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CLAUDIA SAN MARTÍN
Martes, 29 de enero 2019, 00:11
El teatro emocionado tiene tres objetivos claros: hacer que el espectador recuerde, sienta y que traslade los sentimientos de los personajes a sus propias vivencias, ya sean pasadas, presentes o futuras. 'Los niños perdidos', una obra de la catalana Laila Ripoll, es una adaptación de la compañía malagueña Myn Teatro que ya está dando sus primeros pasos en el mundo del espectáculo.
Esta representación dramática cuenta la historia de Simona, Marqués, Cuchachica y Tuso, cuatro niños abandonados que juegan, se divierten y recuerdan su pasado en el desván descuidado del hospicio en el que viven. La obra es una crítica a la situación de los niños huérfanos tras la Guerra Civil, que dejó a su paso a miles de menores sin familia. «Es una representación de cómo estos niños intentan pasar el tiempo. Es interesante porque todos en la obra somos adultos, y aunque no hayamos vivido esa época, una historia de este tipo nos ayuda a entender mejor lo que pasó», comenta Xisco González, el actor que interpreta a Tuso.
'Los niños perdidos' llega mañana, día 30 de enero al Contenedor Cultural de la UMA (20.30 horas, 3 euros),. Aunque esta compañía ya interpretó la obra el pasado noviembre en el municipio de Campanillas, para ellos es ésta 'la prueba de fuego' que dará un empuje definitivo a la obra. «No hicimos publicidad porque queríamos ver cómo le resultaba al público, si realmente gustaba», afirma González.
Blanca Vega, profesora en la Escuela de Arte Dramático de Málaga y directora de la obra, quería que la representación fuese 'emocionada', situando la escena en modo circular, y comparándolo con el sol, la base de la vida. «La representación es circular para acercar al público las emociones de los personajes y tener a los espectadores cerca», comenta el actor malagueño Xisco González, aunque esta vez en el Contenedor se hará ' a la italiana' por las características del espacio. A pesar de ello, la intención de la compañía es remover los sentimientos de los espectadores, llegar de alguna forma a los recuerdos de su infancia a través de sus conversaciones y juegos. La escenografía también tiene un papel importante en la obra: la representación de un desván como un lugar lleno de cajas polvorientas y luces tenues donde los niños huyen para ser ellos mismos.
La obra, con una duración de hora y media, ofrece tras su finalización la posibilidad de comentarla en un coloquio en el que actores y público interactuarán para pedir opiniones sobre la misma. «Queremos un público crítico que nos diga si de verdad gusta o no», sentencia González.
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