Urgente El terremoto con epicentro en Fuengirola es de magnitud 4,8: así se ha sentido en toda Málaga
Sr. García .
Cruce de vías

Hermano mayor

El tiempo pasa volando en el interior del Café Central, sin guiris, con el dueño Rafael Prado y Trini en la mesa de al lado

Nos reencontramos después de muchos años. Cuando yo vivía con mis padres, estudiaba bachillerato y éramos vecinos. Mi número de teléfono se lo dio mi ... hermana. «Hola José Antonio, soy Enrique Ferrer». Le gustaría que le firmara una novela y quedamos en vernos el lunes a las diez y media en el Café Central. «Mejor en el interior, la terraza se la dejamos a los guiris», dijo.

Publicidad

Al llegar a la cita lo reconozco enseguida. Está sentado a la mesa con la novela 'Los que no están' envuelta en una bolsa. «Para no ensuciarla», afirma. Nos saludamos y comenzamos a hablar como si nos hubiéramos visto la tarde anterior. Dice que va a cumplir ochenta años. Sonreímos en silencio, los dos sabemos que en ese tiempo pasan muchas cosas. Me cuenta detalles de su vida desde que vivía en Algeciras; los viajes al sur de Francia en autostop, concretamente a Pau; Elena y Javier, los mellizos que Conchi y él tuvieron hace 53 años; la vida novelesca de Elena, las peripecias sentimentales, los doce años en Moscú, sus dos hijos; la vida más recogida de Javier. Lo oigo como si estuviera escuchando un relato.

Y de nuevo salta en el tiempo para regresar al año que nos conocimos. Yo llevaba el pelo largo y él trabajaba en la Compañía Transmediterránea. Dice que su cuñado ha vivido siempre en el mar. Como si la tierra no existiera y la vida fuera un viaje de veinte mil leguas marinas. Recuerda los impresionantes fiordos de Noruega; los paseos con Conchi y Elena por las calles de Moscú y San Petersburgo; los puertos de Gran Bretaña. A Conchi no le gusta visitar aquellos países que no entiende el idioma.

Me confiesa su debilidad por los relojes y dice que le fascinaba el reloj de mi padre con su esfera de oro. Por un segundo, el tiempo se detiene. Yo bebo un sorbo de nube. Menciona aquel viaje que hice con mi familia a Barcelona y nos consiguió los mejores camarotes. ¿Fue en el Ciudad de Madrid o el Ernesto Anastasio?, se pregunta. Da un sorbo al café largo y muestra en la pantalla del móvil su colección de plumas estilográficas con una diminuta etiqueta donde está escrito el año de nacimiento de cada una de ellas.

Publicidad

El tiempo pasa volando en el interior del Café Central, sin guiris, con el dueño Rafael Prado y Trini en la mesa de al lado; la mujer que ya era su novia cuando Fali y yo compartíamos clase. Ahora los tres compartimos la sonrisa del recuerdo. Al pisar la calle tengo la sensación de salir del colegio Los Olivos. Enrique con sus bermudas y camiseta negra, los ojos azules, confiado y perspicaz, igual que si fuera mi hermano mayor. «La vida es un proceso de deterioro constante», dice; y se queda tan tranquilo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad