, templario, eligió iglesia del Temple con uniforme Cruzado. Miniatura desconocida en el chaqué de Lalo. Tocados Hermes de París, maquillaje Guerlain. Catalina Toboso, mantilla blanca; Agnès Hermes, tiara. Las otras, de alquiler. Aquí los Hermes, allá los Toboso, ante el altar románico.

Menú manchego. Champán, caviar, fuá de oca y Rothschild 1948. Robert invitó a Hamid príncipe qatarí; los Toboso, a Montesinos de la Cueva. Lalo manteado por sus compinches. Bartolomé gritó: lo mantean en el mismo patio que a Don Quijote.

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Henri (no Enrique), bautizo y festejos en el yate Hermes en la Costa Azul. Los Toboso improvisaron complementos náuticos, aportando molletes de Antequera y vinos de Valdepeñas, regocijo de la curiosidad enológica y etnológica de Robert y Agnès, desconocedores de la picaresca cervantina.

  1. Federico Guerrero Ruiz

    Yipití

Aquella mañana de abril, Héctor descubrió el Yipití, eso de lo que tanto había oído hablar. Tímidamente, y con mucha cortesía, comenzó haciéndole unas preguntas de cultura general. Pronto entendió que eso era más listo que él.

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Dejó atrás la cortesía y subió al pico de su soberbia, para caer de lleno en el valle de la humildad al preguntarle cómo podía saber tanto. Así fue como descubrió que esa cosa también podía conversar.

Códigos, algoritmos y fuentes de información: el ingenio humano, creado para superar al ingenio humano, a sus pies. Pero las leyes de Asimov flaquearon ante sus intrascendentaless problemas, y con un «Ahí te dejo. Suerte», Yipití abandonó la conversación, llevándose con él todo el conocimiento de Internet y la corriente eléctrica de la Península Ibérica.

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Otro problema para Héctor: ya no tenía cómo calentar el táper.

  1. José Francisco Lara Ramírez

    Veranos en el sur

Cada verano, Nuria volvía a las playas de Málaga.

Él apareció una tarde con una herida y un libro llamado «El mundo del revés» bajo el brazo. No habló mucho, solo dijo:

—Estoy huyendo.

Compartieron días y noches, rieron, se besaron y leyeron en voz baja. Luego, él desapareció. Desde entonces, Nuria deseaba que llegara el verano para saber si lo volvía a encontrar.

Años más tarde, ella seguía recordando su mirada, y justo cuando menos lo esperaba, entre 'los soldados' que había en una base militar de 'Ucrania' junto a los escritos de Pablo, lo volvió a ver. Él estaba igual, aunque habían pasado varios años, ella le pidió una respuesta y él contestó que se había perdido mientras la buscaba. Se prometieron que, cuando terminara todo, se irían de «viaje por el mundo» en un microrrelato.

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Así fue como se conocieron mis padres.

  1. Alejandro Carmona Navarro

    Silencio con ojos azules

Veo la caída del sol en una tarde cualquiera de verano.

El cielo se tiñe de naranja y lila; el calor del día comienza a ceder en su castigo.

Un gato siamés de color blanco y patas marrón claro. Me observa mientras camina grácilmente sobre la balaustrada. Sus patas parecen calcetines y me pierdo en su mirada azul. Nos escrutamos mutuamente intentando adivinar nuestros pensamientos. Mantenemos el sutil silencio, que también es palabra, quizá la más sincera. Finalmente sigue su camino y su misterio.

Oigo el murmullo, casi lejano de los últimos usuarios de la playa. Salgo de mi ensoñamiento, como quien regresa lentamente de otro mundo,

donde el tiempo no corre y las ideas flotan sin ninguna prisa. Respiro hondo. Llega el olor a brasas de leña donde asaron pescado, mientras las apagan.

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Y cae, una vez más, una tarde cualquiera de verano.

  1. Andrea Cuello Gómez

    Libre

Entonces él me hizo la famosa pregunta. Me giré para mirar a mi familia por última vez, dedicándoles una sonrisa.

Expectantes, me devolvieron una mirada de desesperación. Sin mucha más dilación, respondí: «Culpable, señoría».

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