Vecinos con los que no hay quien viva
Las comunidades de propietarios son escenario de las historias más insólitas. Un grupo de administradores de fincas repasan algunas de las más surrealistas que han pasado por sus despachos
ALMUDENA NOGUÉS
Lunes, 25 de agosto 2008, 03:36
Muchas comunidades de vecinos son auténticos campos de batalla en los que las únicas trincheras seguras se levantan tras la cerradura de cada vivienda. Cualquier ... excusa es buena para abrir fuego: ruidos a horas inoportunas, prácticas poco decorosas en las zonas comunes, conflictos con las mascotas, impago de cuotas... Y suma y sigue. Las excéntricas disputas que vertebraban hace un par de años los capítulos de la popular serie 'Aquí no hay quien viva' reflejan una realidad cotidiana con la que lidian buena parte de los malagueños.
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Un grupo de administradores de fincas consultados por este periódico aseguran que algunas de las denuncias que les transmiten los residentes son tan rocambolescas que superan con creces los argumentos de los guionistas televisivos. Con la condición de mantenerse en el anonimato, estos profesionales bucean en su memoria para relatar las historias más inverosímiles. Insisten en que son absolutamente ciertas. Como la vida misma:
CÁMARAS DE VIGILANCIA
Pillados in fraganti en el garaje
Todo comenzó con un arañazo a traición en la carrocería del coche de un vecino. El vehículo estaba aparcado en el 'parking' del edificio de la comunidad, por lo que el afectado, deseoso de cazar al envidioso que le había estropeado su nuevo BMW, se dirigió al portero hecho un basilisco y le exigió visionar las últimas imágenes captadas por la cámara de seguridad del garaje.
La revisión de los vídeos no sirvió para pillar al infractor. Pero destapó un pastel aún mayor: al verlos, el damnificado descubrió que su mujer le estaba siendo infiel con otro vecino, con quien solía verse a escondidas entre los coches del sótano. La historia, surrealista donde las haya, sucedió en un edificio de la zona norte de la capital. Según el administrador, tras el ataque de cuernos, la pareja se separó y, lo peor de todo, fue la comidilla de la urbanización durante meses.
IMPAGOS DE CUOTAS
El rumano que fingía no hablar español
Su nombre se había convertido en un clásico en el listado de morosos de la comunidad. Tanto es así, que un buen día el administrador, harto de darle toques de atención para que pagase las cuotas, tocó a su puerta. Al otro lado, un vecino de origen rumano, se hacía el sueco y simulaba no entender sus argumentos. El administrador, un profesional con conocimientos de inglés y francés, intentó hacerse entender por todos los medios posibles. Pero el inquilino le seguía poniendo cara de póker.
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Dispuesto a poner remedio a tal escollo, el gestor del vecindario decidió pedirle ayuda a un rumano amigo suyo, con el que regresó a casa del moroso. «Mi sorpresa fue que cuando estábamos allí de nuevo, de repente el hombre va y le pega un grito a sus hijos en perfecto español pidiéndoles que no hicieran ruido. ¿Imagina la cara de tonto que se me quedó!».
BLOQUE ATORADO
La pata de cordero, al inodoro
Por motivos desconocidos, día sí día no, el administrador de fincas tenía que llamar al camión de desatoro para que solucionara un atasco misteriosamente reiterado en el edificio. Al principio pensaron que era un problema de salida del bajante. Sin embargo, ningún vecino se imaginaba el desenlace de la historia.
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La sorpresa llegó al levantar la alcantarilla. «El problema era que un residente se dedicaba a tirar por el inodoro todas las sobras. Encontramos desde pata de cordero a restos de potaje de garbanzos, patatas...Vaya, todo un menú», recuerda entre risas Manuel Mora, de Audioconsulting.
GASTO MISTERIOSO
Un 'loft' en el trastero
La historia que se narra a continuación aconteció en un bloque de vecinos de la capital. La factura de la luz de la comunidad comenzó a dispararse sin motivo. Atónito, al tercer mes de recibos desorbitados, el administrador se propuso investigar el misterioso motivo que estaba elevando el gasto en el recinto. «Hablé con todos los miembros de la junta directiva, pero nadie sabía nada. Entonces opté por poner un cartel en las zonas comunes para reclamar la colaboración del resto de inquilinos e indagar si alguien sabía algo», relata Manuel Mora.
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A los pocos días, la campaña dio sus frutos. Fue un vecino el que resolvió el enigma: la respuesta se escondía en un trastero. Curiosamente en el del presidente de la comunidad: «Resulta que el hijo había hecho del trastero un loft donde llevar a sus conquistas femeninas. Tenía una cama, televisor y hasta minibar, enganchado al suministro del edificio. El padre ni lo sabía porque nunca bajaba», añade.
MASCOTAS
No sin mi perro
Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Tanto, que algunos olvidan las normas establecidas y tratan a su mascota como a un miembro más de la familia. Eso es precisamente lo que sucedió en un vecindario de Alhaurín de la Torre.
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Una tarde de verano, el administrador recibió una llamada urgente al móvil de un grupo de vecinos. Estaban indignados porque aseguraban que había un propietario que se estaba bañando en la piscina con su yorkshire y que, pese a sus críticas, no entraba en razones. «El hombre argumentaba que su perro tenía mucho calor, que estaba más limpio que mucho otros residentes y que no había nada malo en que se diera un chapuzón con él».
CONFLICTO RE RUIDOS
Música clásica contra el 'heavy metal'
Pero si hay un conflicto recurrente en un vecindario ese es el del ruido. El abanico es infinito. Desde perros con ladridos insoportables a conversaciones a deshoras en la terraza, parejas demasiado fogosas o canciones ensordecedoras. La disputa en la que medió Luis -que pide que no se mencione su apellido- ocurrió en Torremolinos.
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Sus protagonistas: un amante del heavy metal y una familia harta de ver retumbar las paredes de su casa a ritmo de guitarra eléctrica. «Un día la mujer nos llamó desesperada. Decía que llevaba varios días sin dormir, que intentaba sin éxito que su vecino entrara en razones y que necesitaba que le diéramos una solución urgente», detalla Luis. Y prosigue: «Una compañera, medio en broma para calmarla, le insinuó que le regalara un disco de música clásica. ¿Pues resulta que la mujer se lo tomó tan a pecho que en la siguiente junta de propietarios se presentó con un disco y se lo soltó!». Pese al intento, no sirvió de nada, y al final, como era de esperar, acabaron yendo al juzgado.
CONDUCTA INCÍVICA
Un orinal en el ascensor
La estampa se repetía religiosamente cada mañana: el ascensor amanecía decorado con un desagradable charco de orina. Hartos de soportar el gesto incívico, los vecinos (en este caso, de la zona de Ciudad Jardín) se pusieron en pie de guerra y transmitieron el asunto al administrador.
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La primera medida de este paciente gestor fue colocar un cartel de grandes dimensiones en el elevador rogando a los residentes de dicha comunidad que evitasen tales prácticas. Sin embargo, el autor lejos de achicarse dio un paso más: «Al día siguiente de colgar el aviso, el ascensor amaneció presidido con un regalo más sólido y una advertencia desafiante en el cartel: 'Y no vayamos a mayores'». Encima, con amenazas.
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