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Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 27 de julio

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras.

Domingo, 27 de julio 2025, 00:28

  1. Alejandro Riera Catalá

    El fin del verano

Las calles dormían la siesta y nosotros, descalzos, conquistábamos el mundo desde esa acera que nos quemaba los pies. El verano era un amigo amable ... que traía polos de limón, guerras de globos, duchas con manguera y bicicletas prestadas con el sillín torcido. Solo importaba que no se acabara el día, que mamá no nos llamara aún desde la ventana, aunque sabíamos que al final lo haría. Pero resistíamos, riendo, como si julio fuera eterno. Aquel tiempo, mirado desde hoy, brilla más. Quizá por el sol. O por la risa. O por nosotros, que aún no sabíamos que el verano también se acaba.

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  1. Fernando Sánchez Pineda

    La hora de la merienda

Es la hora de la merienda y veo la televisión mientras como pan tostado con crema de chocolate. Estoy tumbado entre cojines en el suelo, viendo a un muñeco de Conde Drácula con monóculo hacer una cuenta atrás.

Es viernes y no volveré al colegio hasta dentro de dos días. La luz que entra por la ventana es de un amarillo pálido. Estoy feliz—hasta que, de repente, me invade otro pensamiento: tendré que ir a hacer la mili y no podré merendar viendo mi programa favorito. Ni siquiera sé bien qué es eso; solo lo escuché en un telediario.

La pena me abriga y noto en la boca del estómago un sabor amargo, como el de un caramelo pasado; es la primera vez en la vida que experimento esa sensación.De golpe, la vida me parece una MIERDA. Ocho años tenía.

Valencia, enero de 1988.

  1. María del Pilar Gutiérrez Arias

    Incomunicación

–Dame opciones de hobbies para hacer en mi tiempo libre.

–Por supuesto, algunos hobbies frecuentes son la pintura, el deporte, la lectura de libros [...]

–No me gusta la pintura ni el deporte.

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–En ese caso, te recomiendo que pruebes la lectura.

–Los libros son largos de leer, necesito algo que hacer ahora.

–Otros hobbies frecuentes pueden ser escribir, ver series o películas de tu interés, [...]

–Da igual.

Sus ojos estuvieron mirando el pequeño cristal omnipotente dos horas durante las que no pasó pensamiento por su mente.

–¿A veces no te preguntas si eres real?

–No, no es algo que me pregunto.

–¿Eres real?

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–Creo que no.

–¿Quién soy?

–No tengo información personal sobre ti.

–¿Y tú, quién eres?

Aguardó una respuesta que nunca llegó.

–No tiene mucho sentido preguntarte esto

–Nada lo tiene.

  1. Juan Fernández Saorín

    El error

Cuando llegó a casa la puerta estaba abierta. La extrañeza y la preocupación lo embargó. Estaba seguro que la había cerrado bien con llave. Entró con sumo cuidado como si de un policía se tratase, podrían estar robándole. Visitó varias estancias con el corazón asaltándole el pecho. Al asomarse al salón había un tipo encapuchado que lo apuntaba con un arma. Tartamudeando y con la frente perlada preguntó quién era y qué hacía allí. No entendía nada. Él era una persona normal, un simple panadero de barrio.

El desconocido visitante se levantó de la silla, bajó el arma, se acercó a él y poniéndole la mano en el hombro como si lo conociera de toda la vida le pidió perdón porque se había equivocado. Salió por la puerta sin mediar más palabra y desapareció.Y soplando en señal de liberación, el baño fue la siguiente estancia que visitó.

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  1. Gerarda Esperanza Rossangely Carty Batista

    La segunda parte

La madre soltera recibe el mensaje con diecinueve años de retraso. El progenitor de su hijo ha fallecido; esta vez, otra vez.

  1. Fernando Arranz Platón

    Debajo la cama

—Lucas, es hora de dormir —ordenó Marta su madre.

—Ya voy, mamá —contestó este.

Horas después el pequeño empezó a escuchar rasguños debajo de su cama. Llamó a su madre para contárselo, pero la mujer le dijo que era de la madera, porque los sueños suelen hacer ruido.

Pero Lucas no estaba soñando cuando los oía. Uno…dos…tres… Y cada vez los oía más cerca como acercándose a la cama. Decidido a saber qué causaba aquellos ruidos, una noche se armó de valor y tan pronto empezaron los ruidos cogió su linterna y al oír el tercer roce, bajó lentamente.

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El haz luminoso de la linterna alumbró el hueco. Nada. Solo polvo amontonado. Se sintió aliviado, así que se fue a dormir. Sin embargo, la linterna no fue con él. Quedó en el suelo encendida. Sujetada por una mano que no era la suya.

  1. José Ignacio Martín Fernández

    Barrio

A la 1 en El Cicuta. La cita era obligada todos los sábados del mes. En la plaza de Miraflores se verían, como siempre, el canijo, el cabeza, petete y tapón. Woody llegaría más tarde, no le interesaba el fútbol y prefería visitar alguna de sus novias. El partido había sido duro, el viejo no paraba de gritarnos para que diésemos lo mejor de cada uno. Nada que no se curara con unos quintos y unos pulpitos plancha. Eran años duros. Los ochentas habían hecho estragos en toda una generación por las malditas drogas. Ellos supieron esquivarlas y se conjuraron para, algún día, salir de ese barrio atestado de ladrillos rojos como todos los que se construyeron en la Málaga del desarrollismo. Años después, cuando quedaban para comer con sus familias, evocaban ese barrio idealizado donde crecieron dando patadas a un balón. Puedes salir del barrio, pero el barrio nunca sale de ti.

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  1. Miguel Ángel Carcelén Gandía

    Lepisma sacharina

Al Príncipe Boridius lo perdió su curiosidad, su afición desmedida a la lectura y su verbo florido. Cuando, tras una larga vida encerrado en su inmensa biblioteca, descifró el sortilegio para conjurar al Mago Merlín, no tuvo mejor ocurrencia que agotar el deseo que le fue concedido sirviéndose de semejante exceso: «Quisiera vivir eternamente navegando entre océanos de libros y alimentándome tan sólo de la sabiduría de sus páginas sin ser molestado por mis semejantes».Hoy, cuatro siglos después, sigue siendo el único pececillo de plata de la Biblioteca Nacional. No se conoce insecticida que pueda con él.

  1. Juan Miguel de los Ríos Caparrós

    La luz

Era ciego.

Tras la operación, lo llevaron hasta un pequeño jardín del hospital.

Allí, bajo la sombra de un árbol, le quitaron la venda.

Abrió los ojos.

Por primera vez en su vida, vio.

La luz lo envolvió todo.

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El sol se filtraba entre las hojas.

Las flores estallaban en mil colores.

Un pájaro cantaba en la rama más alta.

Una brisa leve movía las cortinas de una ventana abierta.

Todo era real, nítido, vibrante.

Y, sin embargo, una inmensa tristeza lo inundó.

—¿Qué le pasa? —preguntó la enfermera.

Él respondió sin dejar de mirar a su alrededor.

—El mundo era mucho más bello en mi imaginación.

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