Jeff Koons en La Malagueta
No lo reconocí de primeras porque su aspecto era prácticamente idéntico al que tenía en la época de sus primeras exposiciones, a principios de los ... años ochenta. No advertí en que era él porque se parecía demasiado a él mismo, al Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955; vive en Nueva York) que exponía por primera vez unas aspiradoras en vitrinas de plexiglás para convertir en objeto de sublimación artística un electrodoméstico básico en la clase media norteamericana, apropiarse de elementos de la sociedad de consumo y trazar un discurso irónico sobre el sistema. Está casi igual que entonces, pensé, por eso no podía ser él. Debería haberle preguntado por sus hábitos de belleza, su rutina de limpieza facial, qué come por las noches y, por si acaso, quién es su cirujano.
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Me lo presentó un amigo anónimo porque, en los artículos y en las columnas, uno puede ser todo lo descarado que quiera con su intimidad, pero hay que ser más discreto con la vida de los demás. «Él es Jeff Koons», me anunció este amigo, esquivando el compadreo de, simplemente, «Jeff», que quizás hubiera resultado forzado. El impacto inicial de tener tan sólo un grado de separación con Jeff Koons quedó amortiguado por el tacto de unas manos suaves, cuidadas, como las que no han tocado jamás la tierra, y la sonrisa de un tipo que no es, desde luego, frívolo ni farandulero, al contrario, me pareció un tipo extremadamente educado que al final de la noche vendría a despedirse de mí, pese a que los dos sabíamos que mi vida tendría que cambiar de manera radical para volver a verle.
Qué le digo yo a este hombre, qué se le comenta, de manera casual pero lúcida, al artista vivo más cotizado de la contemporaneidad. Ahora se me ocurren un montón de temas interesantísimos, por ejemplo, no sé, del día en el que descubrió el urinario de Duchamp o cómo surgió la idea de hacer esos 'objetos globo' tan exitosos, figuras de acero inoxidable, de aspecto volátil, ligero o flotante, y con brillo flúor capaz de reflejar todo lo que le rodea. Una de esas piezas, el famoso 'Balloon Dog (Orange)', fue vendido por cerca de 60 millones de dólares en una subasta. Su discurso se basa en la exaltación de todo lo superfluo y en una crítica a la locura consumista pero, de manera irónica, se ha hecho tremendamente rico por el camino. Mientras los críticos, artistas e intelectuales debatían sobre si sus creaciones eran, o no, 'arte de verdad', sus exposiciones individuales arrasaban los principales museos y galerías del mundo, planteando cuestiones sobre el capitalismo desde lo más alto de la pirámide.
Entonces, le subrayé lo magnífica y llena de matices que me había parecido la exposición 'El eco de Picasso', que expone el Museo Picasso Málaga y en la que Jeff participa con dos piezas. Hablamos de nuestra Málaga, esta era su primera vez aquí. Le había gustado mucho, qué iba a decirme, pero apenas había pasado un par de días ya que al día siguiente tenía que salir temprano a París, de manera inexorable, al desfile de la nueva colección de Stella McCartney, un plan para el domingo que acepté con total naturalidad. Hablamos del hotel Miramar, en el que se alojaba y donde había una cena, y en lo bonito que le parecía. Mi impresión es que a Jeff Koons aquella noche todo le parecía bien, incluido conocerme. Cuando lo he contado por ahí, muchos me han reprochado no haberle preguntado sobre su romance con la Cicciolina. Quizá deba actualizar mi círculo de amistades.
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