Entre lo invisible y lo visible
JUAN GAVILANES ARQUITECTO Y PROFESOR DE LA UMA
Domingo, 30 de noviembre 2014, 13:00
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JUAN GAVILANES ARQUITECTO Y PROFESOR DE LA UMA
Domingo, 30 de noviembre 2014, 13:00
El verano pasado un sobrino mío residente en Málaga quedaba gratamente sorprendido al descubrir que la playa de Benagalbón era una playa natural. Y claro que sorprende si estás acostumbrado a las playas del este de la ciudad de Málaga.
Las playas de Torre de Benagalbón poseen un carácter virginal con un alto potencial paisajístico que llama la atención sobre todo por su proximidad a ámbitos mucho más urbanos. El entorno en la actualidad se encuentra pautado entre tres líneas paralelas que redundan lo especial de su carácter. Podríamos decir que dos de ellas son de paso y la tercera de estancia, que es la playa.
De las de paso destaca la que no se ve nada. Posee un paseo invisible a lo Italo Calvino. Un banco de arena que lleva allí toda la vida permite andar dentro del agua, frente a la playa y propiciar encuentros inesperados y perspectivas desconocidas.
La tercera línea es un paseo que, en este caso, casi no se ve. Se trata de un terrizo de acceso que acentúa la condición natural del lugar y que justifica las reticencias de los habitantes del entorno a fotocopiar un paseo marítimo al que estamos demasiado acostumbrados.
Los paseos marítimos en cierto modo desnaturalizan y urbanizan en mayor o menor medida los bordes de las playas denominadas urbanas. Permiten su acercamiento a las reglas de la ciudad. Pero las playas se caracterizan por ser franjas de contacto directo con la naturaleza por lo que deben considerarse como áreas libres de primera categoría. En urbanismo ese «libres» significa con ausencia de edificación y con presencia natural, casi siempre vegetal o verde. Por eso llama la atención que se suelan quedar fuera al computar la proporción de áreas libres por ciudadano. Cuando el mar es en sí mismo la pura naturaleza salvaje y el uso de estas franjas no puede sino reportar beneficios ingentes a la calidad de vida de sus ciudadanos.
La vida que llevamos necesita de lugares que escenifiquen el desamparo. Lugares donde se desdibujen el poder y sus leyes, espacios diáfanos en su relación con la naturaleza donde sentirnos verdaderamente libres. La playa se muestra como un claro y accesible lugar de lo indeterminado y por ello, cómo se trate el paseo marítimo se torna en fundamental, grave y necesario.
Desde las últimas décadas conocemos otros paseos marítimos sensibles con todo esto, desde el reconocimiento del acontecimiento de los paseos de poniente y levante en Benidorm, o la calma del paseo marítimo de Matosinhos en Oporto, a la sensatez continua del de Castelldefels.
La esencia de Benagalbón no puede sino reclamar un paseo de muy bajo impacto que atienda a lo existente con valor, más allá de un copia y pega. Donde se fusione el paseo con la playa en un todo continuo y donde se tengan en cuenta de manera sensible sus bordes y acabados.
Llama nuestra atención también que hoy en día que la participación ciudadana está en boca de todos no se atienda a tiempo a tanta reclamación que sólo pide que esta franja de la costa malagueña nos siga sorprendiendo por su necesaria naturaleza latente.
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