Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 2 de agosto
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Viernes, 1 de agosto 2025
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Juan Antonio Chamorro Barrientos
Cambio de rumbo
Lo tenía decidido.
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No había visto un solo policía en un amplio radio.
El mundo había cambiado mucho en siete años. Extrajo el informe de ... conducta que le entregaron y comenzó a releerlo muy despacio, moviendo los labios.
Según el trabajador social, la sociedad lo esperaba presta para su inclusión. Ante él se abría un mundo de oportunidades, un mundo de diversidad.
Intuía la gran diferencia entre la vida que dejaba atrás y la que le aguardaba. Tras encender un cigarrillo, eligió la felicidad que ya conocía.
Fijó su mirada en la acera de enfrente. Aquella pequeña joyería tenía posibilidades. J
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Trini Pestaña Yáñez
Lo que el viento se llevó
¡Has roto mi preciosa urna! ¡Eres una solterona inútil! -tronó mamá. No te enfades, mujer, compraré otra y asunto arreglado -le contesté mientras, con el cepillo de barrer, separaba las cenizas de los trozos de loza de aquella odiosa urna mortuoria que mamá, nada más regresar del crematorio, me había obligado a colocar sobre la mesita. ¡Esa urna era una joya con incrustaciones de oro, heredada de mis antepasados, estúpida! -chilló.
Insoportable mamá y sus delirios de grandeza. Tiré a la basura los trozos de loza «con incrustaciones de oro», recopilé las cenizas en una bolsita y como mamá seguía con su retahíla de improperios, respiré hondo y le di un ultimátum: el váter o el fregadero, elige. ¡No te atreverás! -gritó ella. Ponme a prueba -la desafié. Ella siguió insultándome hasta que yo, harta de sus insultos, agarré la bolsita, abrí el balcón y esparcí al viento sus cenizas.
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Cristina Jordá Díaz
Fuera de marca
Ella salía de casa clandestina, sin hacer ruido, intentando no despertar a su marido.
Ropa cómoda para correr y una galleta en el bolsillo. La ilusión del encuentro cada mañana y la brisa iluminaban su cara, algo prohibido que se había convertido en un momento especial al que no estaba dispuesta a renunciar.
Él la espera sentado donde siempre. Cuando ella aminora el trote se levanta lentamente para ir a su encuentro. Ella se abraza a su cuello dedicándole la mejor de sus sonrisas, él acerca su hocico como una caricia muda. Nadie lo entenderá. A veces lo único verdadero en una vida llena de desencanto camina sobre cuatro patas.
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Manuel Díaz Gómez
Tito Carlos
Todo había acabado ya, en el 67, para el joven Fernando, un estudiante de Derecho ejemplar a quien la fortuna hizo topar de bruces con su particular Torquemada, encarnado entonces en el pellejo de un viejo catedrático hostil, chapucero y arrogante.
Aún hoy, ninguno de nosotros conoce las razones de aquel arduo hostigamiento hacia el aspirante a letrado, que trajo como resultado el que la del docente fuese la única asignatura que a Fernando le faltase para finalizar sus estudios.
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Sólo una entrevista personal entre ambos pudo dirimir aquella intriga arcana.
- Sepa usted, D. Fernando, que jamás aprobará mi asignatura conmigo.
- Lo sé, señor. Es por eso por lo que me trasladaré a Valencia.
- ¡Valencia!... ¡no se moleste!... me encargaré de llamar a D. Carlos, el catedrático, para asegurarme de que usted tampoco aprobará allí.
- Para usted el catedrático es «D. Carlos»; para mí... «tito Carlos».
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Ricardo Gómez Tovar
La voracidad de los tiburones
Soy crítico de cine. Si leen mis reseñas, sabrán qué películas ver y cuáles no. ¿Razones que esgrimo para criticarlas? Imparcialidad, pretensión intelectual y gustos personales. Ya saben: la condición humana al desnudo. Ayer no salió mi columna. Se fue la luz en la redacción del periódico. Descarten un apagón general. Alguien olvidó pagar el recibo. Cosas que pasan. Alumbrado por velas, escribo a mano mi artículo especial sobre el 50 aniversario del estreno de 'Tiburón'. Me parece ver al temible escualo abriendo sus fauces en el departamento de publicidad. Seguimos sin luz. Dicen que han enviado a un becario a pagar el recibo, mientras los más veteranos hacen sombras chinescas en la pared.
Termino el último párrafo y resplandece de naranja vivo el despacho del jefe.
Volvió la luz. Corrijo. Es solo papel ardiendo. Nuestra valiosa hemeroteca. Mejor carbonizada que en poder de quienes nos han absorbido, ¿no creen?
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Juan Francisco Leante García
El mejor
El goteo sobre nuestras cabezas me ha recordado las tardes jugando al fútbol en las afueras del pueblo.
¡A ver quién mea más alto! Agustín dejaba de dar patadas al balón y todos lo seguíamos. Manchábamos la tapia del cementerio con arcos amarillos de orines. El suyo, cómo no, el de la curva más pronunciada.
Y este recuerdo me ha llevado a otro. Intentadlo, pero seré yo quien se quedé con Manolita. Dicho y hecho. Agustín siempre ganaba.
Menos hoy.
Acaba de pasarnos el idiota de Celestino, con su cacharro de cuatro ruedas.
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Agarraos. Voy a demostrarle quién manda en la carretera. El coche patas arriba. La gasolina cayendo. Todos atrapados dentro. Agustín ha recuperado el conocimiento; abre el único ojo que puede, escupe un diente y balbucea: ¿Lo hemos pasado?
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Lorena María Padilla Sánchez
Latas
Su madre recoge las latas de cerveza que sus hijos, tres varones parió, dejan vacías por su casa. Pensaba que era un témpano de hielo en nuestra relación. Ahora, con las lentes que regala el tiempo que desempaña el enamoramiento loco inicial, sé que no es un helero. Se me antoja una medusa que busca las aguas cálidas. Se deja llevar desde la comodidad de su insólita capacidad de flotación en una vida carente de iniciativa. Va donde le lleve la marea. Sin esfuerzos.
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Para que el agua en la que respira se mueva necesita viento. Se acabó ser su céfiro. ¿Se ahogará? Ni idea. Elijo manejar el timón de mi barco mientras sujeto la mano de mi hijo, manteniéndolo a flote hasta que sepa nadar y decida hacia dónde dirigir sus brazadas. Hasta que interiorice que las latas van al contenedor amarillo, ya sople viento de cola o no.
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Alfonso Martín González
Los perdedores
La batalla había sido cruel como pocas. El resultado, miles de cuerpos pudriéndose en el barro, monturas destripadas sobre jinetes gimiendo en espera de su hora. Charcos de sangre, más visibles donde las alimañas ya habían dado cuenta de algunos cuerpos.
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Olor a sangre, olor a hierro, olor a muerte.
Dos ejércitos devastados, uno perdedor, el otro también.
El capitán de dragones ya tenía el cálculo de muertos y heridos:
—Mi general, seis mil muertos, dos mil setecientos heridos y cien desaparecidos.
En el otro ejército se presentó el capitán de húsares al mariscal con las novedades de damnificados:
—Mi general, cinco mil trescientas viudas y diecinueve mil cuatrocientos huérfanos.
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