Borrar
Armada. La fragata 'Numancia' fue el primer buque blindado que dio la vuelta al mundo. :: SUR
El barco que quiso bombardear la ciudad
HISTORIAS DE MÁLAGA

El barco que quiso bombardear la ciudad

ÁNGEL ESCALERA

Domingo, 14 de noviembre 2010, 02:25

Todo quedó en agua de borrajas, pero la intención de los marineros de la fragata 'Numancia' sublevados el 2 de agosto de 1911 era bombardear Málaga si esta no se declaraba republicana. El amotinamiento se produjo en la rada de Tánger, donde el barco estaba fondeado. El objetivo de los insurgentes era encerrar a los oficiales, hacerse con el mando del buque y marchar rumbo a Málaga para que el resto de la flota se sumase a la revuelta. En caso de que la ciudad no quisiese ser republicana, estaban dispuestos a bombardearla. No hubo lugar, puesto que el motín fue sofocado con prontitud y se desarmó a los revoltosos.

La mecha de la sublevación se encendió a las dos y media de la madrugada. «¡Arriba, muchachos! ¡Zafarrancho de combate! ¡Coged las armas!», se oyó en el buque. A esta señal, unos cuarenta marineros se presentaron en cubierta armados con fusiles. Un condestable (especie de sargento en la artillería de marina), levantando la voz, les preguntó qué estaban haciendo. La respuesta fue que la cosa no iba con él, sino con los oficiales. El condestable no se amilanó en ningún momento y, tirando del machete, avanzó hacia ellos. En seguida se le unieron de refuerzo un infante de marina y el oficial de guardia. Entre los tres controlaron la situación y echaron por tierra el movimiento en menos de siete minutos.

Solamente se resistieron un fogonero, Antonio Sánchez Moya, y seis marineros. Bien caro pagaron su actitud. Sánchez Moya, el cabecilla de la revuelta, fue fusilado días después en la propia fragata 'Numancia' y a sus seis compañeros se les condenó a cadena perpetua. No hubo clemencia en el consejo de guerra sumarísimo celebrado en Cádiz. La reclusión de por vida fue el castigo impuesto a Vicente Díaz Rey, Francisco Camus, Gonzalo Moreira, Francisco Beas, Eduardo Gutiérrez y Jesús Ara.

Los papeles intervenidos a los sediciosos provocó que se registrara la casa del concejal republicano malagueño Pedro Román de la Cruz para determinar si el político guardaba alguna relación con el motín.

En la edición de 'ABC' del domingo 20 de agosto de 1911 se informaba de que Sánchez Moya, en las horas previas a su ejecución, recibió los santos sacramentos con «edificante fervor», oyó misa de rodillas, se colocó sobre los hombros el escapulario de la Virgen del Carmen, besó con frecuencia el crucifijo y solicitó ser enterrado en el cementerio católico, además de lamentar el momento de ofuscación que sufrió al rebelarse.

No le tembló el pulso

Hijo de un vendedor de periódicos, al fogonero amotinado solo le quedaban cuatro meses para acabar su periodo de milicia obligatoria. A Sánchez Moya no le tembló el pulso cuando firmó su sentencia de muerte. Al preguntársele si estaba de acuerdo con ella, respondió afirmativamente sin dudar. Este marinero en ningún momento negó haber sido el inductor de la sublevación. Es más, recriminó a sus compañeros cuando trataron de ocultarla.

La pena capital se aplicó a bordo de la fragata 'Numancia', fuera del puerto y con el acompañamiento del resto de buques de la escuadra. El fusilamiento fue presenciado por todos los tripulantes que estaban libres de servicio, así como por el resto de procesados por la rebelión. El cadáver quedó en el barco hasta que fue bajado a tierra y conducido seguidamente al cementerio del arsenal para ser enterrado.

La muerte de Sánchez Moya fue certificada por los médicos de la fragata 'Numancia', Bruno Crespo y Víctor Enríquez. El capellán Alberto Pallés rezó un responso ante el cuerpo sin vida del marinero ajusticiado.

Aunque el levantamiento de los marineros no fue a más, lo cierto es que Málaga estuvo en el punto de mira de los sediciosos. Se ignora qué habría sucedido en caso de que la revuelta no hubiese sido abortada con celeridad. Su intención era bombardear la ciudad si esta no aceptaba convertirse en republicana. El consejo de guerra no se apiadó del cabecilla del motín ni este pidió indulgencia. Aceptó con entereza su condena consciente de que su intento de hacerse con el barco había fracasado.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur El barco que quiso bombardear la ciudad