Rafael Molina posa en su taller. Ñito Salas

El guardia de seguridad que expone en Nueva York

Artista de día y vigilante de noche. Rafael Molina compagina su carrera de pintor con las labores de control en un hotel de cuatro estrellas de la Costa

Carlos Zamarriego

Sábado, 21 de septiembre 2024, 00:13

Turno de noche en un hotel de cuatro estrellas y cerca de 600 habitaciones de la Costa del Sol. Como todos los días en verano, ... la jornada ha sido intenso y los turistas, sobre todo irlandeses, canadienses y franceses, se dividen entre los que se quedan a descansar o los que se preparan para salir de fiesta. Siempre hay trasiego, gente entrando y saliendo bajo la mirada de Rafael Molina, uno de los responsables de seguridad del hotel. Con su uniforme negro y azul, «azul ultramar, casi eléctrico» destaca él, que algo sabe de colores, pocos turistas podrían imaginar que el vigilante de seguridad que vela por ellos en el hotel Sunset Beach Club de Benalmádena es un artista con más de 500 obras vendidas que ha expuesto en Barcelona, París, Lisboa o Nueva York.

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Las funciones de Rafael Molina como vigilante son muy variadas. Monitorizar las cámaras de vigilancia, realizar rondas periódicas, controlar los accesos, asegurar que todo vaya bien en los espectáculos o cerrar los negocios de restauración que hay dentro del hotel. «Hay que estar pendiente de todo», resume él. Un trabajo que exige a la mirada tanto como pintar un cuadro. «El artista no desconecta nunca», reconoce Molina. ¿Surge la inspiración? «Siempre estoy pensando en ciertos cuadros, pero procuro que no me distraiga una cosa de la otra».

A sus 54 años, Rafael Molina puede presumir de haber trabajado con las mejores galerías comerciales a nivel nacional. Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Málaga, su realismo pictórico, basado en un dibujo excelente según los críticos, ha llegado incluso a admirarse en dos Ferias de Arte en Nueva York, en 1999 y 2001. «Tengo obras vendidas allí a colecciones particulares. También en Arabia Saudí, en Marruecos, en París, en Suiza…».

«Siempre estoy pensando en ciertos cuadros, pero procuro que no me distraiga una cosa de la otra»

No todas sus obras se van tan lejos, el destino a veces hace que se crucen de nuevo en su vida. Como cuando descubrió que un bodegón pintado con 15 años, una de sus primeras ventas, acabó en manos de Imperio Argentina. Precisamente, en su honor, participa todos los años en un evento benéfico, la Cena del Mantón, para la Asociación Española Contra El Cáncer. «Un año doné un dibujo, a la acuarela monocroma, de la cabeza de un caballo», empieza Molina para contar otra de esas casualidades del destino, «y cuando se sorteó le tocó a una mujer que es amazona y que acababa de perder al suyo. Se emocionó mucho y lo puso en su casa. Pasado unos años, al entrar a trabajar en el hotel, me encuentro que el director es Miguel Marcos, el marido de esa mujer».

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La caída del mercado del arte tras la pandemia le impulsó a buscar un trabajo fijo

Se reconoce deudor de la obra de José Moreno Carbonero, Enrique Simonet o José Denis Belgrano, cuyos cuadros puede admirar una y mil veces en el Museo de Málaga, ubicado en el Palacio de la Aduana. Pero recalca: «No soy un pintor bohemio», más bien se ha tenido que adaptar a las circunstancias. «Tras la pandemia, el mercado ha empeorado mucho, el concepto de comprar arte ahora se valora menos. Así que tomé algunas decisiones para obtener unos ingresos y no malvender mi obra cuando ya tengo un nombre. Prefería tener un trabajo fijo, aunque mi producción sea menor, y que mis cuadros no se desvalorasen». Por eso, en esta etapa de su vida, prefiere ir a lo seguro. «Exponer en una feria de arte supone unos gastos. Si no tienes claro que tu obra merece la pena y vas a sacar un partido de ello, igual no te interesa hacer esa inversión. A estas alturas, yo lo que hago es seleccionar. Si un cliente me dice, 'Rafael, quiero un retrato' Pues mira, para dentro de tres meses te lo tengo terminado».

Dos cuadros con su firma: 'Cabeza de caballo' y un retrato del alcalde. Rafael Molina

Anónimos y personalidades

En las redes sociales de Molina podemos ver parte de esa galería de retratos, en la que hay gente anónima pero también personajes públicos como Juanma Moreno o a Paco de la Torre. «Lo del alcalde fue un encargo privado. Supongo que lo tendrá él porque era para regalárselo». También hay bastante pintura sacra. ¿Qué es lo que se vende más? Molina es tan realista como su obra: «Lo que se busca al comprar un cuadro es que sea fácil de colgar en un salón. Que sea más colorido que impactante. Por eso cuesta más vender un desnudo que un bodegón».

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Amanece. Termina el turno de vigilancia. «Las vistas desde el hotel son impresionantes, te dan ganas de pintar el horizonte». Rafael deja el uniforme y, tras un descanso, se sumerge en su estudio de Benalmádena o sale a la calle buscando la inspiración en forma de paisaje. «Me encanta coger el caballete y ponerme a pintar al aire libre. Me da mucha satisfacción. Tienes un momento para captar la luz con manchas rápidas, con una pintura más desenfadada. Y la luz de Málaga es especial, tiene unos matices increíbles».

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