El Manifiesto de Caín
Ciudadanía, legalidad, igualdad. eso está amenazado por el nacionalismo con sus fetiches culturales
Teodoro León Gross
Miércoles, 23 de julio 2014, 12:45
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Teodoro León Gross
Miércoles, 23 de julio 2014, 12:45
Si las naciones se pudieran psicoanalizar, sin duda Freud habría tirado la toalla con España; y Ferenczi, y Winnicott, y Lacan. Qué demonios. Basta ver lo ocurrido esta semana con los 'manifiestos' suscritos ante la presión del secesionismo catalán. A poco más de cien días de la consulta convocada allí para catapultar el rupturismo tras décadas de ingeniería social abonando el odio ('Espanya ens roba') y el victimismo ('Freedom for Catalonia'), por fin hay una respuesta enérgica, sí, ¿para contrarrestar eso? no, por supuesto que no, ¡para desacreditar los manifiestos! Esto es España. Naturalmente no hay argumentos, ya que eso resultaría ridículamente civilizado, sino el reduccionismo habitual: que si 'el manifiesto de derecha', que si el 'manifiesto de izquierda'. Ni siquiera el 'manifiesto constitucionalista' o el 'manifiesto federalista', sino el cansino e insoslayable antagonismo nacional con un inmovilismo goyesco.
«Han firmado Losantos y Tertsch, ¡es un manifiesto de fachas!». Por el otro: «Ah, los gabilondos, ¡manifiesto sociata!». A lo que sigue: «¿No te da vergüenza ir con ellos?». Acostumbrados a esa lógica, el sentido crítico seguramente ya está demasiado narcotizado para reparar en el disparate. Desde luego algo va mal cuando hay que explicar una idea tan sencilla como ésta: al firmar un manifiesto, se apoya el texto, no a cada persona que lo suscriba. Uno puede estar más cerca de Vargas Llosa o Savater, de Azúa o Leguina, de Herrera o Trapiello; pero en definitiva no se firma por apoyar a cada uno de ellos sino el manifiesto. Esa falacia de hecho equivale a decir: «Paquirrín dice que le gusta el Quijote, mira, como a ti ¿No te da vergüenza ser como Paquirrín?». El Quijote es lo que es, le guste o no a Paquirrín. Y un manifiesto se define en su literalidad, no por la taxonomía poliédrica de los abajofirmantes.
Estos manifiestos no plantean una cuestión territorial -quien ama España ama Cataluña, sobre todo si además se conoce Cataluña- sino la defensa de principios sustanciales: ciudadanía, legalidad, Estado de derecho, igualdad y libertad. Eso está amenazado por el nacionalismo con sus fetiches culturales. Y lo más asombroso es obviar masivamente esta amenaza telúrica para desgastarse en discutir si tal manifiesto es más de derecha o de izquierda, en hacer listas negras (al modo por cierto de la Generalitat) y en desacreditar los matices como si ése fuera el problema. España parece no tener modo de entenderse. Nada nuevo bajo el sol caústico del ferragosto lleno de chicharras y caínes; algún historiador ya en el siglo I a. de C. anotaba que los hispanos disfrutan de la pelea, y si no tienen enemigo exterior, se lo buscan en casa. Qué cosas. Se trataba de contrarrestar la amenaza secesionista, y los manifiestos han servido para nuevas amenazas y nuevas secesiones.
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