Brando no está (ni falta que hace)
'Un tranvía llamado deseo' inaugura la nueva temporada del Teatro del Soho Caixabank
Carlos Zamarriego
Viernes, 19 de septiembre 2025, 07:32
Y de repente, el sudoroso teatro de Tennessee Williams llegó en las postrimerías del último verano en Málaga. Y para recibirlo ahí estaba, en la ... cuarta fila de su teatro Antonio Banderas, un actor que se lo debe todo al cine y que todo se lo da al teatro. Una metáfora perfecta de lo que supone 'Un tranvía llamado deseo', que inauguró ayer la temporada en el Teatro del Soho Caixabank: a pesar de que su teatralidad se pega al cuerpo como la calima, es imposible imaginársela sin el blanco y negro de la película de Elia Kazan de 1951 o sin Marlon Brando llamando desesperadamente a Stella.
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Hablamos de una obra que seguramente alcanzó su cénit en los escenarios ya en su estreno en Broadway en 1947, también bajo el tándem Kazan-Brando, por lo que montarla es un ejercicio de alto riesgo. En esta producción, que se estrenó en el Teatro Español de Madrid el pasado 12 de julio, David Serrano ejerce de director y adaptador con la sana intención de alejarse del canon popular e intentar hacer suya la historia, lo cual agradezco ya que, para más de lo mismo, me voy al original.
Ante unos personajes condenados al amor, al deseo y al odio, Serrano escoge el tranvía del lirismo. Prefiere conmover a violentar. De ahí la composición jazzística de Luis Miguel Cobo, que acompaña bien pero enfatiza demasiado. También la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, que acierta en lo simbólico, con las vías del tren aplastando la casa y los telones tan transparentes y volubles como los habitantes de ese apartamento de Nueva Orleans. Algo tiene también de poético que los personajes entren y salgan por el patio de butacas, como un guiño al origen verdadero de esta historia. Pero, sobre todo, Serrano invierte los polos magnéticos del conflicto, dando el protagonismo total no a la brutalidad, al deseo animal heteromasculino, sino a la psicología femenina, a la salud mental y al derecho a ser querido. Nathalie Poza acepta el reto como una Blanche Dubois omnipresente y epiléptica de amor.
El exigente trabajo de Poza fue premiado por una gran ovación en pie del respetable, aunque me dio la impresión de que trabajaba en un código muy diferente a los demás. «A mí no me interesa el realismo», dice Blanche, y lo demuestra incluso a la hora de vomitar. Exceso de dramatismo, en mi opinión, que chirría cuando lo contrastas por ejemplo con Jorge Usón, que borda el retraimiento de Harold Mitchell, o de Carmen Barrantes como Eunice. También María Vázquez, como Stella consigue una verosimilitud sin renunciar a lo teatral. Eso sí, todos, en conjunto, funcionan como un reloj.
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¿Y Brando? Hay que decir, y es el gran acierto de este montaje, que esta vez el tranvía no le espera, más allá de la nostalgia de la camiseta de tirantes. Pablo Derqui es un Stanley Kowalski más gritón, pero muy medido, que no compite con Poza, más bien sirve de perfecto contrapunto sin necesidad de grandes violencias. A mí me convenció, aunque supongo que para algunos Kowalski siempre será Brando tanto como Banderas el alter ego de El Zorro. Consecuencias maravillosas que nos provoca el cine. Para los demás, pueden subirse a 'Un tranvía llamado deseo' hasta el 20 de septiembre.
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