Una tristeza blanca
Salvador moreno peralta
Miércoles, 2 de julio 2014, 01:19
Acabas, querido Dámaso, de terminar tu último cuadro: un lienzo que plasma ese mundo de sueños blancos, custodiados por Pilar, en el que estabas enfrascado ... desde hace algún tiempo. En blanco se funden los colores del Estrecho, los colores que van desde El Palo a Tetuán. Y en blanco nos hemos quedado tu legión de amigos. Te has ido hacia el blanco lentamente, con la levedad de la espuma que Alfonsina Storni levantaba al adentrarse en el océano. Si volvieras la cabeza hacia la orilla verías la afligida cara de pasmarotes huérfanos que se nos ha quedado. Pero peor aún será cuando esta noche vuelva a mi casa y vea en las paredes esos cuadros tuyos por los que penetra el aire que respiro, ventanas hacia un mundo manifiestamente mejorable; pensaré entonces que te has escapado por alguno de ellos, harto de comprobar que este mundo no hay quien lo mejore, y seguiré tu rastro por los paisajes de esas regiones tuyas que nos acercaban al infinito, aunque siempre tuviéramos la sensación de haber estado ya allí.
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A lo mejor ahora recuerdas que hace poco te hicieron Hijo Adoptivo de Málaga de una manera oficial, porque extraoficialmente ya habías decidido serlo tú, desde el día en que, junto con otros combatientes del arte, hiciste que esta ciudad fuera una de las más vigorosas escuelas pictóricas de nuestro país. Quizás este escaqueo tuyo siempre fuiste un poco burlón sirva para caer ahora en la cuenta de que tu generación, la extraordinaria generación de Brinkmann, Peinado, Barbadillo, Alberca, Chicano, Lindell, Stefan von Reiswitz, los de Gravura, los de Palmo... no va a estar presente en el nuevo Museo de la guardarropía decimonónica, porque aquí, que adoramos más a las peanas que a sus santos, a nadie se le ocurrió hacer una adquisición masiva de vuestra obra. Pero tú sabes, Dámaso, que a Málaga se la quiere como es, aunque no sea como la quisiéramos.
No te preocupes por nada, Dámaso. La casa está guardada por Pilar y tus maravillosos hijos. Los amigos, por nuestra parte, nos pelearemos por ver quién te quiere más, pero de esa trifulca la culpa es tuya, porque nunca te has contentado con ser un pintor mágico: tenías que ser, además, un hombre machadianamente bueno. Si sólo hubieses sido lo primero estaríamos glosando tu obra, teorizando sobe ella y ayudando a Pilar en su difusión. Te juro que lo haremos. Pero como te empeñaste en lo segundo, tu marcha, por mucho que la anunciaras cuesta mucho aceptarla, y nos ha fundido a todos en una tristeza blanca, de un blanco desolado, infinito y ausente, como un inmenso lienzo vacío.
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