Dueño de una originalidad apabullante, aunque azotado por su propia oscuridad, fue uno de los autores más singulares del siglo XX, sin atisbo de imposturas literarias: «Sólo soy un verdadero artista mientras vacío el lavaplatos»
En el epílogo de 'Poemas encadenados', su padre lo definió como «un hijo raro» cuya ausencia «es inabordable». Pedro Casariego Córdoba, uno de los artistas españoles más misteriosos y singulares de la segunda mitad del siglo XX, dueño de una originalidad apabullante, nunca cedió a tentaciones ni imposturas. Consideraba que la auténtica creación era un proceso interior que, perfeccionado, no requería expresión. La escritura, siguiendo esa lógica, era una debilidad, el síntoma del fraude que creyó ejecutar en cada verso: «Entono por tanto, al mismo tiempo que el canto sonoro y compulsivo de las palabras manchadas, un mea culpa sincero».
Le bastaron seis libros y una década, entre 1977 y 1987, para tejer su obra poética, repleta de personajes atormentados o frívolos, profundos o ridículos, azotados siempre por las obsesiones de su autor: la incomunicación, la muerte, el tiempo, Dios. La inquietud era real; Casariego vivió sumido en la angustia, roto por su incapacidad de entregarse al silencio, «el primer y último canto». Las palabras aparecen en sus poemas como lastre y salvavidas, en cualquier caso un obstáculo para la pureza. «Sólo soy un verdadero artista mientras vacío el lavaplatos», escribió. Su padre, que destacaba de él «virtudes poderosas» como la honestidad y el estoicismo, características «que nos sirvieron de ejemplo y marcaron a fuego a la familia, que se hizo mejor», aunque «también nos produjo desasosiego», lo explicaba así: «Su espacio no coincidió con el de los demás, lo que le hizo sufrir extraordinariamente, y decidió cambiarlo por otro más sereno».
En 'La canción de Van Horne', escrito en 1977, ya adelanta su desorden creativo, una montaña rusa de protagonistas y acontecimientos más propia de la narrativa que Casariego traslada a la poesía desde una confusión vocacional de la que emergen mendigos y desocupados, personajes acostumbrados a deambular por los márgenes. La atmósfera, a menudo sombría, aparece resquebradaja por la ironía al modo en que los brotes verdes agrietan suelos desgastados: «El señor Web murió / al recibir dos disparos / en la columna vertebral / y un tercero / en la parte posterior de la cabeza / bonito agujero / para una lagartija». Y más: «Zimmermann repite / que necesita un ascenso / necesita dinero para poder separarse / de su tercera mujer».
El poeta madrileño, que solía firmar como Pe Cas Cor, rescata a Kierkegaard, cuyo nombre de pila cambia por Phil, en 'El hidroavión de K.', donde advierte a sus lectores: «Si continuáis leyendo / os enviaré por correo (…) una revista / de aventuras violentas / para adultos». Al apellido del filósofo danés, considerado padre del existencialismo, con quien se sentía identificado por sus continuas crisis, le atribuye un personaje atrapado en una vida soporífera pero convertido en un dios cuando sueña. También 'La risa de Dios' escarba en el terror interior, aunque sin renunciar a las píldoras de ternura que Casariego regala entre poemas: «Oculté mis sentimientos / en un bolsillo de mi chaqueta».
Tiempo y amor
El tiempo y el amor quedan escrutados, bajo el horror de la guerra, en 'Maquillaje. Letanía de pómulos y pánicos': «Schneider / llora llanto seco / dentro de su bata de nanquín / oh mangas quietas como lutos. / Siento lo mismo que tú: / la muerte de tu hijo». Poco después, en 'La voz de Mallick', introducido por un texto donde sostiene que «el autor de este libro no es su verdadero autor», una aclaración que hila de nuevo con la inseparable sensación de fraude que le acompaña cuando escribe, su expresión del dolor se recrudece. El poeta llega de un silencio «más largo / que el camino de la serpiente». Como en anteriores obras, reduce la limitación del lenguaje mediante caligramas, con versos dispuestos en diferentes formas, hasta crear poemas visuales que recortan la dificultad de representar la realidad.
'Dra', publicado en 1986, es su último libro de poemas. Luego arrincona su máquina de escribir para dedicarse a su obra pictórica, compuesta por más de un centenar de lienzos. Pero no es cierto que Pedro Casariego dejase de escribir. Meses más tarde lanza 'La vida puede ser una lata', donde combina dibujos y textos que incluyen sus versos más recordados: «Soy el hombre / delgado / que no flaqueará / jamás».
Tuvo tiempo para componer 'Pernambuco, el elefante blanco', un cuento ilustrado que regaló a su hija Julieta la mañana de Reyes de 1993. Dos días después se quitó la vida, «mordido por un tren hambriento», arrojándose a las vías de la estación de Aravaca. Tenía 37 años.
PEDRO CASARIEGO
Manuscrito sin título A mi madre
¿Dónde está la fruta para nosotros los débiles? Caen las naranjas siempre en otras manos ¿por nuestra culpa, madre, todos esos gajos desprendidos? Redobla la sangre en los huertos de abajo y hay cascadas amarillas en los bosques de arriba ¡No hay culpa, sólo hay herida! Cristales antibalas los de nuestras gafas ¡guerras hay en todos nuestros ojos! ¡Porque no sabemos mirar, porque no sabemos mirar como miráis las madres! ¿Es la fiebre del egoísmo lo que atenaza nuestros corazones? ¿Hay todavía en nosotros una espiga de trigo? Traen los cielos una hoz de tormenta traen los ciervos la despedida ¡Fuertes son los que aman a los débiles! ¡Débiles somos los amados por los fuertes! ¡Y la única misión es salvar a las madres!
Santa tierra desterrada (fragmento)
Olvido porque ya soy viejo o ya soy joven: he sido tantos alborotos que ya soy viejo he visto a tantos morir mi muerte que ya soy joven he servido a tantos príncipes he ambicionado piedra he falsificado labios y he jadeado no he faltado a la cita y ahora ya no hay fuego en mi fuego o todas mis mentiras son mentirosas y sólo el cansancio me da vida y sólo tocas mi cansancio y ahora hoy nada me duele y tú no me dueles
La risa de Dios
Nuestras palabras nos impiden hablar. Parecía imposible. Nuestras propias palabras. (...) Mi angustia es el eco de la risa de Dios
La voz de Mallick
He callado y he callado más aún: mi silencio ha sido más largo que el camino de la serpiente más profundo que el dolor de la hiena (...) la debilidad del rebelde merece una piedad mucho más honda que el océano pacífico de los mansos (...) hice fuego frotando dos piedras de hielo y quemé mi fe quemé el bastón de los rezos del indio y guardé sus cenizas bajo mi pobre lengua para engañar el hambre luego juré no volver a hablar hasta encontrar un amor más joven que el del Señor
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