Alessandra García, con los flotadores para hacerse la foto veraniega en La Malagueta. Migue Fernández

Alessandra García: «Me atrae muchísimo la gente que hace lo que le da la gana»

La Granizada ·

«La gente seria me da mucha pena», confiesa la actriz, artista visual y gestora cultural malagueña

Domingo, 9 de agosto 2020, 00:47

Ha propuesto hacerse las fotos en la playa, «que para eso es una entrevista de verano», y cuando llega a La Malagueta le pide a ... unos guiris un par de flotadores para la sesión. Se mete en el agua, posa en la orilla y Migue Fernández captura con su cámara casi toda la luz que desprende la actriz, creadora visual y gestora cultural Alessandra García (Málaga, 1984). Cuando termina, se acerca a los turistas para devolverles los roscos, pero ellos responden que se marchan hoy de la ciudad y que puede quedárselos. Entonces, busca con la mirada a «unos chaveas» y se los regala. Ella es así.

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–¿Cuándo dijo en casa aquello de 'Mamá, quiero ser artista'?

–¿Sabe qué pasa? Que desde muy pequeña siempre he sido muy 'así'. En mi bloque siempre estaba organizando los juegos y haciendo todos los papeles. Luego entré en un Movimiento de Acción Cristiana y me pasé la adolescencia enamorada de Dios.

–No me diga...

–Digo... Me dio el avenate este de que quería ser misionera y todo.

–¿Y qué pasó?

–Pues que me metí en la Escuela de Arte Dramático y ya pasé de Dios y me enganché al teatro. Así que nunca le he dicho a mi madre que quería ser artista porque ya lo era, ya lo vivía. Me levantaba, preparaba mis actuaciones y las hacía desde chiquita... Siempre he tenido ese punto.

–Es actriz, creadora visual, gestora cultural... Cuando rellena un formulario, ¿qué pone en la casilla de 'profesión'?

–Actriz, por supuesto. Porque para mí era muy importante, incluso cuando apenas salían bolos y lo que me sustentaba era la hostelería, definirme como actriz, aunque comiera de otra cosa.

–¿Así que el mito del actor poniendo copas es cierto?

–¡Por supuestísimo! Y más en Málaga, desde la monitora en el hotel hasta el bar de copas.

–¿Lo de poner copas casi forma parte del currículum?

–Totalmente. Es híper raro que un actor no haya trabajado en la hostelería. Si no, es porque no le ha hecho falta o porque es muy torpe poniendo copas.

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–Recuerdo que en los Encuentros de Arte de Genalguacil se presentó como una artista «normal» que se compra los vestidos en el mercadillo. ¿Cómo se lleva con el postureo del ambiente cultural?

–Todavía me siento un poco intrusa en el sector artístico. La diferencia que noto en el arte contemporáneo respecto al teatro es que en el arte parece que si una pieza tuya cuesta 5.000 euros, tienes que mostrar esa actitud, ese nivel. Claro que depende de cada cual, pero a mí me gusta reivindicar que soy de barrio y que compro en el mercadillo, porque creo que el arte es nuestro. Es muy fácil que el arte se quede en lo elitista y me da mucha rabia porque ellos ya están ganados. Ahora lo que hay que hacer es que eso llegue al que de verdad lo necesita. Ojalá yo con ocho años hubiera tenido un museo enfrente de mi casa y alguien que me cogiera de la mano y me dijera 'Mira, niña. Esto es esto'. Por eso reivindico el arte para el obrero, no para quien ya lo conoce. No sé si me viene de mi paso por los grupos de religión, pero creo que la entrega que le daba con 17 años a los niños de los barrios marginales en nombre de Dios ahora es igual, pero en nombre del arte. Tenemos que crear lazos para que la comunidad real y la ciudad real se aproveche del arte, porque el arte cura.

–¿De qué le ha curado el arte?

–Me cura el alma. Cuando sólo estás pensando en qué viaje voy a hacer, en qué camiseta me voy a comprar, en qué foto voy a subir, estás vacío. Por eso creo que el arte, el ver una buena obra de teatro, ¡o mala!, todo eso te nutre y hace que crezcas y que te cures. Que te cures el alma, sí.

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–Volvemos a la misionera de la infancia.

–Sí (risas). Es que no doy para más. Soy como la Barbie a la que le cambias el uniforme, pero sigue igual. Pues yo lo mismo. Dejé la cruz y cogí la audioguía.

Flores para Violeta

–Y ya que habla de hacer de guía, ¿me cuenta la historia de esa pintada que hubo durante meses en la puerta del periódico donde se leía, sobre el cemento de una jardinera, 'Todas estas flores son para Violeta Niebla'?

–No tenía dinero para hacerle un gran regalo que era lo que ella se merecía. Así que empecé a pensar qué le podía regalar que no tuviera que ver con el dinero. Tengo una frase en una obra de teatro que dice 'A veces pienso que la calle es mía y de nadie más' y a partir de ahí se me ocurrió 'regalarle' objetos públicos que cruzamos cuando salimos a pasear a nuestro perro, 'Charco', y que a ella sé que le gustan. Flores, un árbol... Ahí pintaba 'Esto es de Violeta Niebla'. Y cuando salimos ese día, se lo fui enseñando.

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–Triunfaría, ¿no?

–Sí... Ella flipó.

–¿Qué le aporta Violeta?

–Uf... Muchísimo. Ella confía mucho en mí y eso es súper importante en una pareja. Desde el principio hizo que me creyera más a mí misma, como artista, pero también como persona. Además, nos compenetramos muy bien porque somos muy distintas.

–Eso parece...

–Sí (ríe). Por ejemplo, al presentar una obra, ella tiene una delicadeza increíble y yo soy más de 'Wow, ahí lo llevas'. Yo soy un poco más loca y ella, más bien hecha.

–No sé si es más loca, pero siempre está con la risa puesta. ¿Cree que la gente demasiado seria no es de fiar?

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–Es que a mí la gente seria me da pena... La respeto muchísimo, ¡eh! Pero me atrae muchísimo la gente que hace lo que le da la gana. Me da ducho coraje cuando el artista se come a la persona. Esa gente que mantiene esa fachada durante todo el día... Intento alejarme de ese tipo de persona. Ahora, cuando tú eres capaz de ser tú mismo y, por ejemplo, en una situación determinada que se supone que tienes que ser muy simpática y eres muy borde y lo llevas muy bien, pues yo, me muero contigo.

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