JUAN JOSÉ TELLEZ
Mensaje en la botella
Superé con suerte la era de la infancia,
pero el pasado murió antes de entenderlo.
No he llorado con éxito a menudo,
aunque el amor viniera a verme con frecuencia.
Sufrí tiempos de emociones, guerras de ternura,
viajé por las ideas, me perdí en mí mismo.
Adoré los templos y negué a sus dioses.
Supe que mirar a los ojos del miedo
tampoco iba a servir demasiado.
(Sin título)
No se lamente,
paisano, uno no sabe apreciar
lo que le falta. Hemos
inventado el punk, de una manera
discreta, para no desabrigar
nuestros temores ante el espejo,
para decir a nuestros hijos
que hemos tenido pasado,
para sentirnos menos solos
cuando descorchemos la última
botella en nuestro piso,
el elepé de Sex Pistols, el ácido
y el desayuno con beicon
y naranjas. ¿Qué debía decirte
de la historia, hermano,
decirte del pulso, el anís
y las anfetas?
Él quiso tocar con los Ramones
Él quiso tocar con los Ramones
pero actuaba en orquestas de feria o de verbena:
cantaba pasodobles y punteaba boleros
como si le fuese la vida en cada baile.
Cuando clareaba por fin la madrugada
y barrían la pista de frases manidas y trajes nuevos,
solo en la tarima entonaba a menudo
los primeros acordes de I wanna be sedated.
Soñaba estadios rendidos y colas de muchachas
ante su camerino suplicando un gesto.
Luego volvía al hogar de una esposa cansada
y de un joven que le mira preguntándose por qué
nunca se atrevió su padre a tocar con los Ramones.
La montaña mágica (inédito)
Quimera llaman al país de mi sangre:
una ráfaga de luz sobre los riscos
y esa voz de siglos que sale a recibirme
como un abrazo mineral en cada curva.
Yo nací antiguamente de ese engaño:
el espejismo de unas casas que no existen
más que en la niebla infantil de los trenes
y en el eco en blanco y negro de unas fotos.
A veces vuelven rostros por el río y varea
los olivos una mano familiar, como de nieve.
Hiela entonces en mitad de las palabras
y hay humo de carbón sobre las cumbres.
Ya no me queda magia en los bolsillos
ni una gruta ancestral abre su boca
para que arroje como un lastre mi maleta
y bese el polvo que me aguarda y que fui.
Quimera llaman a la cuna de mis huesos,
a su veterano frío que aún me reconoce
como uno de los suyos, remoto y fugitivo,
oculto en ciudades donde el mar nubla su nombre.
Su montaña me llama a gritos desde antiguo,
como un eco que sonase aún entre mis dudas.
Su oleaje de cimas me llevó hacia el océano.
Su nostalgia de escamas reclama mi regreso.
Ars amandi (inédito)
Del dolor llegaste y con ojos de perra apaleada.
rumor de rabia y lágrimas como rizos.
Volvías en autostop de algún lugar antiguo,
con la cara llena de preguntas.
Si no fuera por el velo de tristura
y las marcas en el gesto de lloverte,
a esa leve brisa en tus velas
quizá supiéramos llamarle esperanza.
País del miedo podía leerse en tu carnet,
aunque yo no fuera el mejor de los remedios.
Te observaba en silencio
morder las balas perdidas.
Había rastro de fango en tus certidumbres
y una rara neblina en el desierto.
No sería sencillo besar tus cicatrices
pero sólo habría una forma de saberlo.
Nuestro mayor obstáculo, nosotros mismos.