Britney Spears: contar la verdad para seguir viva

FLASHBACK ·

TXEMA MARTÍN

Sábado, 7 de agosto 2021, 00:01

El mayor punto de inflexión en la imagen pública de Britney Spears se produjo el 16 de febrero de 2007 cuando, víctima de una crisis ... nerviosa, acudió a una peluquería de Los Ángeles y se rapó la cabeza. El evento fue captado por decenas de fotógrafos que desde algunos años antes la seguían por todas partes y que provocaban su desesperación, y la imagen dio la vuelta por medios de comunicación, blogs de cotilleo, carteles en las calles o pegatinas. La inusitada conversión de princesa del pop a diosa del post-punk fue en realidad un proceso involuntario y enfermizo, pero todo esto lo hemos sabido ahora. Al menos a lo que atañe al terreno personal, Britney Spears es una de las artistas más incomprendidas del siglo.

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En aquel entonces, ese fatídico 2007, se la crucificaba por beber, por sus adicciones, por estar mal, se la llamaba 'Miss Litio', se la machacó por una actuación errática y delirante del MTV Awards. Entretanto, y sin darse cuenta de lo que hacía, lanzó 'Blackout' (2007), el disco que menos vendió, pero uno de los mejores trabajos del pop de nuestra era por su acierto en remezclar la electrónica de vanguardia con el pop de masas. Poco después fue diagnosticada por un trastorno bipolar y para entonces ya había perdido la custodia de sus hijos y su propio poder de decisión. Su padre, otro villano del pop a la altura del de Amy Winehouse (eso lo sabemos ahora), se hizo desde entonces con su tutela. Eso le confirió poder legal a todos los aspectos de su vida: qué ropa podía ponerse, qué trabajos tenía que aceptar, a qué hora tenía que estar en casa (no podía estar sola jamás) y, si cabe, algo más grave, que es la elección de su medicación, que también estaba obligada a tomar. En estos 13 años, la cantante ha vivido esclavizada a las decisiones de su padre y de los gestores de sus finanzas. Y todo esto se ha hecho con la complicidad o, por lo menos, el silencio de todos. Hasta que la situación parece haber tocado fondo, cuando Britney se negó a firmar otro contrato de residencia artística en La Vegas, actuando todos los días durante meses. Auspiciado por sus fans, el movimiento #FreeBritney ha tenido momentos alucinantes en la búsqueda de señales ocultas en lo que la artista publicaba en su Instagram, que estaba absolutamente controlado. «Britney, viste de amarillo si necesitas ayuda», y a los pocos días aparecía ella vestida toda de amarillo. Ahora el asunto ha llegado a juicio y la declaración de Britney, de más de 20 minutos de duración, es espeluznante.

Ahora hay que asumir la culpa. Todos en algún momento nos hemos reído de Britney, de sus lujos o de sus miserias. De algunas canciones suyas o de su actitud infantil, de chica Disney que quería llegar virgen al matrimonio, y posteriormente sexualizada no se sabe bien si por decisión propia o por la industria. La artista ha sido una persona frágil enfrentada desde niña a una industria insaciable y a unos medios que han hecho sangre con todo lo que se han encontrado. Este proceso de liberación no se habría producido sin el movimiento #MeToo y, también, sin la ruptura del tabú respecto a la salud mental. Lleva 13 años de secuestro legal y la hemos tachado de loca. Mientras, sin quererlo, pagaba de su dinero los 1,5 millones de euros que cobran los abogados que su padre ha contratado para seguir machacándola. En su declaración, la artista afirmó que llora todos los días. «Pensé que nadie me iba a creer, que la gente se burlaría de mí porque todo el mundo piensa que lo tengo todo», dijo ante el juez. Su primera victoria judicial ha sido elegir su propio abogado. La segunda quizá sea encontrar su sitio, ya sea en la música o en la vida, y eso pasa inevitablemente por dejarla un poco en paz.

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