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En enero de 2019, Andalucía fue pionera en poner en marcha una coalición de gobierno entre el Partido Popular y Ciudadanos que seis meses después, ... tras las elecciones autonómicas y municipales de ese año, proliferó en ayuntamientos y comunidades autónomas de todo el país. Tres años después, tras las estrepitosas rupturas de Madrid, Murcia y, recientemente, Castilla y León, el andaluz es el único superviviente entre los gobiernos autonómicos sustentados en un modelo bipartito que no hace mucho tiempo pareció reconfigurar el espacio liberal-conservador español y que ha terminado por languidecer conforme se reducía hasta la insignificancia el respaldo electoral a la formación fundada por Albert Rivera.
¿Por qué no ha estallado el Gobierno andaluz tal y como sucedió en las otras comunidades en las que se conformó la misma fórmula de gobierno? Entre las explicaciones que ofrecen en el Palacio de San Telmo hay una que sobresale por encima de las demás por la convicción con los propios protagonistas la transmiten: la absoluta confianza mutua que los miembros del Gobierno han sido capaces de construir durante estos tres años.
Esta seguridad en las relaciones entre unos y otros comenzó a labrarse en los mismos albores del gobierno surgido de las elecciones del 2 de diciembre de 2018 y tras el pacto de investidura firmado entre el Partido Popular, Ciudadanos y Vox como apoyo parlamentario. El escenario tenía demasiados ingredientes que podrían haber conducido al fracaso: la ausencia de una experiencia previa, la falta de mayoría parlamentaria, que obligaba a los dos partidos de gobierno a entenderse con un tercero, Vox, y la resistencia de Ciudadanos a entablar relaciones con esa formación y a suscribir acuerdos en los que los anagramas de ambos partidos aparecieran juntos. Frente a estas dificultades hubo un pegamento que se demostró más poderoso que cualquier situación disolvente: la decisión de echar al PSOE del gobierno y de terminar con 37 años de hegemonía socialista en Andalucía. Después de casi cuatro décadas ejerciendo una oposición solitaria sin socios con los que entenderse, el PP de Andalucía se acabó encontrando con dos.
Por ese motivo, en aquellos inicios se tomaron dos decisiones que se revelaron claves para la buena marcha del gobierno: una fue el encargo que el presidente, Juanma Moreno, hizo a su consejero de Presidencia, Elías Bendodo, de que garantizase la estabilidad del Gobierno mediante la construcción de una relación de confianza con el líder de Ciudadanos y vicepresidente de la Junta, Juan Marín. La otra fue la de asumir desde el PP las relaciones con Vox, incluidas labores de mediación cuando los puentes entre el socio de gobierno y el socio parlamentario quedaron rotos.
Bendodo y Marin fijaron una reunión de enlace semanal que se viene celebrando desde entonces y en la que se abordan todos los temas, no sólo los que afectan al Gobierno sino también a los respectivos partidos. En San Telmo aseguran que en esos encuentros no se deja tema por tratar y que la relación de confianza entre ambos se ha trasladado no sólo sus respectivos equipos sino también al plano personal.
Otra de las decisiones que Moreno trasladó a los suyos, y que se ha acatado a rajatabla, fue la de no escatimarle al vicepresidente ni una pizca de protagonismo. Marín es el segundo en el protocolo de la Junta y ese rango se ha respetado sin decaer independientemente de la situación de crisis terminal que sufre su partido.
Juanma Moreno, que también habla con Marín frecuentemente, mantiene asimismo una relación habitual de intercambio de pareceres con la presidenta nacional de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Se llaman mutuamente de forma periódica, lo que ha tenido su relevancia no solamente ahora, cuando internamente Marín y la presidenta de su partido han recuperado la sintonía interna, sino sobre todo cuando los cortocicuitos en las entrañas de Ciudadanos los encontraban en bandos enfrentados.
Durante mucho tiempo se ha especulado por los motivos por los que el presidente de la Junta no adelantaba la convocatoria electoral pese a los augurios demoscópicos de una victoria amplia. La explicación es la más sencilla: la actual fórmula de gobierno PP-Ciudadanos es para Juanma Moreno mucho más cómoda que el eventual escenario de un ejecutivo compartido con Vox. Para el PP es tan importante sacar una ventaja decisiva sobre el PSOE como evitar que su socio desaparezca del mapa político. Darle a Marín todo protagonismo posible no es un acto de generosidad, sino parte de una estrategia política.
En San Telmo no reconocen que la relación PP-Ciudadanos haya atravesado dificultad alguna durante la legislatura, pero el calendario recoge algunos momentos críticos. Uno se fija en el verano de 2020, cuando Marín intentó promover una crisis de gobierno para apartar a quien en ese momento se veía como una alternativa a su liderazgo, la consejera de Igualdad Rocío Ruiz, considerada referencia en Andalucía del sector entonces liderado por el secretario de Organización, Fran Hervías. La tensión fue en aumento y obligó a Arrimadas a interrumpir su baja por maternidad para desplazarse a Sevilla y poner orden respaldando a Ruiz.
Juanma Moreno, que hizo de la estabilidad una bandera, se negó a hacer una crisis de gobierno para resolver un problema interno de su socio. Ruiz siguió en su puesto y Marín se limitó a recortar algunas de las competencias de Igualdad para transferirlas a otras consejerías.
El presidente también tuvo que terciar algunos meses más tarde por otro problema interno entre el vicepresidente de la Junta y Rocío Ruiz. A través de uno de sus peones más fieles -la presidenta del Parlamento, Marta Bosquet- Marín intentó retrasar la aprobación de la norma estrella de la Consejería de Igualdad, la Ley de Infancia. Juanma Moreno levantó el teléfono y el debate de la ley se incluyó en el orden del día del Pleno. Una vez aprobada la ley, Ruiz intervino para agradecer a quienes lo habían hecho posible. Citó al presidente, pero no a su jefe de filas.
Pero el momento más crítico sobrevino en marzo de este año. Ciudadanos y el PSOE promovieron una moción de censura en Murcia, que finalmente no prosperaría, con lo que el gobierno de coalición saltó por los aires. La bomba política tuvo efecto retardado en Madrid, donde la presidenta, Isabel Díaz Ayuso, rompió con su socio naranja, al que acusó de conspirar con los socialistas para desalojarla, y convocó unas elecciones en las que arrasó a sus contrincantes.
Por ese entonces, Hervías concretó su pase al Partido Popular, donde el secretario de Organización, Teodoro García Egea, le puso una oficina para que dirigiera la operación de captación de dirigentes y absorción hasta su desaparición del partido naranja. En el PP de Andalucia, donde venían recibiendo presiones de Génova para romper y adelantar elecciones, reaccionaron con la estrategia contraria. Firmaron con Ciudadanos un pacto de 'encapsulamiento' para aislar al Gobierno andaluz de estos movimientos y se comprometieron a bloquear el posible trasvase entre partidos hasta el final de la legislatura. La estabilidad como objetivo prioritario volvió a imponerse y resistió incluso a una nueva ruptura, esta vez en Granada, que supuso que el PSOE recuperara la Alcaldía.
Ni siquiera la filtración del audio de una reunión interna en la que Juan Marín explicaba a los suyos que había que impedir un acuerdo con el PSOE para apoyar los Presupuestos y retrasar la aprobación de la ley del suelo pareció conmover al pacto de gobierno.
Posiblemente una de las claves de la convivencia esté en una de las afirmaciones que más repite Juan Marín y que también se le ha escuchado al consejero de Presidencia y responsable de la coordinación en el seno del Ejecutivo andaluz, Elías Bendodo: si alguien mirara por una mirilla una reunión del Consejo de Gobierno no sabría distinguir entre los consejeros del PP y los de Ciudadanos. En realidad, no es necesario acudir a una mirilla porque en las intervenciones públicas tampoco es posible detectar diferencias.
Para los miembros del partido naranja críticos con el vicepresidente esta uniformidad, lejos de ser una ventaja, es un problema. Si los votantes no distinguen entre un partido y otro, lo más probable es que se acaben decantando por el pez más gordo y el mérito de la gestión de las consejerías de Ciudadanos se las acabará llevando el Partido Popular.
Desde el otro lado confían en que el partido naranja aún tiene posibilidades de obtener rédito de su labor de gobierno y blanden las encuestas, en las que Ciudadanos mantiene su representación y Marín aparece como el segundo líder más conocido y valorado de Andalucía, sólo superado por el presidente de la Junta.
Si esas previsiones se acaban trasladando a las urnas sólo se sabrá cuando se celebren las elecciones. Y de momento lo único seguro es que ese momento no llegará como consecuencia de una ruptura entre los socios mejor avenidos de la política española.
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