Antonio Gala, influencer tras su muerte
El poeta dejó decenas de reflexiones, muchas de ellas en sus entrevistas con Jesús Quintero, que las redes sociales han hecho ahora virales
Antonio Gala sintió pronto el impulso de la escritura, cuando apenas levantaba unos palmos del suelo, pero también tuvo claro que la vida no podía ... reducirse al oficio, por tentador que resultara el abrigo del folio en blanco. «Sé que cuando vivo como un hombre común, que ama y desama y presencia injusticias y goza y está triste, no lo vivo para contarlo, sino que lo cuento para vivirlo más, con mayor intensidad, para recrearlo», explicó en su autobiografía, 'Ahora hablaré de mí'. Porque el autor de 'El manuscrito carmesí' tenía otro don: sus reflexiones en voz alta —inmortalizadas en decenas de entrevistas, muchas de ellas con Jesús Quintero— adquirieron condición de género propio. Ahora, dos años después de su muerte, las redes sociales han hecho virales algunos de sus discursos.
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«No se puede andar por las esquinas buscando el amor. Eso no conduce a nada. No conduce más que al insomnio y a la resaca. La felicidad vendrá si tiene que venir. Y, si no, que la zurzan, porque para mí ya es imprescindible otra cosa: la serenidad»
Quintero disparaba y Gala respondía desplegando su dominio de la palabra, su profundo conocimiento de las alturas y las miserias humanas. Se mostraba burlón y seductor, sabio e irónico, inteligente sin ser pedante y sensible sin ceder a la cursilería. Hubo un momento, cruzados los sesenta, vividas las pasiones y sufridos los dolores, en que dejó de buscar el amor y la felicidad. «Hace tiempo que no los busco», le contó al periodista: «Supongo que si el amor tiene que volver otra vez a mi vida, tocará a mi puerta. No se puede andar por las esquinas buscando el amor. Eso no conduce a nada. No conduce más que al insomnio y a la resaca. La felicidad vendrá si tiene que venir. Y, si no, que la zurzan, porque tampoco es imprescindible. Para mí ya es imprescindible otra cosa, que es la serenidad». ¿Y qué es la serenidad? «Es sentirse como una pequeña tesela de un gran mosaico: prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio. Formando parte de una cosa muy grande que no sabemos exactamente lo que es, pero dando el perfil que se nos exige dar, el color que estaba previsto».
«El sufrimiento ayuda a crecer, como el alimento. Pero ambos hay que digerirlos. El sentimiento cuando se enquista se vuelve resentimiento. Y como se achica el estómago de los que no quieren engordar y comen poco, el alma de quienes se niegan a sufrir también se achica»
Gala nació en Brazatortas, en Ciudad Real, en algún momento entre 1930 y 1936, sin que haya un acuerdo sobre el baile de fechas inicial, probablemente producto de su coquetería. «No lo sé ni yo», zanjó en una de sus últimas entrevistas. Tampoco prestaba especial atención a su lugar de origen, del que nunca hablaba, un desdén que el pueblo manchego le devolvió colocando una placa cargada de ironía: «En esta casa nació el escritor cordobés Antonio Gala». Ese sentido del humor era marca de la casa. Así lo demuestra el siguiente diálogo:
—Quintero: ¿Usted conduce?
—Antonio Gala: Usted sabe que yo fui expulsado de varias academias, o escuelas, o autoescuelas, o como coño se llame eso. Lo sabe, ¿no?
—Jesús Quintero: Sí, lo sé.
—Antonio Gala: Entonces, ¿por qué lo pregunta? ¿Para que lo diga delante de todo el mundo? Pues sí, fui expulsado de academias y academias. La primera se llamaba Autoescuela El Moderno, que yo dije: «Esta es la mía». Y entonces el dueño se llamaba Santiago, y me citó en un bar de enfrente y me dijo: «Don Antonio, qué contentos estamos con usted, como simpatizamos, por nosotros se puede quedar usted en la academia toda la vida». Y yo dije: «¿Cómo que toda la vida? En algún momento tendré que salir y aprenderé a conducir». Y dice: «Eso nunca», y dije yo: «¿Cómo que nunca?». Y me dijo él: «Nunca jamás. No nos importa que usted no aprenda jamás a conducir, pero es que se le está olvidando ya hasta a los profesores...».
Jesús Quintero: «¿Usted me odia?» Antonio Gala: «Odiarle no. Sencillamente le aborrezco»
La profesión de su padre, médico, obligó a la familia Gala a trasladarse a Córdoba cuando Antonio aún era pequeño. El horror infantil ante el estruendo de los bombardeos de la Guerra Civil y la temprana muerte de uno de sus hermanos dejaron una huella de tristeza crónica que, ya en su madurez, escondió bajo esa brillante mordacidad sobre la que construyó su personaje público sin caer en el cinismo. Revelado como un adolescente prodigioso, dio conferencias algo teatralizadas sobre asuntos como el existencialismo francés y escribió poemas bajo la influencia del Grupo Cántico. Ese poso quedó reflejada en sus aspiraciones vitales.
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—Jesús Quintero: ¿Qué es lo más inteligente que puede hacerse?
—Antonio Gala: En principio, yo le diría irse a una playa. Pero, en el fondo, de verdad, tengo que decirle que salir de esta especie de laberinto en el que nos ha metido. Una vida que no es la nuestra y que no es la mandada, que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesita esclavos, y así hasta el final. Salirse de esa cadena terrible, desencadenarse, a riesgo de la soledad, de la falta de comprensión, pero irse un poco al campo, en el mejor de los sentidos, y salir de esa extraña y monótona esclavitud de cada día. Darle a cada día su propio afán, pero también su propia sonrisa, su propio gozo, su propio color, su propio aroma. Eso es la inteligencia.
«Lo más inteligente sería salir de esta extraña y monótona esclavitud de cada día. Darle a cada día su propio afán, pero también su propia sonrisa, su propio gozo, su propio color, su propio aroma»
Desde los años setenta cimentó una popularidad que alcanzó su cima en los noventa, con el Premio Planeta por 'El manuscrito carmesí', al que seguirían otros éxitos como 'La pasión turca' o 'Más allá del jardín'. Se suceden los premios y los amores, épocas de actividad frenética que equilibra con sus estancias en La Baltasara, la finca que compró en Alhaurín el Grande a finales de los ochenta. Sus intervenciones en televisión lo convierten en uno de los escritores españoles más famosos, capaz de sacar la poesía de su destierro habitual como género minoritario para vender cientos de miles de ejemplares.
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—Jesús Quintero: ¿Usted me odia?
—Antonio Gala: No, odiarlo, no. Sencillamente, le aborrezco, pero odio, odio, no.
—Jesús Quintero: En cambio, yo todavía lo quiero más.
—Antonio Gala: ¿Ah, sí? Pues va usted a acabar fatal, porque le queda poco tiempo, dese usted prisa porque...
—Jesús Quintero: Se lo digo sinceramente, cada día lo quiero más, lo admiro más, lo respeto más, lo valoro más.
—Antonio Gala: ¡Ay, por Dios!, ¿cuánto más?
En 2011 anunció que padecía cáncer de colon. «Trataré de defraudar a la muerte una vez más: la última», escribió. En 2015, al recoger el título de Hijo Adoptivo de Málaga y la Medalla de la Ciudad, anunció que los médicos le habían declarado «libre» de la enfermedad. Fue una de sus últimas apariciones públicas antes de refugiarse de forma casi definitiva en La Baltasara, de donde sólo salía, siempre impoluto, con su eterno bastón, para visitar la fundación para jóvenes creadores que tiene en Córdoba, su obra más preciada: «Mi hijo».
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—Jesús Quintero: ¿Qué es la vida?
—Antonio Gala: La vida es una carga que hay que llevar mínimo entre cuatro, y yo estoy solo, y estoy agotado de llevar la vida a cuestas. Parecía que iba a apresurarse eso de la falta de vida, pero no. Ahora hay otra complicación, puede ser que de esta salgamos, pero muertos, vamos.
—Jesús Quintero: Dicen que los grandes vienen aquí para divertir a los demás y para pasarlo muy mal.
—Antonio Gala: No creo, cada uno hace la vida que puede, y ya está. Y luego viene el cáncer y se lo lleva a uno por delante, y ya está.
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—Jesús Quintero: ¿Aquí no estamos para sufrir?
—Antonio Gala: Naturalmente que no. ¿Quién puede pensar esa especie de canallada masoquista? El sufrimiento sucede, como suceden las tormentas. Entonces supongo que tendrá alguna causa secreta, yo encuentro una que es el crecimiento. El sufrimiento ayuda a crecer, pero como el alimento, que también ayuda a crecer, pero tiene que ser bien digerido. El sentimiento, cuando se enquista, se transforma en resentimiento, y es absolutamente contraproducente, pero no hay que temer al sufrimiento. Me parece que lo mismo que los estómagos de esas personas que no quieren engordar, y comen poco, se va achicando, pues también se achica el alma de los que se niegan a sufrir.
—Jesús Quintero: ¿Teme más al dolor que a la muerte?
—Antonio Gala: Yo tengo una gran capacidad de padecimiento y aguante del dolor, pero no le temo ni al dolor ni a la muerte. Llega la muerte y se pone ella y ya no soy yo, y no me va a hacer mucho daño. Esta misma noche he estado a punto de morirme, y me hubiera gustado, solo para que viniera usted y ya no me encontrara, aunque solo fuese por eso.
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Ya quebrada su salud, y lo peor, también su consciencia, fue trasladado a su ciudad natal, donde finalmente perdió el largo pulso mantenido contra la muerte pero ganó una batalla tal vez más difícil: la posteridad.
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