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cristina pinto
Jueves, 30 de septiembre 2021, 00:21
El Teatro Cervantes volvía a teñirse de lunares, volantes, flecos, peinetas y flores por segundo día consecutivo. Veinticuatro horas después, la VII Bienal de Arte ... Flamenco de Málaga volvía a celebrarse sobre las tablas de este teatro. Pero esta vez era para despedirse. O, mejor dicho, para decir 'hasta el año que viene'. Si Dios quiere. Porque el flamenco seguro que sí. Y para poner el broche de oro a la Bienal de Flamenco en Málaga corrían 'Aires de mujer'.
Aires que van de una generación a otra, aires que corren por la sangre y bailan desde el mismo corazón. La raza de la bailaora Manuela Carrasco era el nombre propio que conducía la escena del flamenco más puro. Y, con ella, su familia. Manuela Carrasco era la matriarca en el tablao que se había montado en el Cervantes, pero sus discípulas completaron el escenario con todo el poderío. Se habla de herencia, se habla de su hija Manuela Carrasco, a la que la bailaora presentaba en Málaga por primera vez.
Lo decía hace unos días para este mismo periódico: «A mí todavía me pueden quedar ocho o diez años de baile. No le cedo el testigo, pero quiero ser yo la que la presente porque ella va a ser la que me va a sustituir el día de mañana». Y fue una presentación por todo lo alto. Se abría el telón del Cervantes mientras la guitarra de Joaquín Amador -marido de la bailaora- ya podía escucharse y el escenario estaba completamente a oscuras. El cante de La Macanita ya inundaba al Cervantes y el careo con el baile de Manuela Carrasco creó un puro terremoto de taconeo en Málaga.
Llegaba el momento. Con otro vestuario que no era el vestido rojo aterciopelado de la primera escena, Manuela Carrasco aparecía por la derecha del escenario vestida de azul y, por la izquierda, su hija Manuela la miraba firmemente. Vestido rosa y chaqueta de traje de luces a juego con los bordados en color oro. Unos pendientes verde botella y mucha herencia. Así salía la hija de Manuela Carrasco al tablao flamenco y lo hacía para derrochar poderío. Cuando su madre la dejó sola, hasta ese pendiente verde cayó al escenario para partirse en dos. Entre bambalinas podía verse como su madre no dejaba de sonreír al ver el legado que había dejado en su hija.
No solo en la guitarra y en el baile estaba la familia de Manuela Carrasco. Su otra hija, Samara Carrasco y los flecos dorados de su vestido ponían la garra desde su garganta. Además de Joaquín Amador con la guitarra, estuvieron también sobre las tablas Antonio 'Ñoño' y Juan Campallo acompañados por la percusión de José Carrasco. La escuela ortodoxa del flamenco estaba sobre el teatro. Era un homenaje a la mujer flamenca, de eso no cabía duda, solo había que ver el número de cantaoras y bailaoras que pisaron el escenario. Otra de las invitadas fue La Tana, que como su vestido, brilló e iluminó al público con su arte. Un patio de butacas casi lleno que no paró de decir «Olé» en toda la velada.
Entre seguiriyas, bulerías, malagueñas y soleá tocaba un momento más íntimo. Todo a oscuras, el escenario vacío y, en el centro, una silla con un mantón color champán bordado. Y del vacío aparecía Manuela Carrasco vestida de blanco con toques de pedrería para brillar. Era una nana la que bailó con elegancia: delicadeza y fuerza a la vez. Mientras tanto, una imagen aparecía proyectada y era otro gran nombre del flamenco y la raza gitana. La imagen del rostro de La Susi, cuñada de la bailaora y fallecida el año pasado, provocó un gran aplauso entre el público.
'Aires de mujer' no podía acabar de otra forma que con todas las artistas juntas. El escenario del Cervantes ya era una fiesta y Manuela Carrasco culminaba y se dejaba llevar por el compás, que le hizo que uno de los tacones se perdiese entre el baile. Y ella misma se quitó el otro. Acabó taconeando descalza y con el vestido de lunares negro y blanco remangado. Así... ¿Cómo no va a heredarse la raza flamenca?
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