Manuel Alcántara: «Aquí estamos todavía»
«Que no crean que me he tomado unas vacaciones», asegura el maestro, que este martes se reencontrará con los lectores de SUR
Teodoro León Gross
Lunes, 16 de marzo 2015, 01:26
Manuel Alcántara pasea ante al Mediterráneo como por la vida: pasos cortos, mirada muy larga. Claro que lo suyo no es mérito óptico; más bien ... una inteligencia luminosa y una sensibilidad de alta graduación como el dry-martini con el que se cita cada día. Ahora, tras varias semanas de descanso en el que se ha operado los dos ojos de cataratas, se dispone a regresar este martes a su artículo diario, con la autoridad del decano del género. El maestro, con veinte mil columnas escritas, ironiza a los 87 sobre su pésima salud de hierro .
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Vuelve
«Con la frente marchita», como en el tango.
Más bien como Custer. Se le ve dispuesto a morir con las teclas puestas.
Seguro. Ese es el sonido que más me ha acompañado durante toda mi vida. Si la Hispano Olivetti fuera una amante, no tendría quejas de mí porque le he sido absolutamente fiel.
Se le aguarda con expectación, como a los grandes maestros taurinos, Curro en la Maestranza o Manolete en las Ventas
Yo aprendí mucho de Manolete, que no sabía hacerlo mal. Hay una famosa anécdota en una plaza de tercera, donde se acercó a pedir el estoque para matar, ya con la boca seca, porque todos los toreros pasan miedo; y en ese momento le regaña su apoderado por el riesgo que tomaba, diciéndole «¿Para quién?». Manolete respondió: «Uno habrá que sepa». Camará admitió: «Hombre, uno sí». Y él le dijo: «Pues para ese». Eso es una lección de pundonor. Yo vuelvo con la mejor intención taurina, si no me falla la espada Claro que querer no es poder.
Al toro del artículo de cada tarde
Sí, sí, cada día que pueda, ahí estaré. Yo, modestamente, no sé si soy el plusmarquista de los columnistas, pero sí de los actuales columnistas, una variedad distinta al articulista que pule sus artículos, cosa que le honra porque es una forma de respeto. Pero lo difícil es meter un folio y saber que tienes, con auxilio de los volubles dioses, que llenarlo.
Los lectores de SUR, después de 25 años a diario en sus casas, le han echado de menos. Es usted de la familia
Yo también me he echado mucho de menos. Voy a intentar sobrevivirme. No darme por vencido. Se puede perder el combate por KO, incluso por inferioridad, pero por abandono no. Ningún gran púgil ha abandonado una pelea.
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Tras pasar por talleres, se le ve en forma
Es angustioso, no sólo no ver, sino temer Que no crean que me he tomado unas vacaciones. Ahora intento reemprender las cosas.
El 10 de enero, que coincidía con su 87 cumpleaños, escribió el último artículo muy gripado ¿Le detuvo el miedo?
Sí, pero no exactamente miedo al final. A mí me acompañan siempre versos, y Quevedo dice «Mi vida acabe y mi vivir ordene». Si yo fuera capaz de la envidia, envidiaría mucho a los creyentes. Pero creo que morir es como antes de haber nacido. No me cabe en la cabeza el hipotético Creador que nos juzgue uno a uno, que somos muchos. En eso no creo.
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Claro que si los lectores le añoran, tampoco usted entiende su vida sin el periódico
Sigo comprándolos todos los días, sí. Y cada vez que abro mi querido SUR, mi periódico emblemático, una insignia de Málaga... El SUR siempre me ha acompañado, desde que yo era un niño de la posguerra y era sólo una hojita. Claro que entonces yo tenía ocho años, y no es lo mismo ocho que ochenta y ocho, que serán los próximos, presuntamente. No los deseo, de verdad. Cuando algún amigo bienintencionado me dice «¡ojalá vivas muchos años!», pienso ¿qué le habré hecho yo a esta persona para que me desee eso?
Siempre ha ironizado sobre la vida alargada por el final, no por los tramos más divertidos.
Si me hubieran garantizado alargar los cincuenta o los sesenta, que es la edad más consciente del hombre, pues sí, pero no se puede escoger. Claro que esa también es la edad más melancólica. Quieras que no, se te va eso que llamamos juventud, se te van los padres, se te van los hijos porque se casan y se independizan... Es una edad curiosa, que quizá ahora se ha prolongado.
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Ausencia de vanidad
¿Siente que se hace demasiado larga la vejez?
Sí, y sobre todo, amenazante. Yo me levanto algunas mañanas dando ligeros tumbos. Sigo durmiendo bien, pero no como antes. Los primeros pensamientos son sombríos: ¿estoy aquí todavía?
Pero usted siempre ha leído con gran interés a los estoicos, la idea de la impavidez ante el azar.
Nadie ha sido más calumniado que Epicuro; se dice «¡éste es un epicureísta, lo único que quiere es pasarlo bien!». Al revés. Epicuro tenía un jardín muy modesto, y predicaba eso tan dificilísimo de la impavidez ante el azar. No creía más que en una cierta serenidad de ánimo. Yo procuro que sea así, pero me afecta cualquier cosa. Fracaso mucho.
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¿Estos meses sin escribir le hacían sentirse menos vivo?
Sí, evidentemente. También más inservible. Algo que hacer es una justificación vital. Aunque lo más importante que me han aportado los años es una ausencia de vanidad. Eso de ser inmortal está hecho de Goethe para arriba. ¿Quién quiere legar su nombre a las futuras generaciones? Yo no; yo aspiro a escribir, a que me recuerden algunos amigos contemporáneos con los que he tomado una copa juntos. Ser contemporáneo no dura mucho. Vivir es una oportunidad única en la vida para los que desdichadamente no creemos en otras
Tampoco está mal un descanso. Usted nunca ha querido ser un campeón del trabajo sacrificado, como defendía don Gregorio Marañón, y menos hasta el sudor de su frente.
Pero tampoco he querido vivir del sudor del de enfrente. Yo soy un trabajador fatigable, pero trabajar es una virtud. También una forma de justificarte para no pasar por la vida como un invitado
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Pues ahí es nada estar en el tajo a los 87; vaya con su pésima salud de hierro
Como todos los privilegios, es inmerecido. Yo no me he puesto malo nunca, quitando un tifus por beber en un arroyo de posguerra con los reverendos padres ágrafos Agustinos. Desde entonces nunca he estado enfermo. Y al final siempre se es más formalito. En tiempos, cuando yo bebía de verdad, porque ahora sólo hago guantes, por la mañana Paula, que ha sido buena compañera, me echaba agua en la cama y me traía la máquina. He escrito algún artículo absolutamente sonámbulo, que extrañamente ha sido alabado por alguien. Eso ya pasó.
¿Durante estos dos meses ha sentido alerta su curiosidad? A usted siempre le preocupó aquello que decía Azorín de la vejez como la falta de curiosidad.
Sí. Azorín no hablaba, era una momia, un maestro lacónico acusado de tartamudo por algunos detractores y yo, que estaba con César González Ruano, me atreví a preguntarle «¿qué es la vejez?», y me dijo eso: la falta de curiosidad. Eso no me sucede todavía. El mundo es un espectáculo, lamentable en muchos casos. Y yo no estoy de acuerdo con la vida, porque con la vida no se puede estar de acuerdo, pero tampoco se pede ser un pesimista. No todo es pésimo. Todo lo contrario. Ves una muchacha reciente por la calle y te complace, o un día luminoso como hoy en Málaga...
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Maestro, como a usted le gusta decir parafraseando a Baudelaire, ¿no habrá caído tan bajo como para ser feliz?
La felicidad puede ser un insulto para el que no la tiene. Un poeta muy olvidado de mi generación escribió «la juventud ofende a quien la tuvo», y es verdad. La felicidad es una ráfaga transitoria. Sí, hay un momento simplemente ver un día luminoso, mirar el mar, estar con un amigo, hablar con confianza, tomarse una copita, eso son fronteras de la felicidad. Lo que no creo es en la felicidad como estado posible, sino como deseo, como aspiración. Es un impulso de la naturaleza. En el fondo, a todo el mundo le gusta hacer lo que le complace. Sea en una materia o en otra. ¿La felicidad como estado permanente? No, no, hace falta ser muy tonto. La receta de Antonio Machado no es mala «para ser feliz hace falta una buena salud y la cabeza vacía». Eso no falla.
A pesar de su conocido agnosticismo político, la vida española está atravesando momentos interesantes
.y revueltos. Me hace descreer en eso que llamamos progreso. Yo creo que progresan los coches o los frigoríficos, pero en el progreso moral confío poco.
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Política
El cambio político que se está produciendo en España con la llegada de otros partidos, ¿le hace pensar con esperanza o inquietud?
Inevitablemente tengo una vaga simpatía sin concretar por Podemos. Alguien al menos cree que esto es mejorable. Los demás no. Se ha equiparado el ejercicio del voto con el interés. Yo tengo mucha influencia de Ortega, que ponía bien los artículos, y él dijo «La política es una tarea desalmada». Todo el mundo es aprendiz de Maquiavelo, un cínico con un talento enorme que se da cuenta de que la política es un instrumento. Pero sin alma... Quedan muchas cosas por responder; el problema de las injusticias. Los grandes filósofos, como Dilthey, dicen que cualquier vida humana está compuesta de azar, destino y carácter. El destino pesa mucho, y el carácter, pero quizá lo más influyente es el azar Unos nacen en Zambia y otros en París; unos se encuentran al nacer una biblioteca y otros no han oído hablar de la letra impresa.
Usted suele lamentarse de que hay demasiada política, sobre todo política en minúsculas...
Un empacho inevitable. Cuando se escribe, no puedes ignorar el mundo. Pero yo prefiero leer a los presocráticos a un informe de lo que ha dicho un subalterno de cualquier partido. ¡Esos expertos en minucias y peripecias de los partidos! Mi desdén por la política es muy altivo. Creería en la política si hubiera una selección para entrar, reservándola sólo a las personas decentes. Eso es improbable. No se puede conseguir.
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El consuelo, ahora que citaba a los presocráticos, supongo que le llega más por la filosofía y la poesía
Yo prefiero leer a Montaigne antes que a algún editorialista; o remontándome todavía más, a los griegos. Podemos prescindir de los griegos pero no podemos prescindir de Grecia. Venimos de allí, y de Roma. Pero creo mucho en los periódicos. Claro que su servidumbre es la actualidad. Cuando alguien me dice que no compra el periódico, cualquiera que sea, pienso ¡cómo está desperdiciando esta persona estar vivo! Si no te enteras de lo que está pasando en tu tiempo eso repercute en tu vida cotidiana inmediatamente. Me sentiría absolutamente un turista extranjero en un país desconocido si no leyera periódicos todos los días.
Bueno, ahora se le ha terminado el reposo del guerrero, como le gustaba decir a Nietzsche, y en su caso por primera vez en décadas
Quizá porque nunca he sido un guerrero. He sido más bien un espectador. Pero sí, quiero darlo por acabado antes de que me acabe yo poco a poco. Incorporarme me hace, como dicen los jóvenes, cierta ilusión. Aquí estamos todavía.
¿Le anima sentir todavía que tiene cosas por hacer?
Largos proyectos, no. Quisiera estar a tiempo de reunir algunos dispersos poemas, que son muy pocos, y ordenar otras cosas. Cuando empiece a escribir, me va a ocupar todo el tiempo. Pero no quiero que me obsesione.
El tiempo ha sido una de sus grandes obsesiones; sentir que estamos hechos de tiempo
El tiempo es nuestra materia prima. Mi abuela que era de Alfarnate, cuando yo iba con otros niños del colegio, les preguntaba «¿Tú qué tiempo tienes?». No decía qué edad. Pero el tiempo no se sabe lo que es. Lo único que sabemos del tiempo es que es continuo, que se sucede a sí mismo. Yo soy aficionado a los diccionarios biográficos, y una vida de alguien ilustre, que vale la pena, puede quedarse en dos fechas. Es tremendo que todo se resuma en una lápida.
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Bueno, mientras haya vida, es vida. A usted nunca le gustó que se diga «en mis tiempos», como si alguno no lo fuera
Gerardo Diego ahí me dio una lección de su talento. Él decía siempre «porque en mis tiempos», con reiteración; y yo, que lo respetaba mucho siempre le hablaba de usted me atreví a decirle «pero Gerardo, ¿usted por qué dice eso? Sus tiempos son todos mientras esté vivo». Y ante mi asombro me dijo: «Lleva razón. Ya no lo diré más».
Buen lector
Y la vida sigue deparando buenas cosas; como el Mayweather vs Pacquiao de este año.
Sí, sí. Mira que he visto boxeo, de verdad Eso arranca de la niñez, es freudiano puro. Enfrente de mi casa, en el barrio de la Victoria, había un solar donde se fabricaba ladrillos, y allí daban boxeo. Yo me recuerdo con pantalones cortos asomado al balcón de casa; y cuando daba la lata, me decían «vete con los boxeadores». Yo los veía entrenar, darle al saco. Eso es pura arqueología. Creo que, hoy por hoy, es invencible Mayweather.
Y durante el descanso ahí seguía el mar, el dry-martini, los libros
Sí, siempre. Ojalá yo hubiera sido tan buen escritor como buen lector. Todos los días de mi vida he leído unas cuatro horas. Caóticamente, como hay que leer, no por disciplina. Con la edad se es peor lector de novels y mejor lector de ensayo o de poesía. Y naturalmente está el mar, que me produce un estado muy cercano a la hipnosis. Lo miro mucho tiempo cada día, porque vivo enfrente. Elegí volver a mi tierra y a mi mar. No era fácil en aquel momento, porque todo estaba en Madrid o Barcelona.
¿Qué le parece que se vea la vejez como una inhabilitación?
El insulto más estúpido que se le puede decir a alguien es viejo. Mire usted, no elegí mi fecha de nacimiento. Cervantes, cuando el malévolo Avellaneda le llama viejo manco, hace una defensa emocionante: «Lo que más siento es que me llame viejo y manco como si mi manquedad hubiera nacido en una taberna y no en la más alta ocasión que dieron los siglos, y como si en mi mano hubiera estado detener el tiempo». Llamar a alguien viejo es un insulto estúpido. Todo el mundo llega a ser contemporáneo; y todo el mundo casca. La prueba es que no conocemos a nadie del siglo XVIII.
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Después de pasar por talleres y hacer la puesta a punto, ¿animado para volver?
No sé si estoy en condiciones, pero estoy decidido. Quiero hacer constar que, a falta evidente de otras, yo tengo la virtud de la gratitud. Se han portado muy bien conmigo el periódico y los amigos. Y quiero dar las gracias a la gente.
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