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A. ESCALERA
Jueves, 19 de noviembre 2009, 03:04
En su trayectoria profesional en urgencias Eduardo Rosell ha visto de todo. Desde casos extremos a otros de escasa importancia. «Nuestra obligación es atender a todo el mundo», señala. Y añade que los pacientes que más protestan son los menos graves. Rosell, que es médico coordinador de las urgencias del Hospital Clínico Universitario, considera que la gente va a urgencias porque sabe que se le hacen todas las pruebas más rápidamente que si acude a un centro de salud.
¿Cuáles son las urgencias más frecuentes atendidas en el hospital?
Eso depende un poco de la época del año. Ahora lo más habitual son los catarros de vías altas, las infecciones de orina, las enfermedades respiratorias, el dolor torácico, la patología isquémica, las hemorragias digestivas, los problemas digestivos, las úlceras gastroduodenales, las varices esofágicas, la pancreatitis, las intoxicaciones y los accidentes de tráfico, sobre todo los fines de semana.
¿Considera que muchos de los usuarios deberían ir a un centro de salud y no a un hospital?
Sí. Al menos la mitad de las urgencias que vemos podrían ser atendidas perfectamente en un centro de atención primaria. Los ciudadanos vienen aquí porque saben que les vamos a atender y a hacer las pruebas que necesitan en menos tiempo que si fuesen a su centro de salud. El resultado de una analítica de sangre y orina está en dos horas, el de una radiografía de tórax en veinte minutos y el electrocardiograma en un cuarto de hora.
¿No hay forma de reducir que tantos casos banales lleguen a las urgencias hospitalarias?
Es complicado, porque tenemos la obligación de atender a todo el mundo, aunque no se trate realmente de una urgencia. Además, según la normativa que tenemos, una urgencia es lo que el enfermo cree que es urgente.
¿Recuerda algún caso llamativo que para nada era urgente?
El pasado mes de agosto, una tarde de feria, llegó una chica de 18 años porque tenía una rozadura en un pie provocada por el zapato. Naturalmente, la pusimos en prioridad cuatro (la de los casos más leves) que puede esperar hasta dos horas). Cuando fui a verla ya se había ido. No podía negarme a atenderla, pero hay cosas que son flagrantes.
¿Cuál es la consecuencia de que tengan que atender a gente que no tiene nada importante?
Lo que crea es un mayor retraso en la atención. Por leve que sea un caso tenemos que hacer un diagnóstico o, al menos, emitir un juicio clínico que permita tener la seguridad de que el paciente está bien. Para ello, hay que pedir pruebas complementarias. Cuantas más pruebas se solicitan, más tardan en hacerse, sean radiografías, analíticas o cardiogramas, sin contar si hay que encargar una ecografía abdominal, una resonancia o un escáner, que son exploraciones más complejas. Eso produce un retraso a todos los niveles. Hay usuarios que llegan a las nueve de la mañana por un asunto que no tiene importancia y se van a las cinco de la tarde. Todo por la hiperfrecuentación que hay en las urgencias.
¿Qué días son los de mayor número de visitas?
Los picos de más gente se producen los lunes y los viernes. En cambio, si hay un partido de fútbol importante, las urgencias bajan un 60% durante el tiempo de juego. Normalmente, vemos una media diaria de 400 a 500 urgencias, sin contar las de ginecología.
¿Protestan mucho los usuarios si se tarda en atenderlos?
Es curioso, pero protestan más siempre los pacientes de menos gravedad. No se dan cuenta de que si tardamos un poco es porque estamos atendiendo a enfermos que se encuentran peor y necesitan ser asistidos antes.
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