Aire libre
Apenas salgo desde hace tiempo y se me ocurrió hacerlo en el peor momento. Desde entonces, la tele es la única vinculación que mantengo con el resto del mundo
Un virus asola la Tierra. El temor al contagio mantiene encerrada a la gente en sus casas con las persianas bajadas y únicamente abren la ... puerta para recoger la compra de alimentos y otros artículos de primera necesidad que los repartidores depositan en el portal del edificio. Nadie sale a la calle por temor a jugarse la vida. Yo me arriesgué la otra noche y tuve la sensación de estar cometiendo un suicidio. No encontré ningún bar abierto y regresé a casa. Fue como caminar por una ciudad fantasma. Apenas salgo desde hace tiempo por diversos motivos y se me ocurrió hacerlo en el peor momento. Desde entonces, la tele es la única vinculación que mantengo con el resto del mundo. Miro la pantalla y veo las calles vacías, sin vehículos, sin transeúntes, sin el menor signo de vida. Ni un alma en pena. Veo los cruceros navegar de un lugar a otro sin poder atracar en ningún puerto porque han descubierto que también hay infectados a bordo. Los pasajeros afortunados que cogieron camarote exterior pasan las 24 horas del día contemplando el horizonte a través del ojo de buey.
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Cada cual se mantiene encerrado sin salir del sitio donde le sorprendió la irrupción del virus. Une especie de compartimento estanco. Como un castigo eterno, como si estuviéramos sepultados en vida. El teléfono e Internet es la única manera de comunicarse con los demás. Lo intento con el móvil pero no consigo hablar con nadie, o bien comunican o bien no responden. El miedo se ha apoderado del mundo entero. No estamos viviendo una película, no es una pesadilla, lo que pasa es real como la vida misma.
Yo he dejado abiertas las persianas para ver salir el sol y la luna, las estrellas más brillantes, los pájaros que cruzan el cielo. Milagros cotidianos a los que antes no les otorgaba la importancia que les doy ahora. Una mujer atraviesa la calle en bicicleta, no lleva mascarilla, como si el virus se hubiera extinguido y todo volviera a la normalidad. Me entran ganas de acompañarla, pero el miedo me paraliza. La mujer de la bicicleta no ha variado ninguno de sus hábitos. El mundo ha cambiado, pero ella no está dispuesta a dejar de ser libre. No sólo estamos amenazados por agentes infecciosos microscópicos, sino también por los viejos temores que nos mantienen encerrados. La vida es corta y hay que aprovecharla. Voy pensando en todo esto mientras bajo en el ascensor, que todavía funciona, hasta el sótano del edificio. Abro el trastero, cojo la bici y salgo a la calle. Qué placer respirar el aire sin los gases contaminantes de los coches, sin gritos, sin peleas, sin recibir órdenes, sin virus informáticos, sin controles de ningún tipo. Un reencuentro con la vida, como si volviera a nacer de nuevo.
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