Almendras para compartir
Este trabajo es para mí una ayuda económica y un entretenimiento / Antes era albañil, pero ya estoy jubilado / Camino poco a poco, a mi ritmo
UNA CRÓNICA DE M.CARMEN ESPAÑA
Martes, 5 de agosto 2008, 11:01
FERNANDO Bolaños siempre ha acudido a vender almendras de manera ambulante en momentos de necesidad económica. Este melillense de 73 años afincado en Málaga se dedicó durante muchos años a la albañilería. Cuando le faltaban las chapuzas y se quedaba parado, cogía su canasto y recorría la ciudad para vender frutos secos. Ahora, ya jubilado, encuentra en este trabajo un complemento económico a su pensión y, al mismo tiempo, una forma de entretenimiento.
A primeros de junio, cambia su pequeño puesto de almendras de la Alameda Principal por la cesta con la que pasea a su ritmo por la playa de La Misericordia. Comienza su trayecto en Huelin y en los días en los que la playa está más concurrida, domingos y festivos, llega hasta Sacaba. «Antes andaba más cada día, pero ahora uno no está para tantos trotes», afirma. De todos los sitios donde ha vendido almendras, la playa es el que más le gusta. Le encanta sentir la brisa del mar y los beneficios que le reportan sus caminatas por la orilla.
Compañeros
Su jornada comienza sobre las once y media de la mañana y suele terminar a las tres de la tarde, los días de diario, o a las siete, los fines de semana. No se turna con nadie, lleva él solo su negocio. «Yo siempre digo que las medias son para las mujeres», bromea Fernando. Esto no quita que no haya entablado amistad con las personas que, como él, trabajan en la playa. Conoce a todos los vendedores ambulantes, incluso a los que llevan menos tiempo. El personal de los chiringuitos le guarda su cesta cada tarde para que no tenga que cargarla hasta su casa de La Palma.
El trato con los clientes también es cercano y casi siempre le compran las mismas personas. «Siempre me suelen llamar los conocidos, luego ya se le antoja al que esté al lado», relata. Tiene buena relación con algunas familias que acuden a La Misericordia. A menudo, le invitan a descansar bajo su sombrilla y a tomarse algo fresquito. No puede decir lo mismo de los extranjeros, de quienes asegura que son los que menos compran y los que más callados están.
La única protesta que recibe suele ser por el precio. Vende sus cartuchos de almendras a uno o a dos euros, según su tamaño. «Mucha gente se queja, incluso me piden que haga paquetes de 50 céntimos, pero yo sigo mi camino, el que no quiera que no compre», dice el vendedor ambulante. Otra molestia que recibe Fernando Bolaños son los comentarios de algunos de los chavales que están en la playa. Él los achaca a una falta de educación, pero no los tiene muy en cuenta.
El terral es lo único que le frena en su cita diaria con los bañistas. Los días en los que llega a la playa y siente este viento tan seco y cálido, vuelve inmediatamente a su casa. Allí, aprovecha para descansar y hornear las almendras que luego vende. El resto de los días, el calor no es obstáculo para él. Su gorra y sus gafas oscuras de sol le sirven de cobijo. Beber mucha agua y sentir el frescor de la brisa del mar son otras de las soluciones que Bolaños encuentra para paliar las altas temperaturas.
Pero la playa no es el único lugar por el que este vendedor ambulante se pasea durante los meses de verano. Cuando comienza la Feria de Málaga, se pone sus mejores galas y se desplaza hasta el Cortijo de Torres. «Me pongo mi pantalón blanco, mi camisa blanca, mis zapatos negros y voy hecho un pincel», comenta, risueño. Camina por las casetas casi convertido en una atracción más. No pregona sus almendras con ningún chiste, pero asegura que a los extranjeros les llama la atención su profesión y le fotografían como un recuerdo más de Málaga. «Siempre ha sido un trabajo muy típico de aquí, cuando era joven yo mismo compraba almendras a una perra gorda el paquete».
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