Adolfo Moyano es conserje, historiador y apasionado de los balates de su pueblo. J. A.
Verano 2020: Vida en el campo

Adolfo Moyano, el historiador seducido por los balates y el pasado de Frigiliana

«No me han faltado ofertas, pero mi trabajo me permite pagar facturas y tener tiempo para lo que me gusta», afirma

Domingo, 23 de agosto 2020, 00:38

En Frigiliana, uno de los pueblos más bonitos de Andalucía, Adolfo Moyano dice que tiene todo lo que necesita. No hay quien lo mueva de ... allí. Tanto es así que en su día prefirió opositar para ser conserje del centro educativo de la localidad antes que acometer otras ofertas profesionales más enriquecedoras para su vocación de historiador.

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Esa postura sólo se puede entender si se conoce su pasado y se tiene un mínimo de empatía. Con tan sólo once años se quedó huérfano de padre. Eran los primeros años de la década de los años ochenta y entonces no estaba tan mal visto que en plena pubertad se viera a un niño echando jornales en el campo para ayudar a la economía familiar.

«En aquellos años mis referentes eran sobre todo mi madre, Concha, y mi abuelo Sebastián, quien me enseñó mucho», recuerda. Fue él quien le contaba historias vividas en primera persona. Había nacido en 1898 y le tocó vivir años muy duros, como los de la Guerra Civil y la Postguerra.

En su trabajo en el campo, cuando aún no había subtropicales en Frigiliana, el joven Adolfo se quedó cautivado con los balates, esos muros de piedra seca ancestrales que hoy están reconocidos como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

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«Para mí no sólo era una obra importante de ingeniería agrícola que permitía ganar terrenos cultivables en la montaña sino también verdaderas obras de arte», apunta.

Hoy, casi cuatro décadas más tarde, no sólo los sigue idolatrando sino que también los hace. Rememora que le enseñó su primo Paco, porque lo de hacer balates tiene una técnica y requiere incluso de una cuadrilla de al menos tres personas. Hoy los sigue haciendo y manteniendo en su propia finca de aguacates y de mangos ecológicos, con los que se gana un extra para complementar su sueldo de conserje.

En la adolescencia de Adolfo Moyano, también apareció otro personaje decisivo para forjar al acérrimo aguanoso -gentilicio local- y al historiador. Fue Sebastián Orihuela, 'El Zorro', quien le enseñó aquellos caminos que le llevaban a lo más recóndito de la escarpada sierra de Almijara, en la que se cobija Frigiliana.

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'El Zorro' había vuelto de Barcelona, donde se había ido con su familia, porque a su hermano lo habían cogido ayudando a los maquis al final de los años cuarenta. Sebastián se conocía la sierra, todos sus recovecos, las cuevas, los caminos antiguos. Y se los mostró a Adolfo, que comenzó a entender de alguna forma las dimensiones históricas de todo aquello.

Además, cuando era un niño, con sus amigos, se metía «en las antiguas acequias andalusíes en busca de los tesoros de los moros».

Siendo también muy joven, con apenas dieciséis años, se puso a trabajar como electricista, con sus correspondientes estudios en Formación Profesional.

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Eso le daba un sueldo, pero Adolfo necesitaba también alimentar su conocimiento sobre el pasado de Frigiliana. Tuvo que sacarse COU con veinte años para poder acceder a la carrera de Historia. Lo hacía cuando podía, tras trabajar como electricista: «Llegaba a clase muchas veces manchado, pero no me importaba», comenta.

Así fue como accedió a la carreta universitaria. Se sacó la licenciatura, de cuatro cursos, en cinco años, mientras lo compatibilizaba con su trabajo.

En principio, le interesaba sobre todo la historia contemporánea, influido por los relatos que le contaron 'El Zorro' y su abuelo. Pero, ahí se cruzó con otra persona decisiva en su trayectoria, el profesor universitario Miguel Cortés, que le despertó de alguna forma la pasión por la Prehistoria.

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Además de todos los vestigios de esa época que hay en su pueblo, Adolfo, el mismo que hace balates y tiene subtropicales, tiene otro aliciente, la Cueva de Nerja. De hecho, forma parte del Instituto de Investigaciones de esta gruta, que tiene a un paso de su pueblo. «Participando ahí y en otros temas mato el gusanillo», dice.

Porque Adolfo hace ya casi dos décadas decidió tirar de pragmatismo y presentarse a un puesto, el de conserje, que no le obligara a dejar Frigiliana. «No me han faltado ofertas profesionales tentadoras, pero mi trabajo me permite ahora pagar facturas y tener tiempo para hacer lo que me gusta y dedicarlo a mi familia», explica.

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En su balanza personal, pesan más otras motivaciones, como estar con su mujer, Conchi, y su hijo, Oliver. Y los ancestrales balates, la historia de los maquis, los restos prehistóricos, los aguacates y mangos que cultiva en ecológico, la omnipresente vista al mar, o los paisajes escarpados de su sierra.

El conserje al que le faltaron once votos para ser alcalde

«Siempre he sido muy sensible a las injusticias», dice Adolfo Moyano. Así se define quien en 2007 probara a hacer política local en su pueblo, Frigiliana, por el partido en el que llevaba afiliado ya casi una década, el PSOE. «Mira que te gusta meterte en todo lo que tiene peligro: los tajos, las cuevas y ahora la política», le dijo su madre.

En aquella primera tentativa para ser alcalde, se quedó en la oposición, pero en las siguientes elecciones municipales, en mayo de 2011, se volvió a presentar con muy buenas expectativas como cabeza de lista.

«Nos quedamos a tan sólo once votos de la mayoría absoluta», recuerda Adolfo. Un pacto entre PP y PA le alejó de la alcaldía de Frigiliana.

Poco después decidió que la política no era lo suyo. Aguantó hasta que terminó la legislatura «No lo volvería a intentar otra vez», asegura.

De aquella etapa, lo más gratificante que recuerda fue ostentar la responsabilidad de ser coordinador provincial de Bomberos, entre 2007 y 2011.

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