Los microrrelatos de SUR del sábado 22 de agosto de 2020

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 22 de agosto 2020, 00:59

Carlos M. Corchado

Humedades y felicidad

En Miami todos los días son húmedos. Mucho más de lo que soporta el cuerpo. En Ocean Drive, el hotel Leslie, es uno de los ... lugares, en los que no puedes salir a la terraza. En la piscina, donde tienen el bar, la humedad hace insoportable la estancia. Yo pedía hielo, naranja y vodka. Pasaba la tarde mirándola y bebiendo, mientras dormía, sentado junto al aire acondicionado. Ella desnuda. A ratos le echaba un pareo verde limón, para seguir embobado. No la despertaba. Ni siquiera ponía la televisión. La música ambiental, muy bajita. Pasados diez minutos, volvía a destaparla. Nunca pude leer más de tres líneas de un libro, porque la mirada se me distraía hacia su cuerpo curvilíneo. Luego cuando se despertaba, la estancia se llenaba de risas y algarabía.

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Nunca he conseguido clonar ese momento de felicidad, salvo en los sueños húmedos.

Inma Galicia

Sueños húmedos

Y desde entonces, las mañanas suenan diferente. El olor a café se hace imperceptible en esa amplia casa sumida en un suspiro continuo, la brisa primaveral se esconde entre las cortinas para no dañar su delicada piel.

Los minutos son exprimidos hasta mi último tic tac y la piel con piel se hace continua e inseparable, brotando amor a doquier cada vez que se juntan.

Los pensamientos que andaban dispersos ya tienen dueña y el futuro ya no es futuro estando a su lado. Cada minuto cuenta.

Mi corazón es su mejor sintonía y desde que llegó a mi vida late con más fuerza aún.

He llegado a confesar que ya no necesito a nadie. Contigo lo tengo todo, contigo el universo se hace pequeño y los rayos de sol me regalan un nuevo día par disfrutarte, para quererte y para protegerte mientras viva.

Arturo de Bretaña

Hambre de amor

Rosita, se despertó con una palidez de personaje de 'Brueghel el Viejo', para enfrentarse a un nuevo día. Se quitó las pitarras de sus ojos, y pensó si acaso hoy tendría suerte y conociera a su soñado amor, por lo tanto intentaría ponerse contenta, pues como decía Ray Bradbury: «Hay que inyectarse cada día con

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ilusiones para no morir de realidades». Con suerte las monjas la enseñaron a coser y bordar, y una vez adquirida la habilidad monjil, a sus diecinueve años, y con más suerte todavía, sus huesos fueron a dar a un taller de modista. Con resignación de clientela de dentista pasaron los años, no apareció ningún

pretendiente y Rosita se consoló con la lectura.

Cuando se hizo anciana se llevó al sepulcro toda su virtud intacta.

Y en el ataúd apareció un gusanito que vio una cosa arrugadita y se la comió.

Gema Frías

Historias de la vida

Cuando acabó el show, se borró sus pinturas, volvió a calzarse sus viejos zapatos y se refugió en su derruida atalaya. Tenía el rincón preparado para encender una pequeña lumbre que le haría quitarse el frío de aquellas duras noches de invierno.

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Cada mañana, como en un sueño, oía el musitar de los pajarillos, se levantaba y removía las ascuas para tostar un poco de pan, insuficiente para calmar el vagido de su estómago. Y sin más, a su mente acudían las palabras abrazadas a sus ilusiones, epifanía de lo que serían después las risas de los pequeños al escucharlas en el siguiente cuento. Para él lo más importante era la felicidad de los niños, que conseguían hacerle olvidar su miserable y pobre vida.

Gloria Fernández

Amores eternos

A los pies del río Guadalhorce, con vistas a Sierra Huma había una casa rodeada de cítricos y de vegetación típica de Ribera. Allí vivían María y Paco. María transmitía paz con solo mirarla. Tenía una risa contagiosa y la bonita costumbre de darte veinte besos seguidos en la mejilla mientras reía con dulzura. Paco era un hombre de charlas infinitas y a mi me encantaba sentarme a su lado a escucharlo y abrazarlo. Sus ojos tenían el color del mar, y le brillaban más aún cuando miraba a María. Más de cincuenta años juntos y seguían mirándose y cuidándose como el primer día. Hace dos años que el Alzheimer apagó la risa de María y al poco tiempo la tristeza cerró los ojos de Paco para así volverse a unir a María eternamente. Y eterno es el amor que yo os tengo abuelos.

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Laura Pérez

Promesas

Si me acompañas volaremos al sur, sin destino, hacia algún paraíso perdido. Abrazaremos la mañana surcando calles empedradas de orillas blancas, ornadas de cal y geranios. En tardes de lumbre descansaremos en la ribera del río, donde al anochecer, entre juncos y cañaverales, se oye el canto del ruiseñor serenando el vagido del agua. Desde nuestra atalaya seremos ladera de monte, por donde resbale la tristeza, musitando cuentos con finales felices. Si me acompañas nuestra epifanía será el paraíso que nos aguarda.

Robin Albarracín

Nuestro futuro

Cementerio, desguace humano donde se amontonan los restos de una involuntaria obsolescencia programada. Deshechos imposibles de reciclar, materia orgánica destinada a la descomposición del olvido una vez consumida.

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A veces nos acercamos a mirar, nosotros, los próximos fichajes de este equipo eterno que no nos permite declinar. Buscamos recuerdos, sentimientos, pedazos de un pasado que mejor o peor, fue ya vivido.

Buscamos la despedida, el perdón, la gasolina para un motor cada vez más viejo y del cual no existen recambios.

Cementerio, hogar futuro. Todavía puedo cerrar la puerta por fuera.

Ricardo Rubio

KN95

Estoy seguro de que la conozco. Y ella a mí. Hacía tiempo que no iba a esa panadería, que ya me coge a trasmano, pero el otro día entré y esperaba mi turno, guardando la distancia de seguridad, cuando de pronto nuestras miradas se cruzaron. Creo que ella dudó si me conocía; yo estoy seguro de que sí. Ninguno dijo nada y yo me escondí detrás de mi KN95. Pero era Amanda... me lo dijo el corazón.

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Dori Calderón

Aquelarre

Marta volvía triste a casa del colegio desde hacía tiempo. Aquella mujer que convivía con ella y su padre no le gustaba nada, su bonhomía era puro teatro, sabía que escondía algo. Por eso, miles de estrellas brillaron en sus ojos cuando miró por la ventana antes de entrar en casa y descubrió aquella reunión, seguro que era ilícita. Parecía un aquelarre y apostaría algo a que no contaban con el beneplácito de su padre para realizarla.

Conmocionada comenzó a aspirar aire para tranquilizarse, y a pensar que debía hacer. Miraba a aquellas mujeres con sus vestidos y gorros negros, y sus risas la estremecían... ¡Por fin se libraría de aquella mujer!

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Con ironía pensó en la cara de su padre al descubrir aquello y sonrió, pero su sonrisa se transformó cuando leyó un cartel que decía: «¡Ven a nuestra fiesta de Halloween!».

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