Eduardo Mendoza: «Una de las cosas que se gana con la edad es una desfachatez tremenda»
El maestro del humor en la literatura, de visita en Málaga con Escribidores, se despide de la novela: «No tengo ganas de volver, hay que dejar paso a otros»
Es el maestro de la literatura contemporánea de humor, pero él es «un poco cenizo». Si tuviera que ser un tipo de humorista, sería «de ... los muermos». Lo dice totalmente en serio, sin ánimo de hacer una gracia, pero la sonrisa es inevitable en quien le escucha. Eduardo Mendoza tiene ese poder aunque no lo quiera, aunque insista en diferenciar al escritor de lo que escribe. Quizás no sea él, quizás sea el mero recuerdo de los buenos ratos con sus libros, pero lo cierto es que Eduardo Mendoza tiene algo que provoca siempre una mueca amable. A más de uno, sin embargo, se le torcerá el gesto al saber que a sus 79 años ya no tiene ninguna intención de volver a la novela. «Hay que dejar paso a otros». El escritor atiende unos minutos antes de su participación en Escribidores, el festival literario organizado por la Cátedra Mario Vargas Llosa y La Térmica. En otro tiempo sentía miedo escénico en estas situaciones. Ya no. «Una de las cosas que se gana con la edad es una desfachatez tremenda».
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-La mesa redonda en la que participa se titula 'Las leyes de las fronteras'. Una escucha esa palabra ahora y la mente se va de inmediato a Ucrania.
-Pues sí. Escapa de mi competencia, pero toda guerra y toda violencia me parece mal.
-La idea es presentar la literatura como nexo de unión entre culturas y países. ¿Cree realmente que tiene ese poder?
-Sin duda. Nos da a conocer costumbres y hechos distintos a través de fronteras físicas y temporales. Y por otro lado, la literatura es un punto de encuentro. Varias personas que han leído a un mismo autor, a una misma obra, ya están unidos por un vínculo. Pero tampoco hay que hacer un monumento de esto, no hay que exagerar. Si la literatura fuera esta varita mágica, todo estaría solucionado.
«No tengo mucho sentido del humor, soy un poco cenizo»
-¿Cree que la cultura y las personas de la cultura siguen ejerciendo la influencia que tenían tiempo atrás?
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-No sé si la han tenido alguna vez muy en serio. No hay que pensar que un libro cambia nada, pero el hecho mismo de que exista una comunidad de personas que están creando literatura, de alguna manera influye en la opinión pública, y esto influye en los sucesos cotidianos. Hay que ser un poco relativistas. No está el tiempo para optimismos. Pero hay que confiar en que siempre ha habido esta lucha de la luz contra las sombras, y que nosotros estamos en el lado de la luz.
-Parece que usted tiende al optimismo en su vida, ¿no es así?
-La verdad es que no soy ni optimista ni pesimista, simplemente porque no sé lo que va a pasar. Me he acostumbrado desde pequeño a no serlo. ¿Quién ganará la liga? No lo sé, francamente. Pero no soy agorero, creo que pasan cosas malas pero se acaban y vuelven otras buenas, y se suceden los ciclos.
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-La vida, como la literatura, ¿se la toma con humor?
-No tengo mucho sentido del humor, la verdad.
-Cualquiera lo diría.
-En serio, soy un poco cenizo, pero en cambio me gusta escribir cosas de humor. Hay muchos humoristas que son muy serios, incluso unos muermos. Yo soy quizás uno de estos. El humor en literatura, como en la escena o en el cine, no tiene nada que ver con el que es gracioso personalmente. He conocido a gente muy graciosa que se ha puesto a escribir cosas de humor y ha salido algo que no hacía reír a nadie.
«Me da igual cómo me recuerden, pero me temo que enseguida seré olvidado»
-Es verdad que se tiende a confundir a la persona con el personaje, y parece que también al escritor con lo que escribe.
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-Claro. Yo escribo libros de humor y me he encontrado muchas veces con que esperan que sea una especie de payaso. Lo que no saben es que para escribir una cosa que pueda tener más o menos gracia a lo mejor me he pasado tres horas dos días seguidos dándole vueltas cambiando una palabra. Y eso es muy poco gracioso. El resultado lo es.
-Usted pasará a la historia por hacer del humor en la literatura un género mayor, por dignificarlo.
-Para contribuir de alguna manera a que volviese a ocupar el lugar que siempre ha tenido. La comedia siempre ha estado al lado de la tragedia y hay una tradición de literatura de humor: 'El Quijote', la picaresca, las comedias. Pero desde hacía un tiempo había caído un poco en el lado malo, había pasado a segunda división. Y entre unos cuantos hemos conseguido que volviera a ocupar el puesto que le corresponde.
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-¿Piensa alguna vez en cómo le gustaría que le recordaran?
-No, la verdad es que no. Me da igual cómo me recuerden. Como ya no lo veré, que piensen lo que quieran de mí. Me temo que, tal y como van las cosas últimamente en el mundo de la cultura en general, enseguida seremos olvidados. Antes las cosas tenían una evolución más lenta, más orgánica. Ahora todo son novedades y cuando uno desaparece, al cabo de tres días, se olvidan de que ha existido, salvo las personas con las que has tenido una relación personal. Así que nada, me quedo muy tranquilo.
«No estoy ni orgulloso ni muy satisfecho, siempre piensas que podría haber salido mejor»
-Cuando presentó hace un año 'Transbordo en Moscú', el cierre de la trilogía de 'Las leyes del movimiento', dijo que esa sería su última novela. ¿Lo sigue pensando?
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-Lo sigo pensando, no tengo ganas por ahora de volver a la novela. Pero las novelas son muy traidoras y un día se cruzan en el camino y dicen 'aquí estoy' y no tienes más remedio que seguirles el paso. De momento, no ha ocurrido.
-Eso no significa que no vuelva a escribir, habla solo de novela.
-Escribir sí, porque es lo único que sé hacer de una manera más o menos profesional. Y seguiré escribiendo cosillas, artículos. Pero la novela me gustaría pensar que se queda aparcada.
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-Existe la extraña idea de que un escritor debe escribir hasta el final de sus días, que de eso uno no se jubila.
-Pero un escritor ha de saber que han pasado los años, que la obra que quería hacer si es que tenía un plan ya está hecha y que hay que dejar paso a otros. Ahora hay otras corrientes, otros gustos, otro público lector y hay que ver los toros desde la barrera.
-¿Ha cumplido entonces su plan?
-Como no tenía ninguno, la verdad es que lo he cumplido. A diferencia de lo que ocurre ahora, que hay mucha gente que se lo toma como un oficio, yo me lo tomé como una afición. En aquella época no existía el oficio de escritor. Siempre pensé que me tendría que ganar la vida de otra manera y durante mucho tiempo eso hice. Hasta que tuve suerte y pude escribir y vivir de esto sin apuros. Estoy muy agradecido a la literatura y a mí mismo.
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-Está agradecido y ¿también orgulloso de lo que ha hecho?
-No, orgulloso no y tampoco muy satisfecho. Uno tiene grandes ilusiones y después hace lo que puede. Siempre piensas que podría haber salido mejor. Uno siempre querría más.
-Está claro que a veces somos nuestros peores enemigos. Visto desde fuera, sorprende que diga eso.
-Pues es verdad. Quizás haya alguien que esté muy satisfecho consigo mismo, se mire al espejo y se diga 'qué guapo soy'. Pero yo pienso que he escrito bastantes libros, no sé cuántos, 15 o 16, de los cuales dos o tres me han salido bastante bien, otros me han salido normal y alguno me ha salido mal. Pues ya está, eso es lo que hay.
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-¿Y qué hace un escritor cuando no escribe?
-Pues lo que hace un jubilado, estar muy ocupado por lo que veo. La gente que se jubila al principio no sabe qué hacer, pero enseguida encuentran muchas actividades y no paran. Yo, como sigo escribiendo cositas sueltas, todavía no sé qué haría si tuviera las 24 horas del día para mí. Pero no me aburriría, nunca me he aburrido.
-Y encuentros como este de Escribidores imagino que se disfrutan.
-Estoy feliz porque hacía tiempo que no veía a algunos amigos. No sé si a la gente estas cosas le interesan mucho, pero a los que participamos nos interesa una barbaridad porque son motivo de reencuentros y charlas.
-Pues ya le dejo, que le queda una larga tarde de charla.
-Sí, ahora tengo que salir a hacer un papel, pero ya no tengo miedo escénico. Una de las cosas que se gana con la edad es una desfachatez tremenda (ríe).
-La edad le hace a uno libre.
-Sí, claro (ríe). Al principio quería quedar bien, ahora ya me da igual.
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