Aleixandre, viajero inmóvil
Poesía al sur ·
La salud quebradiza y la introspección del poeta, crecido en Málaga, marcan una obra «que aspira a la luz porque está escrita desde la oscuridad», merecedora del Nobel en 1977Horas después de que le concedieran el Premio Nobel, hace ahora 41 años, Vicente Aleixandre resumió su obra de forma emocionante en una sola frase: ... «Mi poesía es una aspiración a la luz precisamente porque está escrita desde la oscuridad». Su salud quebradiza y su tendencia a la introspección, lejos de egos y extravagancias, relegaron al poeta a un elegido segundo plano, por detrás de algunos colegas de generación como Lorca o Cernuda, con personalidades arrolladoras.
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Una tuberculosis nefrítica lo mantuvo media vida postrado a un sillón, bajo el calor de una manta y con la compañía de Sirio, su perro mutable: tuvo varios pero siempre les puso el mismo nombre. El número tres de la calle Velintonia, en Madrid, se convirtió así en un refugio para los componentes del 27, que visitaban con frecuencia al maestro en busca de complicidad y coñac.
Antes de su eclosión poética, Aleixandre fue un niño malagueño nacido en Sevilla, donde sólo vivió sus dos primeros años. Creció en la avenida de Carlos de Haes, que luego pasaría a llamarse calle Córdoba, un cambio que el poeta, leal hasta la médula, jamás perdonó: «Córdoba es una ciudad preciosa, pero no necesitaba el homenaje. En cambio, el pobre Carlos se ha quedado sin calle». Sus primeros recuerdos ya adelantaban la dicotomía que marcaría su obra, entre la luz y la sombra, el amor y el dolor; contemplaba a otros niños «jugando en los jardincillos próximos al muelle de la Marina» mientras en casa no paraban de librar batallas contra la mala salud familiar. Su hermano Fernando murió con un año y medio: «El lamento largo no cesa. Dura más que la vida. El niñito calla. Canta la madre. / Más allá de la vida canta la madre. Duerme la selva».
En el colegio había coincidido con Emilio Prados, quien años después se convertiría en uno de sus grandes amigos. Por entonces aún no le interesaba la poesía. Los sonetos y romances que le enseñaban en la escuela no despertaron su sensibilidad, hasta que conoció a Dámaso Alonso durante uno de los veranos que pasó en el municipio avilés de Navas del Marqués. El autor de 'Hijos de la ira' le recomendó un libro de Rubén Darío cuya lectura impactó profundamente a Aleixandre: «Me iluminó, me reveló cómo la poesía puede estremecer». Tras Darío llegó el descubrimiento de las obras de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, ecos que resuenan en 'Ámbito', su primer libro, publicado por la revista Litoral, desde la imprenta Sur, en 1928.
La familia se había trasladado a Madrid años antes, pero Aleixandre nunca olvidó su infancia en Málaga, a la que dedicó el poema más célebre escrito sobre la ciudad, que incluye este fragmento: «Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira / o brama, por ti, ciudad de mis días alegres, / ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo, / angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas». En la capital experimentó el amor y la bisexualidad silenciada. Encadenó relaciones con mujeres como la cabaretera María Valls, a quien dedicó varios poemas («En tu borde se rompen, / como en una playa oscura, mis deseos continuos») y hombres como el poeta Carlos Bousoño, a quien escribió numerosas cartas: «Te amo. ¿Ves? Lo he dicho y no se ha hundido el firmamento».
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Crisis personal
Sus problemas de salud se agravaron en 1932, cuando tuvieron que extirparle un riñón. La muerte de su madre, dos años después, terminó de sumirle en una crisis personal: «El hombre enciende a veces su corazón, y duda. / ¿Qué mirar? ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué luna estéril? / ¿Hacia qué boca oscura, qué barranco, qué mares?». Volcó esa tristeza en los poemas de 'Mundo a solas', que no saldría publicado hasta los años cincuenta. Con títulos como 'Espadas como labios' o 'La destrucción o el amor' terminó de abrirse hueco como una de las voces imprescindibles del 27. El final de la Guerra Civil y el comienzo de la dictadura, que condenó a muchos de sus amigos al exilio o la muerte, propició la escritura de 'Sombra del paraíso', su cima poética.
Por su delicado estado de salud, Aleixandre se quedó en España, donde ejerció de anfitrión de jóvenes poetas como Gil de Biedma o Gimferrer. El 6 de octubre de 1977, en el quincuagésimo aniversario de su generación, fue distinguido con el Nobel, del que tuvo noticia por las llamadas y visitas de la prensa, más veloz que el comunicado de la Academia Sueca.
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Al día siguiente, SUR dedicó varias páginas a la noticia, con un artículo de Manuel Alcántara en la contraportada titulado 'Vicente, no en la tierra': «Para él la poesía ha sido como una gran tarde que durase toda la vida. Viajero inmóvil, los paisajes vuelven misteriosamente por sus ojos azules y no acierta a mirar nada sin amor». Más de cuatro décadas después, los versos de Aleixandre mantienen una vigencia incontestable, como demostró Idígoras en Lagunillas, donde transcribió el inicio de uno de sus poemas: «La memoria de un hombre está en sus besos». Le pese a quien le pese.
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