Cruce de vías

Compañía

Cruce de vías ·

Lo que realmente merece la pena se oculta en esos mundos que nunca se mencionan en las discusiones políticas

Me encuentro con una amiga en la calle Compañía. No nos vemos desde hace casi un año. Le pregunto cómo van las cosas y pone ... cara rara. Dice que respira algo siniestro en el aire que le asusta. Miro sus ojos tristes. Hace sol, corre una ligera brisa, la gente pasea a nuestro lado despreocupada. Una peculiar escena amable en cualquier ciudad tranquila. Pero entiendo perfectamente lo que quiere decir. Yo también respiro el mismo aire siniestro, estancado, amenazante, violento. Sólo hay que leer las noticias. Le propongo hablar de otros asuntos más agradables.

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Mientras ella se queda pensando, le pregunto por su hija. Responde que está al otro lado del océano, en San Francisco. Lo malo es que el mundo es redondo, digo con tono irónico. Ella asiente resignada. Luego me habla de la novela que acaba de leer y la película que vio anoche. Enseguida descubro que ha cambiado la expresión de su cara, no importa que la novela y la película cuenten historias tan tristes como sus ojos. Ahora su mirada transmite una felicidad cómplice con las historias que ha vivido en la ficción. Ella sabe que adivino sus sentimientos, que no hace falta explicarlos. Lo que realmente merece la pena se oculta en esos mundos que nunca se mencionan en las discusiones políticas. La cultura es un tesoro abandonado. Le digo que tenemos la suerte de disfrutar otros mundos fantásticos que están en este, aunque demasiadas personas no sienten por esos mundos la menor curiosidad.

Mi amiga y yo decidimos reconciliarnos con la vida en la barra de un bar. Qué fresco y maravilloso sabe el primer trago de cerveza. Un placer terrenal. Nos ponemos a dialogar sobre los viejos tiempos, los bares y las noches. No hace falta que pida otro par de cervezas, el camarero señala las copas casi vacías y asiento sin decir nada. Observamos cómo sirve la cerveza y aguarda que repose la espuma. Brindamos. Le recuerdo una anécdota que compartimos en el pasado y ella sonríe pícara como si hubiera recobrado la edad de entonces. A mi lado, un hombre suelta el periódico que acaba de ojear. Miramos de soslayo la portada y ella insiste en que los sentimientos más intensos están cargados de violencia. Le menciono el libro 'La mujer singular y la ciudad', y volvemos a sonreír y congraciarnos con la ciudad sin límites. De pronto, no sé por qué, recuerdo la novela 'Nosotros en la noche': Un hombre y una mujer que enviudaron hace años y que siguen viviendo muy cerca el uno del otro. Un día ella le propone pasar las noches juntos, dialogar y hacerse compañía. Compañía, recalco, como el nombre de esta calle. El hombre acepta la propuesta y la historia continúa. No hay dos sin tres, dice mi amiga, y pide otro par de cervezas.

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