Circo Price
Cruce de vías ·
Llevaba sólo dos semanas cuando me propusieron actuar en el espectáculo de las adivinanzasDespués de licenciarme en Derecho pasé varios años buscándome la vida en trabajos que no guardaban ninguna relación con la carrera que había estudiado. Fui ... hombre estatua en La Rambla de Barcelona, empleado en un anticuario del barrio Gótico y vendedor de rosas en el barrio de Gracia. Esto sucedió antes de regresar a Málaga, abrir bares y dedicarme a servir copas de noche. Estas labores me inspiraron novelas, sin embargo nunca he escrito nada sobre mis diez años detrás de las barras ni tampoco sobre los siete meses que estuve actuando bajo la carpa itinerante del Circo Price.
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Todo comenzó una mañana que estaba haciendo auto stop en la salida de la Diagonal, junto a los Tres Molinos. Un coche caravana se detuvo y el único ocupante me preguntó adónde iba, le respondí que no tenía ningún destino concreto. «Vamos a Zaragoza», dijo señalando el espejo retrovisor. Mire hacia atrás y descubrí la comitiva de caravanas y camiones del circo. A lo largo del viaje hablamos de la vida errante y le confesé que me tentaba mucho más que la vida sedentaria. Cuando ya estábamos entrando en la ciudad, me invitó a pasar una temporada con ellos. No lo pensé dos veces y aquella misma tarde estaba dando de comer a elefantes, leones, osos, tigres, ponis y monos.
Llevaba sólo dos semanas en el circo cuando me propusieron actuar en el espectáculo de las adivinanzas. Mi labor consistía en mezclarme con el público, elegir cualquier detalle que llevara encima un espectador elegido al azar, como por ejemplo una cadena con su medalla, y pedírselo prestado unos segundos. Entonces me dirigía al hombre vestido de negro que se hallaba en el centro de la carpa con los ojos vendados y, tras pronunciar unas palabras alabando su mágica capacidad de ver a ciegas y desvelar lo oculto, le preguntaba: «¿Qué tengo en la mano?, encadena el pensamiento me da ya que lo estás averiguando». El adivino se quedaba pensando un instante y exclamaba: «Una cadena con una medalla». El público aplaudía asombrado. El adivino y yo pasábamos horas creando relaciones entre los objetos más comunes que la gente suele llevar encima y las sílabas que componían el nombre de ese objeto.
Estuve en el circo hasta la Navidad de 1981. Podría escribir una novela sobre la sensación de vacío que produce estar sentado solo en el trapecio y sobre la entrañable convivencia con domadores, equilibristas, acróbatas, payasos... Tantos y tantas artistas que sigo echando de menos aunque nunca hasta ahora los haya mencionado. Pero sobre todo me acuerdo de Marzia, la bailarina aérea que me hizo vivir en las nubes durante aquellos inolvidables meses.
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