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I. ÁLVAREZ
Sábado, 31 de enero 2009, 02:33
Ochenta años después de que El Caserío sacara al mercado sus famosos quesos en porciones triangulares, la multinacional Kraft Foods, propietaria de la marca desde 1992, planea cerrar en los próximos meses la planta de El Caserío de Mahón (Menorca) para trasladar la producción a Namur (Bélgica). Un total de 173 españoles perderán su puesto de trabajo y más de 400 empleos indirectos -ganaderos y agricultores- se verán «seriamente afectados», según calcula el comité de empresa, que cifra en doce millones de euros las pérdidas económicas que supondría el cierre de la planta menorquina, y más si esta situación se repite en la factoría leonesa de Hospital de Órbigo y la catalana de Montornés del Vallés, de dimensiones mucho más reducidas.
Y todo ello sin contar los daños emocionales. Quién no ha probado en su infancia los quesitos aplastados en pan, con galletas María o con membrillo... Hasta Karlos Arguiñano tiene una receta para elaborar una tarta de queso con 16 de estas porciones.
Marca histórica
La fábrica de Menorca venía produciendo 16.000 toneladas anuales de quesitos, lonchas y queso rallado. Todo apunta a que ahora esta histórica marca de alimentación en España e icono publicitario morirá en su exilio por exceso de queso fundido. «La estrategia de la compañía en esta categoría (fundido) consiste en centrarse en sus marcas ya consolidadas en Bélgica». Estos días, el Gobierno balear y los comités de empresa de Kraft Foods se esfuerzan en trasladar a la compañía la necesidad de que la fábrica de El Caserío se quede en Mahón. «Deben entender que se puede buscar otro comprador», considera el sindicalista Antonio Conde. «En tiempos de crisis, El Caserío es una marca más económica que otras, sin ser una marca blanca», sostiene.
Los orígenes de El Caserío se remontan a los primeros años de la década de los 30, cuando el fundador de la empresa, Pedro Montañés de Villalonga, inicia la fabricación partiendo del queso artesanal que se producía en las fincas ganaderas de Menorca. La primera porción triangular se comercializa en enero de 1931. La máquina necesaria para su elaboración se había importado de Suiza y las cajitas redondas de cartón se compraban ya terminadas.
Durante la guerra, la empresa adquiere en un desguace la maquinaria con la que desarrolla su propia planta industrial y así se asegura la continuidad de la actividad. En los años 50, los célebres quesitos van llegando al mercado nacional, hasta alcanzar una posición hegemónica gracias también a su lema publicitario. Pero hoy por hoy uno no puede fiarse.
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