Sr. García .

El campesino que se convirtió en campeón del mundo

Cuentos, jaques y leyendas ·

Julio Granda, símbolo del mito indígena peruano, es un caso único en el ajedrez. Su talento para el juego roza lo sobrenatural

manuel azuaga herrera

Domingo, 14 de noviembre 2021, 00:28

En la cultura andina encontramos una historia fascinante conocida como el mito de Inkarri, el cuento de un indígena sobrenatural que construía templos y daba ... vida a las piedras, sobre las que hundía los pies como blandos guijarros de légamo. El historiador Alberto Flores Galindo narra que Inkarri fue asesinado por los españoles, quienes enterraron por separado su cuerpo decapitado. La leyenda da por cierto que las distintas partes del cuerpo de Inkarri se mueven bajo la tierra desde entonces, poco a poco, en busca de la cabeza y, «cuando llegue ese momento, el inca resucitará, también sus dioses, y los indios volverán a ocupar el lugar que merecen». Inkarri es una contracción que se forma con 'inka', palabra quechua, y el término 'rey'. El relato mitológico de Inkarri tiene muchas versiones, algunos vieron en Túpac Amaru I, último soberano de la civilización inca, su advenimiento. Yo no lo creo. Quizás no sea más que una ensoñación, pero precisamente en sueños he visto a Inkarri venir al mundo en Camaná, en la región peruana de Arequipa. Responde al nombre de Julio Granda y es gran maestro de ajedrez. Cuando está lejos del tablero, Inkarri es un afanoso campesino que dedica su espíritu a sembrar la tierra, a oír el gorjeo de los pájaros y el murmullo del agua. Pero cuando mueve los trebejos se transforma en el renacido. Entonces el cóndor pasa, con la música de Daniel Alomía de fondo, y bate sus alas en nombre de todos los indígenas, los vivos y los muertos, para mostrar su alegría al verdadero rey de los incas.

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La infancia de Julio Granda en Camaná tuvo todos los elementos del cuento popular y heroico. Eran siete hermanos con muchas carencias materiales, pero con abundante comida. «No teníamos agua potable ni luz eléctrica. Aun así, éramos felices cosechando la tierra y cuidando del ganado. Comíamos fruta y hasta conseguíamos pescado y camarones», recuerda Granda. Su padre, Daniel Granda, Chucho, era un buen aficionado al ajedrez, aunque había abandonado la práctica del juego. En 1972, a raíz del duelo por el título del mundo entre Spassky y Bobby Fischer, recuperó la afición. El pequeño Julio, el menor de los varones, observaba cómo su padre jugaba a cada instante con sus dos hermanos mayores. Julio quería ser uno más, pero Chucho no lo veía preparado, pues aún no sabía ni leer ni escribir. Al final, de tanto que insistió, le permitió que jugara. Pienso en ese instante preciso, en el vuelco al corazón que Julio debió sentir en el pecho, y en cómo un momento intranscendente, familiar, puede cambiar la historia del ajedrez.

«El duelo de Reikiavik», cuenta Granda, «provocó que en Camaná se despertara una verdadera fiebre por el juego-ciencia». La mujer de don Carlitos Jara, el alcaide de la cárcel del pueblo, era la bibliotecaria. Por las noches, Carlitos acompañaba a su esposa y, como la gente no tenía el hábito de la lectura, decidió convertir la biblioteca en un club de ajedrez. Aquel lugar se llenaba de aficionados. La bisabuela de Julio vivía muy cerca de la biblioteca. Un día, un doctor de Camaná que vivía en Lima jugó una partida contra Julio. El doctor cayó derrotado y quiso una revancha, pero el pequeño debía volver a casa de su bisabuela. Resulta que el doctor era amigo de Chucho Granda, con quien también jugó muchas veces en el campo, mientras comían fruta. Es de suponer que Chucho supo por su amigo que Julio no era un niño cualquiera, el chico tenía un don y un futuro prometedor por delante.

En efecto, Julio empezó a destacar. Su padre se suscribió a un periódico nacional con el fin de recortar las partidas que publicaban y dividirlas por aperturas. Chucho no tenía un gran nivel, pero sí una pasión desbordada. «Sin lugar a dudas, él fue la persona decisiva en mi progreso como ajedrecista» aclara Julio. «Mis padres siempre se preocuparon por mi alimentación, pero claro, éramos siete hermanos y no alcanzaba para todos», rememora Granda. «Por eso, a escondidas, mi madre me daba raciones extra de comida. Recuerdo los caldos de cabeza de pescado concentrado. Así se suponía que obtenía el fósforo necesario para pensar mejor en el tablero».

En 1977, el maestro argentino Jorge Szmetan venció a Julio Granda cuando éste aún era un crío de diez años. Al poco de este encuentro, Szmetan envió por correo a casa de los Granda los cuatro tomos del 'Tratado general de Ajedrez', de Roberto Grau. Lo anecdótico fue que el tercer y cuarto tomo se perdieron, aunque tiempo después el padre de Granda compró otros a saber dónde. «A partir de ahí», recuerda Granda, «empezó la tortura Grau». Su padre tenía tanta afición que los dos aprendían con Grau, pero la situación generó en Julio un verdadero rechazo al estudio del ajedrez. «Nosotros vivíamos en el campo», explica Granda. «Mis hermanos mayores debían dedicarse a las labores agrícolas. Pero cuando mi padre dedicaba su tiempo a la lectura de Grau se olvidaba de todo, entraba en otra dimensión. Entonces mis hermanos aprovechaban la ocasión para jugar al fútbol. Yo no los veía porque quedaban del otro lado de un portón, pero los oía gritar 'gol', 'pásamela' y cosas por el estilo. Créeme que con todas mis ganas deseaba estar con ellos pateando la pelota, como Hugo Sotil. En cambio, por respeto al esfuerzo de mi padre, me quedaba con él horas y horas mirando ajedrez».

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En 1980, Mario Zapata, presidente de la Federación Peruana de Ajedrez, habló con Daniel Granda para que Julio participase en el Mundial Infantil que se iba a celebrar en Mazatlán, México. Zapata acompañaría al joven talento gracias al esfuerzo económico del Instituto del Deporte, pero los gastos del viaje de Julio no podían sufragarlos. Menos mal que el colegio de Granda organizó una colecta y felizmente se pudo comprar el billete de avión que necesitaba. Julio les devolvió el favor a su manera: ganó el torneo y se proclamó campeón mundial infantil. La noticia apareció en la portada de todos los diarios peruanos. «No lo creerás, pero Mario Zapata estaba mucho más contento que yo», revive Granda.

Por poco no acaba aquí la historia, con el título del mundo infantil, porque a Julio lo levantaron para celebrar su conquista y lo tiraron a una piscina, en la parte más profunda. Granda era un chico montaraz que no sabía nadar (aún hoy no sabe) y allí lo dejaron caer a su suerte, bajo el agua, como al dios Pachacámac que murió ahogado en el mar para convertirse en una isla, hasta que una uruguaya dijo: «Che, me parece que ese pibe lo está pasando mal».

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Tras este incidente, el presidente de la República del Perú, Fernando Belaúnde, recibió al campeón y a sus padres en el Palacio de Gobierno. Cuando Julio Granda volvió a Camaná una caravana de coches acompañó al héroe hasta la Plaza de Armas. La escena podría haberse pintado como la de Inkarri redivivo. «Entre la muchedumbre vi a un compañero de colegio y, a su lado, a una chica que me gustaba», cuenta el protagonista. «Hasta ese momento, yo no estaba ni en su lista de suplentes, no me daba coba. Sin embargo, allí estaba ella, y esta vez sí que me miraba con otros ojos. Por supuesto, nunca pasó nada entre nosotros, pero aquello me hizo pensar en la extraña condición humana».

En 1985, Granda jugó en Lima un campeonato nacional. Quedó quinto y le llovieron las críticas más feroces. Lejos de achantarse, esta hostilidad le motivó. Ese mismo año jugó un nuevo torneo que ganó con un cien por cien de efectividad. Lo invitaron a Cuba y allí participó en varias competiciones. En el Memorial Capablanca logró el título de gran maestro. «Me acuerdo que en Sabana Grande era todo tan aburrido que me aficioné a la filatelia. Entonces me topé con 'Mosaico ajedrecístico', de Kárpov», revela Granda. «Creo que es el único libro completo sobre ajedrez que he leído en mi vida».

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La infancia de Julio Granda en Camaná tuvo todos los elementos del cuento popular y heroico

En 1998, Granda se presentó a la alcaldía de Camaná. «Aquello fue un disparate porque yo, que vivía en el campo, no conocía a nadie, pero por alguna razón acepté», confiesa Julio con cierto arrepentimiento. Sin embargo, cuando se acercaban las elecciones, retiró su candidatura y abandonó por completo el ajedrez. Se especuló mucho sobre los motivos que empujaron al campeón a tomar esta decisión tan radical. Les diré que la única verdad es que todo sucedió de un modo sobrenatural: Granda caminó hasta un cerro y, de súbito, vio cómo las piedras se deshacían. Como Inkarri, su presencia transformó el pétreo elemento de la naturaleza. «Cuando conté lo que me había pasado, la gente pensó que estaba loco, pero así fue como pasó». A partir de esa experiencia taumatúrgica, Julio volvió al campo y desapareció del escenario público.

En 2017 se proclamó campeón mundial senior en Italia

Tras cuatro años de barbecho, Granda retomó el ajedrez. Inexplicablemente, su fuerza de juego seguía intacta. Más tarde, decidió venir a España, pues pensó que podría ganarse mejor el sustento, debido al gran número de torneos que se celebraban. «Estuve viviendo diez años en un piso, como dicen ustedes, pero en un espacio tan pequeño me sentía como un pájaro enjaulado», apunta Julio. Llegó 2017 y ocurrió algo casi mágico. Un aficionado de las islas Feroe contactó con Granda y le propuso que jugara el mundial de veteranos, un torneo en el que solo participan ajedrecistas de entre 50 y 64 años. A Julio la idea no le entusiasmó, entro otros motivos porque él debía hacerse cargo de los gastos. El aficionado, ante la negativa, se lo puso en bandeja: «No te apures por eso, maestro, yo mismo pondré el dinero», le dijo. Por esas mismas fechas, el padre de Granda estaba enfermo y Julio, preocupado, quería volver al Perú. Pero ya se había comprometido con su afable mecenas, quien había pagado el hotel y el viaje, por lo que decidió cumplir primero con su palabra. Granda jugó el mundial y lo ganó. De nuevo la gloria y la memoria, como cantaba Chabuca Granda, como cuando era un chico de 13 años. El presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, publicó en Twitter: «Hoy el Perú está nuevamente en los ojos del mundo. Nuestro gran maestro del ajedrez Julio Granda se coronó campeón mundial sénior en Italia. Estamos orgullosos de ti».

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En Lima, Granda fue recibido como un héroe nacional y aprovechó la circunstancia para hablar con un congresista y así dar trámite al seguro médico de su padre. «Esto fue lo mejor del título de campeón, ayudar a mi padre», reconoce abiertamente Julio. Y es que podemos decir, para acabar el cuento, que el ajedrez, siempre generoso, le salvó la vida a Chucho Granda, aquel campesino que recortaba partidas del periódico y le mostraba a su hijo los secretos de un juego reservado a los dioses.

En la actualidad, Inkarri sigue viviendo en el campo. Dedica su espíritu a sembrar la tierra, a oír el gorjeo de los pájaros y el murmullo del agua.

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