Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido
ANTONIO GARRIDO
Viernes, 19 de septiembre 2008, 03:46
A veces, pocas, los dioses deciden hacer un regalo a esas criaturas que se arrastran en su amargura cotidiana, esas criaturas llamadas seres humanos, hombres y mujeres que peregrinan por el espacio del hastío, de la rutina y de la soledad, por los bosques de la desesperanza; a veces, los dioses se reúnen en el Olimpo y beben ambrosia mientras dialogan pausadamente; a veces, en esos momentos, deciden elegir a un mortal para que haga algo especial, algo que rompa por un momento con la niebla de la vida.
El muchacho tenía veinte años y estudiaba con desgana pedagogía en francés, malvivía en pensiones, escribía poemas y se enamoraba; desde la capital evocaba la naturaleza y los paisajes de su tierra, tan lejos, donde quedó el padre siempre disconforme con lo que hacía; publicar no era fácil pero por fin la editorial Renascimento le editó el libro, el título, 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada'; es cierto que, a veces, los dioses son clementes. Corría el año 1924. Se trata del libro de poesía que más se ha editado en el siglo XX y, seguramente, en todos los tiempos. Millones de ejemplares a lo largo y ancho del mundo.
Recuerdo una vez en París, llovía, el acero del asfalto era un espejo y la cola del autobús se agitaba con impaciencia; ella era muy delgada y las mangas del abrigo le quedaban cortas, se notaba que tenía frío, del bolsillo sobresalía un libro, pequeño y manoseado, el gris era el color del mundo aquella mañana, el volumen era, ya lo saben, una edición barata del libro de Neruda, del regalo de los dioses. ¿Qué sentía esa muchacha al leerlo? ¿A qué experiencias personales iba unida la escritura? Es mucho mejor no saberlo.
La crítica ha dado vueltas y revueltas para explicar la clave del éxito de la obra. Hay quien afirma que la sensualidad explícita es la esencia de los poemas, el amor en el encuentro de los cuerpos sin tapujos, sin eufemismos; otros, apelan a la tristeza, a la melancolía del 'yo' poético; no falta quien habla de un cierto postmodernismo y tampoco los que afirman que este amor es una forma de panteísmo por la importante presencia de la naturaleza; como suele suceder en tantos casos con la crítica puede que todos tengan parte de razón porque una obra de tan altas calidades no se agota con un solo enfoque, son variados los caminos que llevan al centro de la escritura.
Temas clave
En mi opinión hay dos temas que son clave: el amor y la soledad, y en lo formal, un lenguaje sencillo, conciso, que llega directamente al lector sin rodeos, con una aparente facilidad, sólo aparente, un lenguaje sintético y de intensa expresividad; aunque existen momentos de exaltación, el tono general es elegíaco. El encuentro amoroso, tan intenso, preludia en su desarrollo la nostalgia, la evocación, la desdicha y, finalmente, la desesperación. Neruda da en la diana de los sentimientos y del proceso narrativo del amor que, como todo, va hacia el río de la muerte manriqueño pero sin esperanzas de vida posterior. El poema número veinte es, quizás, el más famoso y su primer verso se repite hasta la saciedad como se reproducen los angelitos de Rafael de Dresde; pero, sin embargo el verso no pierde nada de su intensidad: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche».
Una cierta presunción está presente en ese «más tristes», es como el «peor hombre del mundo» de la lápida de Mañara; se trata de un deseo de totalidad insuperable, de una hipérbole propia de un joven poeta que se cree capaz de tamaña empresa. Yo puedo hacer lo que nadie ha hecho, escribir la tristeza amorosa como no se ha escrito nunca; por otra parte, se trata de hacer literatura, de transferir a la palabra lo que fue sudor y jadeo, gesto y olor, o pura fantasía; se trata de cambiar de código desde la evocación.
Son cuatro los elementos de la naturaleza que tienen mayor presencia en el libro: mar, cielo, montaña y viento, hasta el extremo de que adquieren protagonismo y no son sólo un mero marco de referencia o de localización; de los cuatro, el cielo y el viento se citan de manera expresa. Es el ámbito clásico de la noche, 'azul' y 'estrellada' en la que la luz de los astros es un horizonte infinito de melancolías. El viento canta; se trata de un ámbito sereno, propio al recuerdo, espacio para la confesión que llega de inmediato, tras repetir el primer verso: «Yo la quise, y a veces ella también me quiso». El pretérito nos lleva al núcleo de la evocación. El amor se presenta con la constancia del 'yo' y con el «a veces» que rompe la constancia en el sentimiento por parte de la amada.
En la noche y en el cielo, observemos la simetría de los elementos, se amaron; de pronto, la inversión. El 'yo' tampoco es constante: «Ella me quiso, a veces yo también la quería»; la conclusión es que el amor está destinado fatalmente a desaparecer. La repetición del primer verso es un a modo de estribillo afirmativo que va creando el clima sentimental adecuado al tono del poema. Los ojos 'fijos' de la amada, como una esfinge y, de nuevo, la noche para elegir tres verbos: pensar, sentir y oír como palabras que expresen la ausencia, dolorosa, muy dolorosa. El poeta es consciente de su escritura y, de esta manera: «El verso cae al alma como al pasto el rocío».
Ambiente misterioso
En la noche, la ausencia, «A lo lejos alguien canta. A lo lejos», un ambiente secreto, misterioso envuelve el recuerdo que no se resigna en el presente porque el alma la sigue reclamando, la buscan los ojos y el corazón. El amor permanece en la distancia del tiempo y del espacio. La contención es otro elemento fundamental del tono lírico, así como la sencillez del vocabulario empleado; creo que en la recepción del poema, muchos lectores habrán pensado, justamente eso es lo que siento o justamente eso es lo que me gustaría sentir, que el amor es, muchas veces, más potencia que acto.
El tiempo ha pasado aunque la noche sea la misma, los amantes no, y así la terrible afirmación que es contradictoria: «Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise»; el oído para las palabras ardientes, la voz de la amada, sus ojos que esta vez son infinitos, el cuerpo «claro», todo ha desaparecido sin desaparecer porque los celos: «De otro. Será de otro», duermen en lo más íntimo como el rescoldo de un fuego que no se extingue, como la eternidad amorosa de Quevedo.
Así, la verdad surge: «Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero». El lector sabe que sí, que ese «tal vez» es una defensa y que la angustia cerca la voz del poeta y que ese «último dolor» y esos «últimos versos» no dejen de ser un deseo, nada más que un deseo de acabar con la literatura lo que fue realidad, o no lo fue, que no me importa porque el poema es lo que permanece en ese tiempo en el que todos los amores de diluyen.
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