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Hotel en las nubes

Lástima que cualquier día de estos, la habitación comenzará de nuevo a dar vueltas

José Antonio Garriga Vela

Sábado, 1 de octubre 2016, 01:16

No sé qué atractivo tengo para los indigentes, pero cuando me cruzo con alguno por la calle suele darme conversación. Me sucede lo mismo con las personas que están algo idas de la cabeza. Y también con los jubilados y los extranjeros que pasean sin tiempo por el Centro de la ciudad. El jueves estaba leyendo el periódico en un banco del Puerto y apareció un hombre que rondaba los cuarenta y cinco años, se sentó a mi lado y saludó educadamente, como si fuéramos pasajeros de un barco de recreo y ocupara el asiento contiguo. Le devolví el saludo, doblé el periódico y observé la llegada de un crucero. «Yo duermo ahí en lo más alto», dijo señalando la foto de la noria que había en el diario y en el cual se anunciaba que volvería a funcionar en octubre. Miré la noria real, vacía e inmóvil. «¿Allá arriba?», pregunté por decir algo. Asintió con la cabeza. Luego me contó que se quedó sin trabajo y al cabo de unos meses lo echaron del piso que tenía alquilado en Muelle Heredia, justo enfrente de la noria.

Me explica que guarda el equipaje en la cabina que antes ha señalado, la que está más perpendicular al eje. Por las mañanas contempla el amanecer e inmediatamente desciende a tierra. Al llegar la noche, vuelve a escalar hasta la cabina, abre la puerta y se instala igual que si estuviera alojado en un hotel. Dice identificarse con el protagonista de El resplandor. «Soy el vigilante encargado de cuidar un hotel fuera de temporada. La única diferencia es que yo, en lugar de estar incomunicado en medio de la nieve, vivo colgado en el aire. Vigilo la bahía y espío a los vecinos del edificio donde estuve viviendo hasta que las cosas se torcieron». Nos quedamos los dos callados mirando la habitación de la noria. «Un hotel en las nubes», digo. «Hay más habitaciones vacías», responde con tono cómplice. «Quizá algún día ocupe la que se encuentra en el ala opuesta, tengo vértigo y por eso vivo en una casa mata. Si me hospedase en la noria elegiría el bajo», sonríe al oírme y concluye afirmando: «No hay problema, el único inconveniente es que si en octubre vuelve a funcionar ya no podremos dejar el equipaje en la habitación. Y en la noria no hay consigna». Me llaman al móvil. Tras colgar, me despido: «Hasta pronto».

Esta noche pienso buscar su silueta en la cabina más alta. Lo imagino sentado a oscuras en silencio. Un sitio tentador. Lástima que pasado mañana o cualquier día de estos, la habitación comenzará de nuevo a dar vueltas. Una y otra vez, arriba y abajo, y todo para, a fin de cuentas, no llegar a ningún lado.

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