Sr. García .

Ella

Cruce de vías ·

Por un instante pensé que ya no volvería a encontrarla y me arrepentí de no haberle dicho nunca nada

A veces me cruzo con ella por la calle cuando saca a pasear el perro. Digo ella porque desconozco su nombre, tampoco sé dónde vive. ... Al pasar a su lado los dos bajamos la mirada como si nos diera vergüenza romper el anonimato y saludarnos. La ciudad nos convierte en seres anónimos, al contrario que sucede en las poblaciones pequeñas donde la gente se saluda por la calle incluso sin conocerse. El pasado lunes la vi en el Paseo Don Juan Temboury, ella estaba esperando que el perro terminara de hacer las necesidades, luego desplegó la bolsa que tenía anudada en la correa y recogió los excrementos. Miré de soslayo al perro y seguí caminando sin levantar la vista. Por un instante pensé que ya no volvería a encontrarla y me arrepentí de no haberle dicho nunca nada. El martes fui al mismo sitio a la misma hora, pero ella no estaba. Por la noche apunté en una hoja de papel los lugares en los que había coincidido con la mujer del perro, tracé el itinerario de nuestros encuentros y comprobé que dibujaban un paseo circular, una especie de mundo reducido por el cual nos movíamos a diario: Calle Alcazabilla, Mundo Nuevo, Paseo Don Juan Temboury, Jardines de Puerta Oscura, Campos Elíseos, Avenida de Pries, Paseo del Parque. La única excepción se produjo el día que nos cruzamos por la calle Cuarteles, tal vez se dirigía a la estación de tren a recibir a alguien, aunque también cabía la posibilidad de que por allí estuviera su casa, la casa de sus padres o la de una amiga. No sé, no tengo ni idea de su vida, salvo que pasea siempre sola con el perro.

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Ayer de madrugada no podía conciliar el sueño e intenté reconstruir su enigmática vida basándome en el horario de nuestros encuentros. Enseguida me di cuenta de que no existía ninguna sincronía, unos días coincidíamos por la mañana y otros al mediodía o por la tarde. Era posible que ella estuviera en paro o que ejecutase cualquier trabajo en casa. Pero, ¿qué trabajo? Me atrae su forma de vestir y la manera de andar, lo demás es un misterio. Me pregunto si ella se ha detenido a pensar alguna vez en mí. Me gustaría descubrirlo y saber la impresión que le causo, pero probablemente ni siquiera se ha enterado de mi existencia. Hoy he decidido acudir a la protectora de animales, adoptar un perro y sacarlo a pasear por el itinerario que ella ha marcado. Lo hago con la esperanza de que mi perro se dedique a olfatear la huella del suyo hasta encontrarlo. Entonces, por fin, romperemos el silencio para hablar de la fidelidad y la nobleza sin desvelar, ninguno de los dos, que los perros son un pretexto para no estar solos.

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