Borrar
Música entre camas balinesas, un ejemplo de la evolución del turismo en la Costa.
AQUÍ, LA COSTA DEL SOL

Las joyas de La Carihuela

El barrio más famoso de la Costa defiende un año más su valor primigenio

JUAN FRANCISCO GUTIÉRREZ LOZANO

Sábado, 2 de agosto 2014, 00:32

Uno dice La Carihuela, así como si nada, y vaya si dice cosas La Carihuela. El barrio de pescadores, en la reconversión turística iniciada a finales de los cincuenta, vivió no se sabe si un golpe de suerte o el azote-castigo de un futuro lleno de esfuerzo. Merenderos y restaurantes lo convirtieron en el más famoso de la Costa. Mantener esa fama no parece obra de la casualidad. Un mapa rápido de La Carihuela dibuja tres avenidas paralelas: la playa, el paseo marítimo y la calle San Ginés (patio trasero donde se rebaja el desfile de torsos y pechámenes). Agosto se pasea ya, por todas, con sabor a terral, con aire de pescado asado, rumor de las tumbonas llenas y runrún de sitios donde se practica el ejercicio de la mandíbula batiente.

El destino manifiesto de aquellos pescadores combatientes parecía escrito. La fiebre del oro dejó vestigios en pie y algún monumento a su antigua labor. Pero la reconversión devino en esta gran zona hostelera, marcada por el empeño colectivo de sacar y vender, con cedazos domésticos, pepitas de oro enharinado, joyas pulidas a cualquier hora y a cualquier precio.

Las crónicas del antiguo Oeste malagueño (el de la conquista del turista, el de las víctimas marinas ensartadas en cañas) tienen origen en este barrio de Torremolinos. Sus leyendas son los nombres que lo forjaron, sus negocios del buen comer. En la nómina aparecen míticos hombres como Prudencio y 'Casa Prudencio', alma, corazón y vida de un tiempo; también Pepe Márquez, Miguel González Ruiz (origen de 'El Patati'), Félix Cabeza. y muchos otros que no cito, pero que vararon sus barcas en la arena a fin de ofrecer con ahínco, todos los veranos (y lo que se puedan alargar) el mejor servicio. Sirviendo, de paso, un ejemplo de la mejor defensa territorial y generacional nunca vista: pertrechada sólo con el ardor de los fogones y aguerridos espeteros.

Tras tanta conquista, normal que La Carihuela aparezca sitiada: hay nombres que señalan territorios (Playa Juani, Playa Manolo, Playa Tully -que será un apodo-). Por mor del turismo se topa uno en La Carihuela carteles fonéticos ('Apartamentos Guaquín'), otros ultramodernos ('Cartucho King'; 'Beach Lunch') y alguno, ay, que corta el cuerpo con el calor: 'Chaquetas de piel a 59 euros'. Por fortuna, quedan sitios con solera fuera del solano y del oasis de palmeras donde lugareños defienden lo autóctono montando comilonas y barricadas cerveceras a la fresca.

Uno es 'El Patati', regentado por los herederos de aquel luchador pionero, que desde Capuchinos consiguió la medalla del mérito turístico vendiendo patatas fritas a lo más florido del turismo internacional. Con el tiempo, fue ya propietario del merendero ligado al hotel Amaragua. Es agosto y ya está de bote en bote. Me dice Miguel González Triano (amparado en el socio, José Sánchez) que julio ha sido espectacular; que vuelven clientes de siempre; que los holandeses nunca fallan; y que no abren por la noche para garantizar que el pescado siempre esté fresco. Pilar y su familia, recién llegados de Valladolid, no han esperado y ya disfrutan del primer refrigerio. No pedirán arroz (un cartel dice: «El cupo de paella está cubierto»), pero no les importa. Vienen a pasar diez días y se estrenan en La Carihuela («Algún día iremos a Puerto Banús»). Parece que en Valladolid refresca poco, pues no se quejan del terral y mucho menos de los cuartos de baño: «Están limpísimos, ponlo en la crónica». Uno se debe a su escaso público y dicho quede: como también que los hidropedales (qué pocos quedan) también le esperan aquí -por 15 euros la hora- para pasear a sus niños o a la parentela. Yo declino la invitación de José Sánchez (no por cobardía, sino por meniscopatía), pero agradezco un cocacola antes de adentrarme en otra reserva de este playero oeste.

Miguel Sierra es el jefe-tótem de otra tribu dedicada casi al completo a clientela extranjera. Ha reconquistado varias veces la tierra que trabaja ('Playa Miguel') hasta lograr el lugar más 'trendy' (que suena a 'indie', pero quiere decir de moda). Miguel es una playa, un chiringo y un cuerpo de guerrero que a las tres de la tarde parece salido de la ducha. Tan de punta en blanco como las camas balinesas que alegran su moderno poblado. Ofrece diseño en sus cartas, wifi gratis, microclima, macrotumbonas. Hay días con música en directo y, todos, ganas de agradar a las huestes. «No me quejo. Llevo 45 años y ya vienen hijos de mis primeros clientes. Y míralos, qué lujazo: hasta de Marbella llegan, prefieren pagar un taxi y disfrutar de esto». Este fenómeno costero de La Carihuela señala, disfrutón, a su batallón de turistas, para los que trae hasta un cortador de jamón, firme en medio de la arena. He de volver para agradecer a Miguel su cortesía y preguntarle, de paso, dónde compró sus gafas azulespejo tan 'trendy' y, sobre todo, qué diantres desayuna.

Dice uno La Carihuela y ha de mencionar a héroes como estos Migueles que la hicieron posible. Qué pena que, entre tanta gesta y comanda, no dé tiempo a entrar entre fogones para conocer a las mujeres que, un año más, comandan en las cocinas de 'El Patati' o 'Playa Miguel' (como en otras muchas). Uno dice La Carihuela y no ha de olvidarse de ellas, jefas calladas de estos batallones: afanados desde hace mil en la calurosa y esclava producción de disfrute ajeno y oro frito.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Las joyas de La Carihuela

Las joyas de La Carihuela