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El explorador Josh Gates compara su pie con la supuesta huella del Yeti./ N. SHRESTHA. EFE
Yeti y compañía
REPORTAJE

Yeti y compañía

Criaturas que viven a caballo entre la ciencia y la leyenda, como el abominable hombre de las nieves o el monstruo del lago Ness, forman el campo de estudio de la criptozoología

ARANTZA PRÁDANOS

Sábado, 17 de enero 2009, 03:02

En un mundo que acepta sin problemas la existencia figurada de Santa Claus y reviste de rasgos mágicos a los Reyes Magos de Oriente, son muchos los que meten en el mismo saco ficticio a otras criaturas 'extrañas', especímenes a caballo entre el mito y la ciencia racional como el abominable hombre de las nieves, el monstruo del Lago Ness, el Kraken y otros. Sin embargo, a diferencia de los 'papás Noeles', el Yeti y compañía forman la materia de estudio de toda una subsección científica, la criptozoología.

Del griego 'criptos', oculto, la propia palabra lo dice; la criptozoología se ocupa del estudio de los animales escondidos. Aclarado el término, surge otra duda. Hablando de homínidos gigantes, serpientes marinas y monstruos selváticos, de especies de cuya existencia no hay pruebas sólidas, ¿se trata de ciencia o de ciencia-ficción?

La criptozoología es «una subdisciplina científica que se construye con aportaciones de zoólogos, naturalistas, antropólogos, de aventureros, folcloristas y simples aficionados». Una rama del saber que recurre a todos estos campos para descubrir «qué hay de cierto en las descripciones, relatos y mitos que hablan de animales que, teóricamente, son imposibles hoy, bien porque se extinguieron o porque se les describe con rasgos anómalos que chocan contra lo que nos dice la biología», explica José Gregorio González.

Coautor de varias obras sobre el tema, González firma ahora con David Heylen y Gustavo Sánchez 'El Gran Libro de la Criptozoología' (Edaf). Una suerte de enciclopedia de 'críptidos', la primera en castellano, plagada de llamativas ilustraciones e información a la última sobre qué se sabe y dónde se busca a estos seres.

Una extensa galería

En cualquier clasificación de críptidos que se precie, el podio lo ocupa el Yeti y sus primos de distintas regiones del mundo; humanoides peludos cortados por un patrón morfológico similar. Unos grandes, como el propio hombre de las nieves, los Almas de Mongolia, el Big Foot norteamericano o el Mapinguary del Amazonas, otros de escasa talla como el Sisimite o yeti hondureño, y el Orang Pendek de Sumatra.

Otra de las grandes familias críptidas la forman 'Nessie' y sus homólogos de Canadá, EE. UU., México -«hay como 600 ubicaciones descritas para este tipo de criaturas acuáticas»-, saurios de estirpe prehistórica alojados en lagos, estuarios, o deltas, serpientes marinas como 'Chessie', el Morgawr de Cornualles, el Nahuelito argentino. Y en tercer lugar, el Mokele Mbembe, un ser descrito por tribus a lo largo del Río Congo como una especie de dinosaurio del tamaño del elefante, saurópodo, varano acuático o similar.

Estas tres categorías forman la 'santísima trinidad' de la criptozoología, pero hay más. Criaturas como el Kraken, el calamar ciclópeo; el megalodón, el supertiburón de épocas prehistóricas; o felinos herederos del tigre 'diente de sable' entran también en este saco. Son, quizá, los críptidos más viables porque, aunque se les dé por extintos, entroncan con criaturas conocidas hoy día, caso de los calamares del género 'architeuthis', los grandes escualos o especies de gatos habitantes de regiones selváticas inexpugnables.

En 'El Gran Libro de la Criptozoología' no hay afirmaciones categóricas sobre la existencia real de todos estos críptidos. Los autores saben lo fácil que es patinar en terreno tan resbaladizo.

«Y ahora, con las nuevas tecnologías, aún es más fácil que alguna gente intente colar fotos-montajes o incluso falsificar huellas o supuestos restos fósiles», admite González. Tampoco confiere credibilidad a la disciplina la existencia de una rama derivada. Si muchos ya dudan del objeto de estudio de la criptozoología, la parazoología derrapa hacia el delirio. Ahí se incluyen medio hombres- medio fieras como el chupacabras latinoamericano, el 'mothman' u hombre polilla, que ha dado pie a una película, el hombre-búho y demás ralea quimérica.

«Este tipo de seres no suele interesar a los criptozoólogos de verdad. Nadie va a buscar en serio al chupacabras, ninguna entidad científica va a subvencionar expediciones para localizarlos», subraya uno de los autores.

Sí hay científicos serios, biólogos, zoólogos, naturalistas, que buscan críptidos como el Yeti o serpientes marinas de gran tamaño porque, despojando las descripciones y avistamientos de ciertos rasgos fantásticos, se trata en muchos casos de animales viables desde el punto de vista biológico en los hábitats donde se les sitúan.

Faltan pruebas

«Pueden ser especies desconocidas para la ciencia y los catálogos zoológicos, pero conocidas, con nombre y que son fuente de alimento o una amenaza para poblaciones nativas», relata. Al biólogo Gustavo Sánchez, tribus nativas de la Amazonia venezolana le describieron un felino con igual fisonomía que el tigre dientes de sable, sin saber de su existencia ni de su extinción.

Pero, ¿cómo es que nadie ha dado con restos incontrovertibles de un Bigfoot o un Yeti? «Es cierto, ya debería haber pruebas. Pero la zoología está llena de especies que han sido observadas y descritas una vez y luego han tardado décadas en ser observadas de nuevo y en confirmarse su existencia», recalca José Gregorio González.

Criptozoólogos y aficionados argumentan que los satélites no lo han revelado todo sobre el planeta, quedan regiones inexploradas y de tanto en tanto aparecen especies nuevas, como el pequeño 'arca de Noé' hallado hace un mes en un bosque perdido de Mozambique.

Contra los escépticos alegan también que falta dinero para expediciones serias, y tiempo. «No hace tanto que se empezó a perseguir al Yeti, han pasado 60 años, son regiones de muy difícil acceso, se busca una aguja en un pajar», apostilla.

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