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OBESIDAD. José Rivas opera de todo, aunque es especialista en intervenir a pacientes con un exceso de peso. / ANTONIO SALAS
José Rivas, médico cirujano: «Yo he sido operado dos veces y he sentido un miedo horroroso»
LA GRANIZADA

José Rivas, médico cirujano: «Yo he sido operado dos veces y he sentido un miedo horroroso»

Es cirujano por vocación y por el influjo de su padre / Le llaman 'el Cautivo', porque siempre lleva gente detrás / A sus 56 años ha operado a unos 15.000 pacientes / Es hermano mayor de la Cofradía de El Rico

UNA ENTREVISTA DE

Jueves, 16 de agosto 2007, 03:59

¿POR qué decidió ser cirujano?

Lo viví en mi casa. Mi padre, José Rivas Torres, era cirujano. Vi la vocación que él tenía, la atención que dedicaba al prójimo, y eso me influyó. Siempre quise ser cirujano. El cirujano nace con eso. Tiene que tener una habilidad innata y una agresividad controlada.

Cuando otros chavales estaban jugando al fútbol o con los amigos divirtiéndose usted ya entraba en los quirófanos, ¿eh?

Es verdad. Tenía 17 años cuando entré por primera vez en un quirófano como ayudante. Era la operación de un primo mío. Mi padre se emocionó cuando me dio la primera pinza que usé. Se le quebró la voz al llamarme José Francisco. A mí me ha pasado igual este año cuando mi hijo ha entrado como médico residente en cirugía en el Hospital Clínico. Es una gran satisfacción que la saga de los Rivas cirujanos continúe. También tengo una hija que es médica nefróloga en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid.

Dicen que los cirujanos a veces son atrevidos y temerarios cuando tienen un bisturí en la mano y que no tienen miedo a nada.

Tanto como eso, no. A mí me tiemblan las piernas en un quirófano por lo menos dos veces cada año, pero es cierto que somos más agresivos, porque tenemos que tomar decisiones en muy poco tiempo.

¿Por qué le llaman 'el Cautivo'?

Eso es una anécdota de los secretarios del servicio de cirugía general y digestiva del Hospital Clínico. Mi padre me enseñó un tipo de medicina que se está perdiendo, y por eso no sé decir que no nunca. Cuando la gente tiene un problema te busca. Y a mí, al igual que a mi padre, me encuentran. Como soy muy caluroso tengo la costumbre de llevar la bata blanca desabrochada, y voy con ella abierta por los pasillos del hospital. Hay muchas personas que me están buscando, de noche, de día, en mi casa, por todos sitios. La imagen es de mucha gente detrás de mí, que voy vestido de blanco. Entonces, los secretarios de cirugía, en plan jocosa dicen. ¿Ha visto usted al Cautivo? Pues ese es el médico que usted busca.

Aseguran que es muy buen cirujano. ¿Se fiaría de ser operado por usted mismo si pudiese ser?

Eso sería un error. Yo, por supuesto, no me operaría, pero tampoco elegiría a familiares para que lo hiciesen. Me he operado dos veces y me he puesto en manos de compañeros de mi equipo.

Ya. Claro. Pero cuando tantos pacientes dicen que usted es muy bueno en su profesión será por algo, digo yo.

No me corresponde a mí decir eso. Yo hago mi trabajo lo mejor posible. La cirugía tiene dos partes: una científica y otra de arte.

¿A cuántos pacientes ha intervenido quirúrgicamente?

Es algo que siempre he querido calcular, pero es difícil. Pascual López Magaña, que fue un gran cirujano malagueño, decía que en toda su carrera había operado a unas 25.000 personas. Creo que anualmente, entre la sanidad pública y la privada, opero a unos 600 enfermos. Llevo ejerciendo desde 1981, así que haga usted el cálculo.

¿Hay alguna situación que le haya marcado profesionalmente?

Sí. Recuerdo una que me sucedió el año pasado. Era una operación de un cáncer de ovario en una paciente joven. Hicimos tres intervenciones, aparte de cuatro o cinco más pequeñas, que normalmente se realizan en días distintos y ocupan cada una más de cuatro horas. Estuvimos siete horas y media en el quirófano.

¿Cuál fue el resultado de la operación?

Todo fue bien, afortunadamente. La paciente me ha invitado este año a su boda.

¿Cómo tranquiliza a sus enfermos momentos antes de abrirlos de arriba abajo?

Es algo muy difícil. Depende del temperamento de las personas. Tengo la habilidad de conectar con facilidad con el paciente y de ofrecerle confianza. El miedo es libre. Yo he sido operado dos veces y sentido un miedo horroroso. Indiscutiblemente, un quirófano impone y siempre hay un riesgo.

Cuando se pasan tantas horas en un quirófano, ¿de qué se habla?

Verdaderamente, se habla de todo. Pero, ¿cuidado!, hay momentos en que hay un silencio sepulcral. En ese instante, todo el mundo sabe que la situación es de máxima angustia.

Supongo que si un paciente se queda en una mesa de operaciones, comer después debe de ser difícil.

La verdad es que eso ocurre muy poco, porque los medios anestésicos y de reanimación son muy buenos. Indiscutiblemente, alguna vez puede suceder, sobre todo cuando se opera a pacientes que han sufrido un accidente de tráfico o han sido agredidos con armas blancas o de fuego.

Usted opera de todo, pero últimamente se ha especializado en la cirugía de la obesidad, ¿no?

Yo soy un cirujano bastante especial: me gusta hacer cirugía general. Me agrada saber de todo, porque me enseñaron así, pero todo no se puede abarcar. Hay que tener una amplitud de mente para ponerse al día de los avances que va habiendo. y aprender de los compañeros. He cogido la cirugía bariátrica o de la obesidad, porque tiene un gran campo: se toca todo y se hace con enfermos cuyas dificultades son máximas por ese exceso de peso. Es como un reto, y a mí me gustan los retos.

¿Qué se sueña o se siente cuando se está dormido en un quirófano?

Le contaré mi experiencia personal de haber sido operado en dos ocasiones. Si te duermes llorando, te despiertas llorando, y si lo haces con alegría, despiertas alegre. Lo que no hay es sensación de tiempo mientras se está anestesiado: da igual estar dormido 20 horas que cinco minutos.

Ya ha contado por qué es cirujano, pero por qué se hizo cofrade hasta llegar a ser hermano mayor de la Cofradía de El Rico.

A El Rico llegué por casualidad, pero cofrade soy porque en mi casa ha habido, por parte materna, una tradición de un amor a Málaga y a su Semana Santa como signo de identidad. Mi madre y mi tía Carmina me llevaban a ver las procesiones. De niño salí en el Rocío y en 1969 entré en El Rico para sacar el trono del Cristo .

¿Impone ser hermano mayor?

No. Tengo la suerte de contar con un equipo muy bueno, de unas 15 personas, que me lleva muy bien la cofradía. Mi éxito o mi fracaso depende de mi gente. Estoy muy contento de cómo van las cosas. ¿P

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