Desde hace algún tiempo, Laia está mucho más callada; tanto que el silencio del invierno a su lado se vuelve estrepitoso. El pasado miércoles pregunté ... si le pasaba algo y confesó sentirse sola. Dijo que la soledad era una trampa y había caído en ella. Luego añadió que yo también daba la impresión de haber caído en la misma trampa. Me quedé en silencio con la mirada perdida en el aire invisible y reflexionando sobre las palabras que acababa de escuchar. Le dije que los dos teníamos que salir más a menudo. Cuando alguien pasa el día encerrado a solas consigo mismo, a fuerza de no hablar corre el peligro de olvidar el lenguaje. Le conté que la tarde anterior fui a una papelería y no me salían las palabras. La dependienta insistió en preguntar qué deseaba; pero no supe explicarme. Hasta que finalmente dije que me acompañara y la llevé al sitio donde estaba lo que quería comprar.
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Cada día hay más personas solitarias. La soledad se ha convertido en un virus que se extiende en silencio por todo el mundo. No conozco ninguna vacuna para protegerse de ese agente infeccioso. A medida que pasa el tiempo salgo menos a la calle. No sé cuál es el motivo que me ha llevado a tomar la decisión de aislarme. ¿Quién pone la trampa? Yo siempre he creído en la libertad individual, pero nunca sospeché que el universo ocupara un espacio tan limitado. Anoche me costó conciliar el sueño. Me puse a pensar en la posibilidad de que yo no existiera. ¿Cómo iba a existir un individuo que no ha firmado nunca ningún contrato? Un lunático que aún cree en la palabra y al perder valor la palabra decide permanecer oculto en el silencio. Ese soy yo. Un solitario sin contrato laboral, ni matrimonial, ni tampoco poseo ningún contrato de alquiler o compraventa. Nadie vive en estas condiciones excepto los vagabundos. Los vagabundos nunca reciben cartas.
Este monólogo en voz alta se lo dedico a Laia, la mujer solitaria que ahora pasea conmigo. Andamos descalzos por la playa una calurosa mañana de invierno. Me detengo a contemplar el perfil de los barcos en el horizonte. Laia mira la luna blanca en el cielo azul. La luna anda desvelada, dice ella. La resaca de anoche, confirmo yo. Hay instantes de soledad que nos hacen enormemente felices; tampoco sé cómo explicar esta sensación. A veces, sobran las palabras. La propia soledad se encarga de compartir experiencias únicas y exclusivas con cada uno de nosotros. Hay trayectos que están trazados para una sola persona; la vida es así de imprevisible y caprichosa. Por mucho que lo intentemos, no podemos colarnos en el interior de nadie y averiguar los sentimientos. La medicina descubre infecciones y enfermedades, pero es incapaz de desvelar los secretos del alma.
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