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ADIÓS. Los problemas físicos han provocado la retirada de 'Seve'. / REUTERS
Una amarga despedida
Golf

Una amarga despedida

Severiano Ballesteros fue el más grande. Creativo, carismático. A él se debe la popularidad del golf en España. Aunque los altibajos y su compleja vida sentimental de estos últimos años tiñen su adiós de tristeza

TEXTO: CARMEN FUENTES

Miércoles, 25 de julio 2007, 20:02

ERA el 23 de julio de 1984 cuando los periódicos dedicaban su portada al primer golfista que en la historia de España ganaba una de las pruebas deportivas más importantes del mundo, el Open Británico: Severiano Ballesteros. Su gesto en el 'green' del hoyo 18, tras el último golpe con el 'putter' que le daba la victoria, no podía ser más expresivo. Había ganado el Open y a su mayor rival, Tom Watson. Su gesto era una mezcla de alegría, esfuerzo, éxito y, ¿por qué no?, rabia. Un gesto que le ha acompañado toda la vida. Era su segundo Open -el primero lo ganó en 1979-, tenía 27 años y llevaba 10 como jugador profesional en una carrera colmada de éxitos.

Eran también otros tiempos, y en España apenas se hablaba de golf. Incluso se mencionaba despectivamente este deporte que consideraban de 'señoritos'. Pero, de repente, surge una figura como la de Ballesteros y las cosas cambian. 'Seve', como le llaman en los circuitos internacionales, era un ídolo en Gran Bretaña y en Estados Unidos. Y aquí, sin enterarnos. Él ha recordado muchas veces, con lástima, que sus hazañas pasasen inadvertidas para muchos medios de comunicación, pues pocos le reconocían sus méritos, cuando todo lo que es hoy el golf en nuestro país se lo debemos a él, pues fue quien despertó el interés y la pasión de la gran mayoría de los muchos aficionados que hoy tiene este deporte.

Primeros pasos

Todo comenzó en un pueblecito cántabro, Pedreña, un 9 de abril de 1957, cuando venía al mundo un hijo de Baldomero Ballesteros, antiguo miembro de una de las mejores tripulaciones de traineras que ha habido en España. En Pedreña existen dos deportes de raigambre: el golf y las traineras, y en todos los hogares allá por los años 50 y 60 nunca faltaba un remero o un 'caddy' del Real Golf de Pedreña, un prestigioso club inaugurado por Alfonso XIII en 1928, cuando la Familia Real tenía vínculos veraniegos con Santander y se alojaba en el Palacio de la Magdalena. Allí empezó a trabajar de 'caddy' Severiano, igual que otros niños del pueblo. Sus otros hermanos, Baldomero, Manuel y Vicente, todos mayores que él, también apuntaron maneras en el golf y pronto se convirtieron en profesionales e, incluso, un hermano de su madre, Ramón Sota, que debió de ser quien le metió el gusanillo en el cuerpo, fue uno de los mejores golfistas de Europa durante la década de los 60, pues además de conseguir el sexto puesto en el Masters de Augusta en 1965, logró cuatro campeonatos en España.

Todos estos antecedentes y el hierro 3 que le regaló su hermano Manuel bastaron para que el pequeño 'Seve', bien en la playa de El Puntal o en la de Somo, ensayara una y otra vez su golpe cada día más perfecto. Tenía afición, ganas de hacerlo bien, de superarse y, lo más importante, un don innato para el golf y una enorme versatilidad, cualidades que poseen muy pocos. No había duda de que estaba 'tocado' por los dioses.

No era socio del exclusivo Club de Pedreña, donde no podía jugar. Se tenía que conformar con llevar los palos a los jugadores, muchos seguramente peores que él. Pero no se conformó. Tenía el golf metido dentro, cada vez lo hacía mejor, y alguna que otra noche saltaba al campo a escondidas a jugar y a comprobar sus progresos.

«Cuando tenía 14 años fue 'caddy' de don Santiago Ortiz de la Torre y del doctor Campuzano, que, viendo las buenas cualidades que tenía, le ayudaron muchísimo», comenta Ángel Matalla, una personalidad en el restaurante del club. Lleva con la contrata más de 35 años y lo sabe todo. «Severiano era un genio -continúa- y eso que el golf es muy sacrificado. Aquí, en Pedreña, los que no eran socios no podían entrar a jugar, pero los doctores Ortiz de la Torre y Campuzano le arreglaron los papeles para su acceso. Ballesteros se lo agradeció en el alma, y en más de una ocasión el doctor Campuzano, cuando 'Seve' ya era una figura, cerró su consulta para seguirle en los torneos. A la vuelta nos comentaba sus triunfos y nos hablaba de lo que Ballesteros significaba en el mundo del golf. Fueron muy amigos hasta que los dos doctores fallecieron. A Severiano tenemos mucho que agradecerle porque si se conoce Pedreña en el mundo es por él. Aquí vive, aquí se entrena, cada día menos, y aquí juega al golf con las grandes figuras que, de vez en cuando, vienen. Es muy casero, le gusta almorzar en casa. Viene poco, pero cuando se queda siempre le sirvo verduras, le encantan».

«Entiendo que se retire»

Ángel lo conoce desde niño, lo ha visto crecer, jugar, triunfar. «Yo entiendo que se retire -explica- porque si has sido un genio y, de repente, no llegas, te entra la tristeza». Ballesteros ha conservado a sus amigos de infancia, los mismos con los que fue a la escuela -algunos eran sus primos, hijos de Marcelino y Ramón Sota-, pero ahora sólo tiene ojos para sus tres hijos: Javier, Miguel y Carmen. Precisamente Miguel, un 'chavaluco' encantador de 14 años, alumno de los Agustinos y 'handicap' 4, entraba en el cuarto de palos del Club de Pedreña. «Me da pena que se retire del circuito profesional -cuenta-, pero estoy contento porque él lo está. Además, yo ya le he visto jugar, la última vez en el Open Británico». Verle lanzar la bola con el 'pitching' da idea de lo buen jugador que es. «Ya me gustaría llegar a ser como papá», dice sonriente.

Acaba los dos cubos de bolas, y vuelve a dejar su bolsa en el guardapalos. Allí está Mercedes, la encargada, que conoce a Ballesteros desde hace casi 30 años. «Nunca dejó aquí los palos. Carmen, su ex mujer, y sus hijos sí los guardan. Y él... pues qué quiere que le diga, cada uno tiene su vida y unos días mejores que otros. No quiero contarle nada, ni bueno ni malo». Ballesteros acude al golf desde su casa, que está al lado, en 'buggi' y allí lleva los palos.

«Es el jugador más grande que hemos tenido y pienso que no tiene edad para retirarse, pero las lesiones le han pasado factura. Pero es él el que sabe cómo se encuentra. Ahora se dedica a enseñar y dirigir el juego de sus hijos, que no tienen más profesor que él, a montar en bicicleta, a pasear por la playa y a nadar», señala Jesús Calarga, director deportivo del club.

Un lugar singular

Pedreña ha amanecido nublado. Los prados están verdes porque no ha parado de llover en todo el invierno. No se ve mucha gente por la calle, ni por las playas de alrededor, sólo mariscadores de almejas y navajas porque la marea viene baja, pero las casas están engalanadas con banderas españolas, como si estuviesen en fiestas. El taxista nos aclara que las del Carmen, tan marineras, ya han pasado, que hoy es 18 de julio y que a los cántabros les gusta recordarlo.

Entramos en el restaurante-bar 'La Trainera', propiedad de Manuel Ocejo Lavín, primo de Severiano. En una pared, una gran foto del dueño y el golfista; en la otra, la de Franco. Ocejo no quiere hablar de su primo, ni como pariente ni como golfista. «Lo mío es vender vino, no hablar de nadie», fueron sus palabras. A su lado, tomando una caña, está Gumersindo Ruiz, ex funcionario del ayuntamiento de Marina de Cudeyo: «Claro que lo conozco. Fui chico de los recados en casa de su abuelo, que era de Rubayo y allí tenía un taller de campanas. Yo no he entendido nunca el juego del golf, pero 'Seve' es un mito mundial, español y pedreñero, y no le digo más».

En Pedreña muchos son parientes de Severiano. En la carnicería encontramos a Ana Presmanes. «Antes le veía más; ahora, en algunos entierros. Hace unos días, cuando iba con una amiga, conocí a su hijo Miguel y ella, al ver al chaval, me dijo: '¿A quién te recuerda? Es igual que tu hermano Carlos'. Los genes se llevan dentro. ¿Sabes por qué no te quieren hablar de él? Porque es muy suyo, y poco a poco se ha distanciado de la gente».

Regresamos a Santander en 'La Pedreñera', un barquito que une los pueblos de la bahía con la capital. Julio, el que expende los tiques, nos asegura que 'Seve', de vez en cuando y para evitar los atascos de la carretera, saca su tique de ida y vuelta y acude a Santander en barca a hacer gestiones.

«Creo que este viaje le relaja, pues en la carretera hay mucho tráfico», puntualiza. Ahí, en esa carretera que une Somo con Santander, es donde murió el pasado mes de marzo Fátima Galarza, su último amor. Un fatídico accidente de coche segó la vida de esta joven de 29 años, con un hijo de 13, con la que Ballesteros estaba rehaciendo su vida tras su separación matrimonial de Carmen Botín.

Él había sido profesor de golf de Carmen, y de aquellas clases surgió un amor lleno de dificultades por el que ambos lucharon. A los dos les horrorizaba que hablasen de su vida privada. Lucharon por mantenerse lejos de los focos, y lo consiguieron. Se casaron en privado en 'El Promontorio', la finca de su abuelo, Emilio Botín-Sanz de Sautuola López. Sólo los padres y los hermanos de ambos, además del abuelo de Carmen, asistieron. A la prensa le dieron una foto del enlace. Y para evitar filtraciones, se llevaron el carrete a revelar durante el viaje de novios. Pero le reconoció el encargado de la tienda de una paradisiaca isla -seguramente golfista o aficionado- y les hizo la jugarreta de vender unas copias al mejor postor.

Todo iba bien entre ellos. Carmen, desde los 17 años, «sólo tenía ojos para 'Seve'». Se instalaron en Pedreña, tuvieron tres hijos y, por esas cosas de la vida, llegó el desamor. Se divorciaron. Ella se marchó con sus hijos a vivir junto a sus padres, él continuó en Pedreña, en su magnífica casa con vistas a la bahía y al golf. Vivió algunos altibajos sentimentales y mantuvo una vida un tanto disipada.

Desesperación

Si en lo privado a Ballesteros las cosas no le iban bien, en lo profesional tampoco, y eso le desesperaba. Los problemas físicos (la espalda) continuaron; los del alma son capítulo aparte y, a veces, difíciles de remontar, porque cuando parece que se están superando viene un mazazo y lo echa todo a perder. La muerte de Fátima, por su extremada juventud, dejó a Severiano, como no podía ser menos, profundamente d eprimido. Su cara en el funeral reflejaba el hondo dolor. El más grande, el ídolo mundial del golf, se derrumbó, y apenas pudo contener el llanto. Ahora, también antes, pero con menos tiempo, sus hijos son su prioridad. Ha estado meditando con ellos la decisión de retirarse y hace unos días lo anunció oficialmente en Carnoustie, durante el Open Británico, en el mismo campo en el que empezó su leyenda.

Extraña que en Pedreña, su pueblo, muchas gentes no quieran hablar ni bien ni mal de él. En estos asuntos parecen mudos. Quizás haya influido la fuerte personalidad de Severiano, su carácter, pero no hay que negar la evidencia. No es profeta en su tierra.

De vuelta al aeropuerto una de las posibles claves de esa reserva nos la da Pablo, el taxista: «Le he saludado dos veces, y me pareció un tío majo. Ha situado a Santander en el mapa del golf, porque en el mundo dices Severiano y te ubican. Es un ídolo, pero le digo una cosa que, no sé por qué, decía mi padre: «La gente de Pedreña es muy suya, muy envidiosa».

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